miércoles, 15 de octubre de 2014

CAPITULO 46




PEDRO



Seis años antes…



—¿Qué pasa si resulta ser gay? —pregunta Romina—. ¿Te
molestaría?
Está sosteniendo a Clayton, y ambos estamos sentados en la cama
del hospital. Estoy al final de la cama de cara hacia ella, viéndola
observarlo.
Sigue preguntando cosas raras. Haciendo otra vez del
abogado del diablo.
Dice que tenemos que hablar de estas cosas ahora así no huiremos
de ningún problema paternal en el futuro.
—Me molestaría si él sintiera que no puede hablar de eso
con nosotros. Quiero que sepa que puede hablar de lo que sea con
nosotros.
Romina le sonríe a Clayton, pero sé que su sonrisa es por mí.
Porque amó mi respuesta.
—¿Qué pasa si no cree en Dios? —pregunta.
—Puede creer en lo que desee. Sólo quiero que sus creencias –o
la falta de ellas– lo hagan feliz.
Sonríe de nuevo.
—¿Qué pasa si comete un terrible, atroz y cruel crimen y
lo mandan a prisión de por vida?
—Me cuestionaría dónde me equivoqué como padre —le digo.
Levanta la mirada. —Bueno, basado en este interrogatorio, estoy
convencida que nunca cometerá un crimen, porque ya eres
el mejor papá que nunca he conocido.
Ahora está haciéndome sonreír a mí.
Ambos miramos a la puerta cuando se abre y una enfermera entra.
Nos da una sonrisa apenada. —Es hora —dice.
Romina gime, pero no sé a lo que la enfermera se
refiere. Romina ve la confusión en mi rostro.
—Su circuncisión.
Mi estómago se tensa. Sé que hablamos de esto durante el
embarazo, pero de repente estoy arrepintiéndome, sabiendo
lo que está a punto de pasar.
—No es tan malo —dice la enfermera—. Lo anestesiaremos primero.
Se acerca a Romina y comienza a tomarlo de los brazos de
Romina, pero me inclino.
—Espere —le digo—. Permítame sostenerlo primero.
La enfermera retrocede un paso, y Romina me tiende a Clayton. Lo
llevo frente a mí y bajo la mirada para observarlo.
—Lo siento mucho, Clayton. Sé que dolerá, y sé que es castración, pero…
—Tiene un día —interrumpe Romina, riendo—. Apenas hay
algo que le puedan castrar aún.
Le digo que guarde silencio. Le digo que estoy teniendo un momento padre
e hijo,
y tiene que fingir que no está aquí.
—No te preocupes, tu madre se fue de la habitación —le digo a Clayton,
guiñándole el ojo a Romina—. Como decía, sé que es como una castración,
pero me agradecerás más tarde por esto. Especialmente cuando seas más
adulto
y te llegues a involucrar con las chicas. Con suerte no hasta después que
tengas dieciocho, pero será más agradable alrededor de los
dieciséis. Así fue conmigo, de todas formas.
Romina se inclina y alarga los brazos. —Es
suficiente unión —dice, riendo—. Creo que necesitamos
revisar los límites de conversación padre e hijo mientras esté
siendo castrado.
Le doy un pequeño beso en la frente y se lo entrego a
Romina. Hace lo mismo y se lo da a la enfermera.
Vuelvo a mirar a Romina y gateo hacia ella hasta que yazco junto
a ella en la cama.
—Tenemos el lugar para nosotros —susurro—. Hagámoslo.
Hace una mueca. —No me siento sexy ahora mismo —dice—. Mi estómago
está flácido, y mis
pechos están enormes, y necesito una
ducha urgentemente, pero duele tanto intentar tomar una
ahora.
Bajo la mirada a su pecho y jalo el cuello de su bata de
hospital. Miro su camiseta y sonrío. —¿Cuánto tiempo se quedarán
así?
Ríe y aleja mi mano.
—Bueno, ¿cómo se siente tu boca? —le pregunto.
Me mira como si no entendiera mi pregunto, por lo que
elaboro.
—Sólo estoy preguntando si tu boca duele como el resto de tu cuerpo,
porque si no, quiero besarte.
Sonríe. —Mi boca se siente genial.
Me levanto sobre mi codo así no tiene que darse la vuelta.
Bajo la mirada, y verla bajo de mí se siente diferente
ahora.
Se siente real.
Hasta ayer, francamente se sentía como si hubiéramos estado jugando
a las casitas. Por supuesto, nuestro amor es real, y nuestra relación es
real, pero hasta que presencié cuando le dio vida a mi hijo ayer,
todo lo que sentía antes de ese momento fue como un juego de niños
comparado con lo que siento por ella ahora.
—Te amo, Romina. Más de lo que te amaba ayer.
Sus ojos me miran como si supiera exactamente de lo que
estoy hablando. —Si hoy me amas más de lo que me amabas
ayer, entonces no puedo esperar para mañana —dice.
Mis labios bajan a los suyos y la beso. No porque debería, sino
porque lo necesito.


