domingo, 28 de septiembre de 2014

CAPITULO 6



PEDRO



Seis años antes…


Papá: ¿Dónde estás?


Yo: En casa de Ian.


Papá: Tenemos que hablar.


Yo: ¿Puede esperar hasta mañana? Llegaré tarde a casa.


Papá: No. Te necesito en casa ahora. He estado esperándote desde que saliste de clases.


Yo: De acuerdo. Ya voy.


Esa fue la conversación que llevó a este momento. Yo, sentado frente a mi padre en el sofá. Mi padre diciéndome algo que no me importa escuchar.


—Te lo hubiera dicho antes, Pedro. Yo sólo…


—¿Te sentiste culpable? —lo interrumpo—. ¿Cómo si estuvieras haciendo algo mal?


Nuestras miradas se encuentran, y comienzo a sentirme mal por decir lo que dije, pero aparto el sentimiento y continúo.


—Ha estado muerta menos de un año.


Tan pronto como las palabras salen de mi boca, quiero vomitar. No le gusta ser juzgado, especialmente por mí. Está acostumbrado a que apoye sus decisiones. Demonios, yo estoy acostumbrado a apoyar sus decisiones. Hasta ahora, siempre pensé que tomaba las decisiones correctas.


—Mira, sé que es difícil para ti aceptarlo, pero necesito tu apoyo. No tienes idea de lo difícil que ha sido para mí seguir adelante desde que murió.


—¿Difícil? —Me estoy poniendo de pie. Alzando mi voz. 


Estoy actuando como si no me importara una mierda por alguna razón, cuando en realidad no es así. No podría importarme menos que ya esté teniendo citas de nuevo. Puede ver a quien sea que quiera. Puede joderse a quien
quiera.


Creo que la única razón por la que reacciono así es porque ella no puede. Es difícil defender tu matrimonio cuando estás muerto. Es por eso que lo hago por ella.


—Obviamente no es tan difícil para ti, papá.


Camino hacia el extremo opuesto de la sala.


Camino de regreso.


La casa es demasiado pequeña para encajar con toda mi frustración y decepción.


Lo miro de nuevo, reconociendo que no es tanto el hecho de que ya vea a alguien más. Es la mirada en sus ojos cuando habla sobre ella lo que odio. Nunca lo vi mirar así a mi madre, así que sea quien sea, sé que no es algo casual. 


Está a punto de filtrarse en nuestras vidas, enredándose
alrededor, a través y entre mi relación con mi padre como si fuera hiedra venenosa. Ya no seremos sólo mi padre y yo. 


Seremos mi padre, Lisa y yo.


No se siente bien, considerando que la presencia de mi madre aún está por toda esta casa.


Está sentado con las manos plegadas frente de él, entrelazadas.


Tiene la mirada en el suelo.


—No sé si esto irá a alguna parte, pero quiero darle una
oportunidad. Lisa me hace feliz. A veces seguir adelante… es la única manera de seguir adelante.


Abro la boca para responderle, pero mis palabras son cortadas por el timbre de la puerta. Levanta la mirada hacia mí, poniéndose de pie de manera vacilante. Luce más pequeño. Menos heroico.


—No te pido que te agrade. No te pido que pases tiempo con ella.Sólo quiero que seas agradable. —Sus ojos me ruegan, y me hace sentir culpable por resistirme tanto.


Asiento. —Lo haré, papá. Sabes que lo haré.


Me abraza, y se siente bien y mal. No se siente como si abrazara al hombre que he tenido en un pedestal por diecisiete años. Se siente como si acabara de abrazar a mi amigo.


Me pide que vaya a la puerta mientras él regresa a la cocina para terminar la cena, así que lo hago. Cierro los ojos y le dejo saber a mi mamá que seré agradable con Lisa, pero que siempre será sólo Lisa para mí, sin importar lo que pase entre ella y papá. Abro la puerta.


—¿Pedro?


Miro su rostro, y es completamente opuesto al de mi madre. 


Me hace sentir bien. Es mucho más pequeño que mi madre. 


