sábado, 18 de octubre de 2014

CAPITULO 52




PEDRO



Seis años antes...
Nos fuimos a casa. No a nuestra casa.
Romina quería a Lisa. Romina necesita a su madre.
Como que yo necesito a mi padre.
Cada noche la abrazo. Cada noche le digo que lo siento. Cada noche
lloramos.
No entiendo cómo puede ser tan perfecto. Cómo la vida y el amor y la
gente pueden ser tan perfectos y hermosos.
Y entonces, no. Son tan feos.
La vida y el amor y la gente se vuelven feos.
Todo se convierte en agua.
Esta noche es diferente. Esta noche es la primera en tres semanas
que no llora. La abrazo de todos modos. Quiero alegrarme de que no esté
llorando, pero me asusta. Sus lágrimas significan que siente algo. Incluso
si ese algo es devastador, aún sigue siendo algo. No hay lágrimas esta
noche.
La abrazo de todos modos. Le digo que lo siento de nuevo.
Nunca me dice que está bien.
Nunca me dice que no es mi culpa.
Nunca me dice que me perdona.
Sin embargo, me besa esta noche. Me besa y se quita la camisa. Me
dice que le haga el amor. Le digo que no deberíamos. Le digo que
supuestamente deberíamos esperar dos semanas más. Me besa, así dejaré
de hablar.
Le devuelvo el beso.
Romina me ama de nuevo.
Creo.
Me está besando como si me amara.
Soy amable con ella.
Voy lento.
Me toca la piel como si me amara.
No quiero hacerle daño.
Llora.
Por favor, no llores, Romina.
Me detengo.
Me dice que no lo haga.
Me dice que acabe.
Acabar.
No me gusta esa palabra.
Como si esto fuera un trabajo.
La beso de nuevo.
Acabo.


***



Pedro,
Romina me escribió una carta.
Lo siento.
No.
No puedo hacer esto. Duele mucho.
No, no, no.
Mi madre me llevará de vuelta a Phoenix. Ambas nos
quedaremos allí. Todo es demasiado complicado, incluso ahora entre
ellos dos. Tú papá ya lo sabe.
Los Clayton unen familias.
Los pedros las destrozan.
Intenté quedarme. Intenté amarte. Cada vez que te miro, lo veo.
Todo es él. Si me quedo, todo siempre será él. Lo sabes. Sé que lo
entiendes. No debería culparte.
Pero lo haces.
Lo siento tanto.
¿Dejaste de amarme con una carta, Romina?
Con amor,
Lo siento. Todas las partes feas de ello. Está en mis poros. Mis
venas. Mis recuerdos. Mi futuro.
Romina.
La diferencia entre el lado feo y el lado hermoso del amor es que el
hermoso es mucho más ligero. Te hace sentir como si flotaras. Te eleva. Te
lleva.
Las partes hermosas del amor te mantienen por encima del mundo.
Te sujetan tan fuertemente sobre todas las cosas malas, que simplemente
miras hacia abajo a todo lo demás y piensas: Vaya, me alegra tanto estar
aquí arriba.
A veces, las partes hermosas del amor regresan a Phoenix.
Las partes feas de éste son demasiado pesadas para regresar a
Phoenix. No pueden elevarte.
Te hacen
C
A
E
R.
Te sujetan.
Te ahogan.
Alzas la vista y piensas: desearía estar ahí arriba.
Pero no lo estás.
El amor feo te convierte.
Te consume.
Te hace odiarlo todo.
Te hace darte cuenta de que todas las partes hermosas ni siquiera
valen la pena. Sin la belleza, nunca te arriesgarás a sentirte así.
Nunca te arriesgarás a sentir la fealdad.
Así que renuncias. Renuncias a todo. No quieres amar de nuevo, no
importa cual tipo sea, porque ninguno será jamás digno de hacerte pasar
por el amor feo de nuevo.
Nunca me dejaré amar a nadie más, Romina.
Nunca.

CAPITULO 51





PAULA



Mis manos están sobre él, frotando su espalda, tocando su pelo.


Está llorando, y lo único que puedo hacer es decirle que no importa.


Quiero decirle que olvide todo lo que he dicho esta noche. 


Quiero hacer lo que pueda para quitarle el dolor, porque lo que sea que ocurriese no debería importar. Pasara lo que pasara, nadie merece sentirse así ahora mismo.


Aparto los brazos de su cara, luego los deslizo sobre su regazo.


Sostengo su rostro en mis manos y lo inclino hacia el mío. 


Mantiene los ojos cerrados. —No tengo que saberlo, Pedro.


Envuelve mi espalda con sus brazos y entierra la cara contra mi pecho. Sus fuertes respiraciones aumentan de ritmo a medida que intenta hacer retroceder sus emociones. Mis brazos envuelven su cabeza, y beso su pelo, luego hago un sendero por un lado de su cara hasta que se echa hacia atrás y me mira.


Ninguna cantidad de armaduras en el mundo o cualquier muro lo suficientemente grueso puede ocultar la actual devastación en sus ojos.


Destaca mucho, y hay tanta, que tengo que aguantar la respiración para no llorar con él.


¿Qué te ha ocurrido, Pedro?


—No tengo que saberlo —susurro de nuevo, sacudiendo la cabeza.