***



Yazco de pie fuera de la habitación del hospital de Romina. Ella y Clayton
están en el cuarto, tomando una siesta.
La enfermera dijo que apenas lloró. Estoy seguro que le dice eso a todos
los
padres, pero le creo de todas maneras.
Saco mi teléfono para enviarle un mensaje a Ian.
Yo: Fue castrado hace unas horas. Lo soportó como un campeón.
Ian: Ouch. Iré a verlo esta noche. Estaré ahí
después de las siete.
Yo: Nos vemos luego.
Mi padre camina hacia mí con dos cafés en sus manos,
por lo que guardo el teléfono en mi bolsillo trasero.
Me tiende uno de los cafés.
—Se parece a ti —dice.
Está intentando aceptarlo.
—Bueno, me parezco a ti —digo—. Salud por los genes fuertes.
Levanto el café, y mi padre estrella el suyo contra él, sonriendo.
Está intentando.
Se recuesta contra la pared para apoyarse y baja la mirada a su
café. Quiere decir algo, pero es difícil para él.
—¿Qué sucede? —pregunto, dándole la apertura. Levanta
la mirada de su concentración en el café, y encuentra la mía.
—Estoy orgulloso de ti —dice con sinceridad.
Es una simple declaración.
Cuatro palabras.
Cuatro de las más impactantes palabras que nunca he escuchado.
—Por supuesto, no es lo que quería para ti. Nadie quiere ver
a su hijo convertirse en papá a los dieciocho, pero… estoy orgulloso
de ti. Por cómo lo has enfrentado. Por cómo has tratado
Romina. —Sonríe—. Hiciste lo mejor en una situación difícil,
y honestamente, es más de lo que los adultos harían.
Sonrío. Le agradezco.
Pienso que la conversación ha acabado, pero no.
—Pedro—dice, queriendo añadir más—. Respecto a Lisa… y
tu madre.
Levanto la mano para detenerlo. No quiero tener esta
conversación hoy. No quiero que este día se convierta en su justificación
por lo que le hizo a mi madre.
—Está bien, papá. Lo hablaremos en otro momento.
Me dice que no. Dice que necesita hablarlo conmigo ahora.
Me dice que es importante.
Quiero decirle que no es importante.
Quiero decirle que Clayton es importante.
Quiero concentrarme en Clayton y Romina, y olvidarme sobre el
hecho que mi padre es humano y toma decisiones horribles como el
resto de nosotros.
Pero no digo nada de eso.
Escucho.
Porque es mi padre.

CAPITULO 45



El teléfono de la casa de Gonzalo nunca suena. 


Especialmente después de la medianoche. Aparto las sábanas y tomo una camiseta, luego me la pongo sobre la cabeza. No sé por qué me molesto en vestirme.