Tampoco es tan bonita como mi madre. No hay nada sobre ella que se pueda comparar con mi madre, así que ni siquiera lo intento. La acepto por lo que es: nuestra invitada para la cena.


Asiento y abro más ampliamente la puerta para dejarla pasar. —Tú debes de ser Lisa. Encantado de conocerte. —Señalo detrás de mí—. Mi padre está en la cocina.


Lisa se inclina y me da un abrazo; uno que con éxito convierto incómodo después de que me toma varios segundos devolvérselo.


Mis ojos se encuentran con los de la chica que se encuentra de pie detrás de ella.


Los ojos de la chica de pie detrás de ella encuentras los míos.



Te
Enamorarás
De
Mi,
Romina.


—¿Pedro? —dice ella en un susurro roto.


Romina suena un poco como su madre, pero más triste.


Lisa mira de un lado al otro entre nosotros. —¿Se conocen?


Romina no asiente.


Yo tampoco.


Nuestra decepción se derrite hasta el piso y se combina en un cargo de
lágrimas prematuras a nuestros pies.


—Él, mmm… Él…


Romina está tartamudeando, así que la ayudo a terminar sus palabras.


—Voy a la escuela con Romina —dejo escapar. Me arrepiento al decirlo,
porque lo que realmente quiero decir es que Romina es la próxima chica de
la que me enamoraré.


Sin embargo, no puedo decir eso porque es obvio lo que
sucederá. Romina no es la próxima chica de la que me enamoraré, porque
Romina es la chica que muy probablemente se convertirá en mi nueva
hermanastra.


Por segunda vez esta noche, me siento mal.


Lisa sonríe y aplaude. —Eso es genial —dice—,
estoy tan aliviada.


Mi padre entra en la habitación. Abraza a Lisa. Saluda a
Romina y le dice que es bueno verla de nuevo.


Mi padre ya conoce a Romina.


Romina ya conoce a mi padre.


Mi padre es el nuevo novio de Lisa.


Mi padre visita mucho Phoenix.


Mi padre ha estado visitando mucho Phoenix desde antes que mi
madre muriera.


Mi padre es un bastardo.


—Romina y Pedro ya se conocen —le dice Lisa a mi
padre.


Él sonríe, y el alivio inunda su rostro. —Bien. Bien —dice,
repitiendo la palabra dos veces como si eso pudiera mejorar las cosas.


No.
Mal. Mal.


—Eso hará que esta noche sea mucho menos incómoda —dice con una
risa.


Miro de nuevo hacia Romina.


Romina me mira.


No puedo enamorarme de ti, Romina.


Sus ojos son tristes.


Mis pensamientos son más tristes.


Y tú no puedes enamorarte de mí.


Ella entra lentamente, evitando mi mirada mientras observa sus
pies con cada paso. Son los pasos más tristes que nunca antes he visto.


Cierro la puerta.


Es la puerta más triste que he tenido que cerrar.

CAPITULO 5



—¿Cuántas cajas tienes? —pregunta Gonzalo. Se coloca sus zapatos junto a la puerta y yo tomo mis llaves.


—Seis, más tres maletas y toda mi ropa en ganchos.


Gonzalo camina hacia la puerta directamente al otro lado del pasillo y la golpea, luego se da la vuelta y se dirige hacia los ascensores. Presiona el botón de bajada. —¿Le dijiste a mamá que llegaste?


—Sí, le escribí un mensaje anoche.


Escucho la puerta de su apartamento abrirse justo cuando el ascensor llega, pero no me doy la vuelta para mirarlo salir. Entro en él, y Gonzalo detiene el ascensor para esperar a Pedro.


Pierdo la guerra tan pronto como le lanzo un vistazo. La guerra que ni siquiera sabía que estaba luchando. No pasa muy seguido, pero cuando encuentro a un chico atractivo, es mucho mejor si pasa con una persona con la que quiero que pase.


Pedro no es la persona por la que quiero sentir esto. No quiero sentirme atraída por un chico que bebe hasta olvidar, llora por otras chicas, y que ni siquiera recuerda si se metió conmigo la noche anterior.


Pero es difícil no notar su presencia cuando su presencia se convierte en todo.