Sus manos se mueven hasta mi nuca, y presiona su boca en la mía, dura y dolorosamente. Se inclina hasta que mi espalda toca el suelo. Sus manos me quitan la camisa, y me está besando con desesperación, furiosamente, llenando mi boca con el sabor de sus lágrimas.


Lo dejo usarme para deshacerse de su dolor.


Haría lo que quisiera, siempre y cuando dejara de dolerle como lo hace.


Desliza las manos bajo mi falda y comienza a quitarme la ropa interior al mismo tiempo que engancho mis pulgares en la cintura de sus pantalones y los bajo. Mis bragas llegan a los tobillos y las aparto, justo cuando me toma ambas manos y las sitúa por encima de mi cabeza, presionándolas contra el suelo.


Deja caer su frente sobre la mía, pero no me besa. Cierra los ojos, pero mantengo los míos abiertos. No pierde el tiempo y se coloca entre mis piernas, extendiéndolas más ampliamente. Mueve la frente a un lado de mi cara, luego se desliza en mí lentamente. Cuando está totalmente dentro,
exhala, liberando un poco de su dolor. Alejando su mente de ese horror por el que acaba de pasar.


Sale, luego vuelve a empujarse dentro de mí, esta vez con toda su fuerza.


Duele.


Dame tu dolor, Pedro.


—Dios mío, Romina—susurra.


Dios mío, Romina…


Romina, Romina, Romina.


Esa palabra se repite en mi cabeza.


Dios.


Mío.


Romina.


Volteo mi cabeza. Es el peor dolor que he sentido nunca.


Absolutamente el peor.


Su cuerpo inmediatamente se queda quieto cuando se da cuenta de lo que ha dicho. Lo único moviéndose entre nosotros ahora mismo son las lágrimas cayendo de mis ojos.


—Paula —murmura, rompiendo el silencio entre nosotros—. Paula, lo siento tanto.


Niego, pero las lágrimas no se detienen. En algún lugar muy dentro de mí, siento algo endurecerse. Algo que una vez fue líquido se congela completamente, y es en este momento que sé que esto es todo.


Ese nombre.


Lo dice todo. Nunca tendré su pasado, porque ella sí.



Nunca tendré su futuro, porque se niega a dárselo a alguien que no sea ella.


Y nunca sabré por qué, porque nunca me lo contará.


Comienza a salirse de mí, pero aprieto las piernas a su alrededor.


Suspira fuertemente contra mi mejilla. —Lo juro por Dios, Paula. No estaba pensando en…


—Para —susurro. No quiero oírlo defender lo que acaba de pasar—. Sólo acaba, Pedro.


Alza la cabeza y me mira. Veo la disculpa, tan clara como el día, escondida detrás de las lágrimas frescas. No sé si son mis palabras las que lo han cortado de nuevo o el hecho de que ambos sabemos que esto es todo, pero parece que su corazón se ha roto de nuevo.


Si eso es incluso posible.


Una lágrima cae de sus ojos y aterriza en mi mejilla. La siento rodar y mezclarse con una de las mías.


Sólo quiero que esto termine.


Envuelvo una mano alrededor de su nuca y empujo su boca sobre la mía. Ya no se mueve en mi interior, así que arqueo la espalda, presionando las caderas fuertemente contra las suyas. Gime en mi boca y se mueve una vez, luego se detiene de nuevo. —Paula—dice otra vez contra mis labios.


—Sólo acaba, Pedro —le digo a través de mis lágrimas—. Sólo acaba.


Coloca una palma contra mi mejilla y presiona los labios en mi oído.


Ambos estamos llorando mucho más ahora, y puedo ver que soy más para él que esto. Sé que lo soy. Siento lo mucho que quiere amarme, pero lo que sea que lo esté deteniendo es más de lo que puedo conquistar. Rodeo su cuello con mis brazos. —Por favor —suplico—. Por favor, Pedro. —Estoy llorando, suplicando por algo, pero ya ni siquiera sé por qué.


Se empuja contra mí. Más fuerte esta vez. Tan fuerte que me aparta de él, por lo que coloca sus brazos bajo mis hombros y los rodea con sus manos, manteniéndome sujeta mientras se empuja repetidamente en mi interior. Fuertes, largas y profundas estocadas que nos fuerzan a ambos a
gemir con cada movimiento.


—Más fuerte —suplico.


Se empuja más fuerte.


—Más rápido.


Se mueve más rápido.


Estamos luchando por respirar entre nuestras lágrimas. Es intenso.


Es desgarrador. Es devastador.


Es feo.


Se ha terminado.


Tan pronto como su cuerpo se queda inmóvil sobre el mío, empujo contra sus hombros. Se aparta de encima. Me siento y me limpio los ojos con las manos, luego me levanto y me pongo la ropa interior. Sus dedos se envuelven alrededor de mi tobillo. Los mismos que envolvió en el mismo tobillo la noche que nos conocimos.


—Paula —dice, su voz plagada de todo. Cada emoción se enrolla en sí misma sobre cada letra de mi nombre cuando sale de su boca.


Me alejo de su agarre.


Me dirijo a la puerta, aun sintiéndole dentro de mí. Aun saboreando su boca sobre la mía. Aun sintiendo las manchas de su lágrima en mi mejilla.


Abro la puerta y salgo.


La cierro detrás de mí, y es la cosa más difícil que jamás he hecho.


Ni siquiera puedo caminar el metro necesario hasta mi piso.


Colapso en el pasillo.


Soy líquida.


Nada más que lágrimas.