Gonzalo no está, y Pedro no llega hasta mañana.


Llego a la cocina al quinto tono, justo cuando la máquina
contestadora se enciende. Cancelo el mensaje, y entonces coloco el teléfono en mi oreja.


—¿Hola?


—¡Paula! —dice mi madre—. Oh Dios mío, Paula.


Su voz está en pánico, lo que inmediatamente me hace entrar en pánico. —¿Qué pasa?


—Un avión. Un avión se estrelló hace media hora, y no puedo comunicarme con la aerolínea. ¿Has hablado con tu hermano?


Mis rodillas encuentran el suelo. —¿Estás segura de que fue su aerolínea? —le pregunto. Mi voz suena tan asustada que ni siquiera la reconozco. Suena tan asustada como la última vez que esto pasó.


Yo sólo tenía seis, pero recuerdo cada detalle como si hubiera sido ayer, hasta la pijama de luna y estrellas que usaba. Mi padre estaba en un vuelo nacional, y habíamos sintonizado las noticias justo antes de la cena para ver que uno de los aviones había caído por una falla en el motor.


Todos a bordo murieron. Recuerdo mirar a mi madre en el teléfono hablando con la aerolínea, histérica, tratando de averiguar más información sobre quién era el piloto. Nos dimos cuenta de que no era él a la hora, pero esa hora fue una de las más terroríficas de nuestras vidas.


Hasta ahora.


Me apresuro hacia mi habitación y tomo mi celular de la mesita de noche e inmediatamente marco su número. —¿Has intentado llamarlo? — le pregunto a mi madre mientras vuelvo a la sala de estar. Trato de llegar al sofá, pero por alguna razón, el suelo parece más cómodo. Me arrodillo de nuevo, casi en modo para rezar.


Creo que lo hago.


—Sí, he estado llamando a su celular sin parar. Sólo va al buzón de voz.


Es una pregunta estúpida. Por supuesto que ha intentado llamarlo.


Trato de nuevo, pero su teléfono va directamente al buzón de voz.


Intento tranquilizarla, pero sé que es inútil. Hasta que no
escuchemos su voz, tranquilizarnos no ayudará. —Llamaré a la aerolínea —le digo—. Te llamaré si sé algo.


Ni siquiera dice adiós.


Uso el teléfono del apartamento para llamar a la aerolínea y mi celular para llamar a Pedro. Es la primera vez que he marcado su número.


Rezo para que conteste, porque por más que esté demasiado asustada por Gonzalo, también pasa por mi cabeza que Pedro trabaja para la misma aerolínea.


Mi estómago está enfermo.


—¿Hola? —dice Pedro al segundo tono. Su voz suena dudosa, como si no estuviera seguro de por qué estoy llamando.


—¡Pedro! —digo, tanto frenética como aliviada—. ¿Está bien? ¿Gonzalo está bien?


Hay una pausa.


¿Por qué hay una pausa?


—¿Qué quieres decir?


—Un avión —digo inmediatamente—. Mi mamá llamó. Hubo un accidente de avión. Él no contesta su teléfono.


—¿Dónde estás? —dice rápidamente.


—En el apartamento.


—Déjame entrar.


Camino a la puerta y quito el seguro. Él la empuja y aún tiene el celular en su oreja. Cuando me ve, aleja el celular, e inmediatamente se ha apresurando hacia el sofá, toma el control remoto y enciende la televisión.


Pasa a través de los canales hasta que encuentra el del reporte de noticias. Marca un número en su teléfono, luego se da la vuelta y corre hacia mí. Toma mi mano en la suya. —Ven aquí —dice, tirando de mí hacia él—. Estoy seguro de que está bien.


Asiento contra su pecho, pero su tranquilidad es inútil.


—¿Gary? —dice cuando alguien le contesta—. Es Pedro. Sí. Sí, le escuché —dice—. ¿Quién estaba en la tripulación?


Hay una larga pausa. Estoy aterrada de mirarlo. Aterrada.