—Deberían ser sólo dos viajes —le dice Gonzalo a Pedro, mientras presiona el botón hacia el primer piso.


Pedro me está mirando, y no puedo juzgar bien su comportamiento, ya que aún luce enojado. También lo miro, porque no importa cuán atractivo pueda ser con esa actitud, sigo esperando por el gracias que nunca obtuve.


—Hola —dice Pedro finalmente. Da un paso hacia delante, e ignora por completo la política tácita de ascensores, cuando se acerca demasiado y extiende su mano—. Pedro Alfonso Vivo al otro lado del pasillo.


Y estoy confundida.


—Creo que ya hemos establecido eso —digo, mirando su mano extendida.


—¿Empezar de nuevo? —dice, arqueando la ceja—. ¿Con el pie derecho? —Ah. Sí. Le dije eso.


Tomo su mano y la agito. —Paula Chaves. Soy la hermana de Gonzalo.


—La manera en la que retrocede y mantiene sus ojos en los míos me hace sentir un poco incómoda, ya que Gonzalo se encuentra de pie a sólo unos cuantos pasos. Sin embargo, a Gonzalo no parece importarle. Nos ignora a ambos, al estar pegado a su teléfono.


Pedro finalmente aleja su mirada y saca su teléfono del bolsillo.


Aprovecho la oportunidad para estudiarlo, mientras su atención no se encuentra centrada en mí.


Llego a la conclusión de que su apariencia es completamente contradictoria. Es como si dos creadores diferentes estuviesen en guerra cuando él fue imaginado. La fuerza en su estructura ósea contrasta con la suave apariencia de sus labios. Se ven inofensivos e invitadores
comparados con la rudeza de sus rasgos y la cicatriz dentada que pasa a lo largo del lado derecho de su mandíbula.


Su cabello no puede decidir si quiere ser castaño o rubio, u
ondulado o liso. Su personalidad cambia entre invitador y cruelmente indiferente, confundiendo mi habilidad de discernir entre caliente y frío.


Su postura casual está en guerra con la fiereza que he visto en sus ojos.


Sus ojos no pueden decidir si quieren mirar a su teléfono o a mí, ya que vacilan una y otra vez antes de que las puertas del ascensor se abran.


Dejo de mirar y salgo del ascensor primero. Cap se encuentra sentado en su silla, tan vigilante como siempre. Nos mira a los tres salir del ascensor y toma los brazos de la silla para levantarse lenta y temblorosamente. Gonzalo y Pedro lo saludan con un movimiento de cabeza y siguen caminando.


—¿Cómo estuvo tu primera noche, Paula? —pregunta con una sonrisa, deteniéndose a medio camino. El hecho de que ya se sabe mi nombre no me sorprende, ya que hasta sabía a cuál piso me dirigía anoche.


Miro la parte posterior de la cabeza de Pedro mientras ellos
continúan sin mí. —Un poco agitada, en realidad. Creo que mi hermano no es muy bueno al elegir de quién se hace amigo.


Miro a Cap, quién ahora se encuentra mirando también a Pedro. Las líneas arrugadas de su boca se tuercen en línea recta, y niega con la cabeza ligeramente. —Ah, a ese chico probablemente nadie puede ayudarlo —dice, ignorando mi comentario.


No estoy segura de si se refiriere a Gonzalo o a Pedro cuando dice “ese chico”, pero no pregunto.


Cap se da la vuelta alejándose de mí, y comienza a arrastrarse en dirección a los baños del vestíbulo. —Creo que me oriné encima — murmura.


Lo miro desaparecer a través de las puertas del baño,
preguntándome hasta qué punto la vida de una persona se vuelve tan vieja como para perder su filtro al hablar. Aunque Cap no luce como el tipo de hombre que alguna vez tuvo filtro. Me gusta eso de él.


—¡Paula, vamos! —grita Gonzalo desde el otro lado del vestíbulo. Los alcanzo y les muestro el camino hacia mi auto.


Nos toma tres viajes subir todas mis cosas, no dos.


Tres viajes completos en los que Pedro no me dirige otra palabra.