—Gracias. —Cuelga el teléfono—. Él está bien Paula —dice
inmediatamente—. Gonzalo está bien. Ian también.


Estallo en lágrimas de alivio.


Pedro me lleva hasta el sofá y nos sentamos, luego me empuja hacia él. Toma de mis manos el celular y presiona varios botones antes de colocar el teléfono en su oreja.


—Hola, soy Pedro. Gonzalo está bien. —Se detiene por unos segundos—. Sí, ella está bien. Le diré que la llame en la mañana. —Un par de segundos más pasan, y dice adiós. Coloca el celular en el sofá junto a él—. Tu mamá.


Asiento. Ya lo sabía.


Y ese simple gesto, él llamando a mi mamá, sólo me hizo
enamorarme aún más.


Besa la parte superior de mi cabeza, frotando mi brazo arriba y abajo, tranquilizándome.


—Gracias, Pedro —le digo.


No dice con gusto, porque no piensa que haya hecho nada que merezca agradecerle.


—¿Los conocías? —pregunto—. ¿A la tripulación a bordo?


—No. Eran de un centro diferente. Los nombres no me sonaron familiares.


Mi teléfono vibra, así que Pedro me lo da. Lo miro, y hay un mensaje de Gonzalo.


Gonzalo: En caso de que hayas escuchado sobre el avión, sólo quería que supieras que estoy bien. Llamé a la sede y Pedro también lo está. Por favor dile a mamá si escucha sobre ello. Te amo.


Recibir sus textos me llena aún más de alivio, ahora que sé con cien por ciento de seguridad que está bien.


—Es un texto de Gonzalo —le digo a Pedro—. Dice que estás bien. En caso de que estuviera preocupada.


Pedro se ríe. —¿Entonces me checó? —dice con una sonrisa—. Sabía que no podía odiarme por siempre.


Sonrío. Me encanta que Gonzalo quería que supiera que Pedro se encontraba bien.


Pedro continúa abrazándome, y saboreo cada segundo de ello.


—¿Cuándo planea venir a casa?


—No en dos días más —digo—. ¿Cuánto tiempo has estado en casa?


—Como dos minutos —dice—. Solo conecté mi teléfono para cargarse cuando llamaste.


—Me gusta que estés de regreso.


No responde. No dice que le gusta estar de regreso. En lugar de decir algo que tal vez me de falsa esperanza, solo me besa.


—Sabes —dice, jalándome a su regazo—, odio las circunstancias alrededor de la razón por la que probablemente no tuviste tiempo de ponerte pantalones, pero me encanta que no tengas pantalones. —Sus
manos se deslizan por mis muslos, y me acerca más hasta que estamos emparejados. Besa la punta de mi nariz, luego mi barbilla.


—¿Pedro? —Paso mis manos por su cabello y desciendo hacia su cuello, luego me detengo en sus hombros—. También me aterraba que fueras tú —susurro—. Es la razón por la que estoy feliz de que regresaras.


Sus ojos se suavizan, y las líneas de preocupación entre ellos desaparecen. Tal vez no sepa de su pasado o su vida, pero definitivamente noto que no ha llamado a nadie para decirle que está bien. Eso me pone triste por él.


Sus ojos caen de los míos y se asientan en mi pecho. Traza el contorno superior de mi camisa, luego lentamente la saca por mi cabeza.


Ya no tengo nada más que bragas puesto. Se inclina hacia adelante, envuelve su brazo alrededor de mi espalda, y me hala contra su boca. Sus labios se cierran con suavidad sobre mi pezón, y mis ojos se cierran involuntariamente. Escalofríos envuelven mi piel mientras sus manos comienzan a explorar cada parte de mi espalda y muslos. Su boca traza un camino hacia mi otro pecho, justo mientras sus manos se deslizan en mis pantaletas hacia mis caderas.


—Creo que tengo que romper esto, porque seguro que no quiero que te bajes de mi regazo —dice.


Sonrío. —Bien por mí. Tengo más de donde vinieron estas.


Puedo sentir su risa contra mi piel mientras sus manos jalan el elástico de mis bragas. Jala un costado pero falla en romperlo. Intenta rasgando el otro lado para quitármelas, pero nada cede.


—Me estás haciendo calzón chino —digo, riendo.


Deja salir un suspiro frustrado. —Siempre es mucho más sexy cuando lo hacen en televisión.


Me reacomodo y me siento más derecha. —Inténtalo otra vez — animo—. Tú puedes, Pedro.


Agarra el lado izquierdo de mis pantaletas y jala fuerte.


—¡Auch! —grito, acurrucándome en dirección de dolor para
aminorar el daño que el elástico le hizo a mi costado derecho.


Se ríe de nuevo y deja caer su rostro en mi cuello. —Lo lamento — dice—. ¿Tienes tijeras?


Hago una mueca de dolor ante la idea de viniera hacia mí con tijeras. Me deslizo en él y bajo de su regazo, luego me quito la ropa interior, pateándola para alejarla.


—Mirarte hacer eso valió totalmente mi intento fallido de ser sexy — dice.


Sonrío. —Tu intento fallido de ser sexy, de hecho te hizo sexy.


Mi comentario lo hace reír otra vez. Camino de nuevo hacia él y me subo a su regazo. Me reposiciona para que lo monte a horcajadas de nuevo. —¿Mis fallas te prenden? —pregunta, probando.


—Oh, sí —murmuro—. Tan caliente.




*****



Me quedé dormida en mi cama.


Al lado de Pedro.


Ninguno de los dos se había quedado dormido antes, luego de todo.


Uno siempre se va. Tanto como intento convencerme de que no significa nada, sé que lo hace. Cada vez que estamos juntos, tengo un poquito más de él. Bien sea un destello de su pasado, o pasar tiempo sin el sexo o incluso al estar dormidos, me está dando más y más de él, poco a poco.


Siento que es tanto bueno como malo. Es bueno porque quiero y necesito mucho más de él, cada poquito que tengo es suficiente para satisfacerme cuando comienzo a preocuparme por todo lo que no tengo de él. Pero es malo también, porque cada vez que tengo un poco más de él, otra parte suya se aleja. Puedo verlo en sus ojos, se preocupa de estar dándome esperanzas, y tengo miedo de que eventualmente simplemente decida alejarse.



Todo con Pedro se desmoronará.


Es inevitable. Es muy determinado sobre las cosas que no quiere de la vida, y estoy comenzando a entender cuán serio es al respecto. Así que, por mucho que intente proteger mi corazón de él, es inútil. Lo va a romper eventualmente, si le sigo permitiendo llenarlo. Cada vez que estoy con él, llena mi corazón más y más, y mientras más lo llena, más doloroso será cuando lo saque de mi pecho, como si, en primer lugar, no perteneciera ahí.


Escucho la vibración de su teléfono y lo siento rodarse para
alcanzarlo en la mesa de noche junto a él. Cree que estoy dormida, así que no le doy razón para pensar lo contrario.


—Hola —susurra. Hay una larga pausa, y comienzo a entrar en pánico internamente, preguntándome con quién habla—. Sí, lo siento. Debí llamar. Imaginé que dormías.


Ahora mi corazón está en mi garganta, haciendo su camino hacia mi boca, intentando escapar de Pedro y yo, de toda esta situación. Mi corazón sabe, por mi reacción a su llamada telefónica, que está en problemas. Mi corazón acaba de ir a modo luchar-o-volar, y justo ahora, hace todo lo que puede para correr.


No culpo a mi corazón ni un poco.


—Te quiero, papá.


Mi corazón se desliza hacia mi garganta y regresa de nuevo a mi pecho. Por ahora está feliz. Estoy feliz. Feliz de que, de hecho, tenga alguien a quien llamar.


En el mismo momento, me recuerdo de lo poco que sé de él. Lo poco que me muestra. Lo mucho que se esconde de mí, así que cuando finalmente me rompa, no será su culpa.


Tampoco será una ruptura rápida. Sera tan lenta y dolorosa, llena de tantos momentos como esos que rompen de adentro hacia afuera.


Momentos cuando él cree que estoy dormida y se desliza de mi cama.


Momentos cuando mantengo los ojos cerrados pero escucho mientras se pone la ropa. Momentos cuando me aseguro de que mi respiración permanezca regular, en caso de que me esté mirando cuando se agacha para besar mi frente.


Momentos en los que se va.


Porque siempre se va.



CAPITULO 44


PAULA


Caigo en la silla al lado de Cap, aún vestida de pies a cabeza con mi uniforme. Tan pronto como llegué a casa del trabajo, estudié por dos horas seguidas. Ya son más de las diez, y no he cenado aún, que es por lo que estoy sentada al lado de Cap justo ahora, porque ya conoce mis hábitos y
había ordenado pizza para los dos.


Le doy una rebanada y tomo la mía, luego cierro la caja y la coloco en el suelo frente a mí. Meto un gran pedazo en mi boca, pero Cap observa la rebanada en su mano.


—Es realmente triste que una pizza llega más rápido a ti que la policía —dice—. Ordené esta hace sólo diez minutos. —Le da una mordida y cierra los ojos como si fuera la mejor cosa que haya probado.


Los dos terminamos nuestras rebanadas, y me estiro para tomar otra. Niega con la cabeza cuando le ofrezco una segunda rebanada, entonces la pongo de vuelta en la caja.


—¿Entonces? —dice—. ¿Algún progreso entre el chico y su amigo?


Me hace reír que constantemente se refiere a Pedro como el chico.


Asiento y respondo con la boca llena. —Más o menos —digo—. Tuvieron una exitosa noche de juegos, pero creo que sólo fue exitosa porque Pedro pretendió que yo no estaba allí durante todo el rato. Sé que está tratando de respetar a Gonzalo, pero me hace sentir un poco como mierda en el proceso, ¿sabes?


Cap asiente como si entendiera. No estoy segura de que sea así, pero me gusta que siempre escuche tan atentamente. —Por supuesto, me escribió todo el tiempo en que estaba en la sala de estar sentado al lado de Gonzalo, así que supongo que tengo eso. Pero luego hay semanas como esta semana, en que ni siquiera está en el mismo estado, y es como si no existiera para él. Nada de mensajes. Nada de llamadas. Estoy muy segura de que sólo piensa en mí cuando estoy a diez metros de él.


Cap niega con la cabeza. —Lo dudo. Apuesto a que ese chico piensa en ti mucho más de lo que deja ver.


Me gustaría creer que esas palabras fueran ciertas, pero no estoy muy segura de que lo sean.


—Pero si no lo hace… —dice Cap—, no puedes estar enojada con él por eso. No fue parte del acuerdo, ¿cierto?


Ruedo los ojos. Odio que siempre me traiga de vuelta al hecho de que Pedro no es el que rompe las reglas o los acuerdos. Soy yo la que tiene problemas con nuestros acuerdos, y esa no es culpa de nadie más que mía.


—¿Cómo me metí en este desastre? —pregunto, sin necesitar siquiera una respuesta. Sé cómo me metí en este desastre. También sé cómo salirme de él… es sólo que no quiero.


—Has escuchado la expresión, “¿Cuando la vida te da limones…?”


—Haz limonada —digo, terminando la frase.


Cap me mira y niega con la cabeza. —No es así como va —dice—. Cuando la vida te da limones, asegúrate de saber en los ojos de quién exprimirlos.


Me río, tomo otra rebanada de pizza, y me pregunto cómo diablos terminé con un hombre de ochenta años como mejor amigo.