martes, 30 de septiembre de 2014
CAPITULO 10
PAULA
Han pasado dos semanas desde que vi a Pedro, pero sólo dos segundos desde la última vez que he pensado en él.
Parece trabajar tanto como Gonzalo, y aunque es agradable tener el lugar para mí de vez en cuando, también lo es cuando Gonzalo no está trabajando y realmente hay alguien con quien hablar. Diría que es lindo cuando Gonzalo y Pedro no están fuera del trabajo, pero no ha sucedido desde que he vivido aquí.
Hasta ahora.
—Su papá está trabajando y él no lo hará hasta el lunes —dice Gonzalo. No tenía idea de que había invitado a Pedro a ir a casa con nosotros para Acción de Gracias hasta este momento. Está tocando la puerta del apartamento de Pedro—. No tiene nada más que hacer.
Estoy bastante segura de que asiento después de escuchar esas palabras, pero me giró y camino en línea recta hacia el ascensor. Tengo miedo de que cuando Pedro abra la puerta, mi emoción por el hecho de que vendrá con nosotros será transparente.
Estoy en el ascensor, en la pared más alejada, cuando ambos entran. Pedro me ve y asiente, pero es todo lo que consigo. La última vez que hablé con él, volví las cosas completamente incómodas entre nosotros, así que no digo ni una palabra. También trato de no verlo fijamente, pero
es muy difícil concentrarse en otra cosa. Está vestido casualmente con una gorra de béisbol, pantalones vaqueros y una camiseta de los 49ers. Sin embargo, creo que ese es el por qué encuentro difícil de apartar la mirada, porque los chicos siempre me han parecido más atractivos cuando ponen menos esfuerzo en tratar de serlo.
Mis ojos dejan su ropa y encuentran su mirada fija, concentrada. No sé si sonreír con vergüenza o mirar hacia otro lado, así que simplemente opto por copiar su próximo movimiento, esperando que aparte la mirada primero.
No lo hace. Sigue mirándome en silencio durante el resto del viaje en ascensor, y yo obstinadamente hago lo mismo. Cuando finalmente llegamos a la planta baja, estoy aliviada de que de salga primero, porque tengo que inhalar una respiración muy profunda, teniendo en cuenta que no he respirado en por lo menos sesenta segundos.
—¿A dónde se dirigen ustedes tres? —pregunta Cap una vez que todos bajamos del ascensor.
—A casa, en San Diego —dice Gonzalo—. ¿Tienes plantes para Acción de Gracias?
—Va a ser un día muy ocupado para los vuelos —dice Cap—. Calculo que estaré aquí trabajando. —Me da un guiño y yo le guiño de vuelta antes de que desplace su atención a Pedro—. ¿Y tú, muchacho? ¿Te diriges a tu casa?
Pedro lo observa en silencio, de la misma manera silenciosa en que me miraba fijamente en el elevador. Eso me decepciona enormemente, porque por un momento, tuve una pequeña luz de esperanza de que Pedro me miraba como lo hacía porque sentía la misma atracción que yo siento cuando estoy cerca de él. Pero ahora, viendo su enfrentamiento visual con Cap, estoy casi segura de que no quiere decir que Pedro se siente atraído por una persona simplemente por quedarse viéndola descaradamente.
Pedro aparentemente sólo mira a todo el mundo de esta forma.
Unos muy silenciosos y torpes cinco segundos siguen, y ninguno de los dos habla. ¿Quizás a Pedro no le gusta que se refieran a él como “muchacho”?
—Ten una buena Acción de Gracias, Cap —pronuncia finalmente Pedro, sin siquiera molestarse en responder a la pregunta. Se da la vuelta y comienza a caminar a través del vestíbulo con Gonzalo.
Miro a Cap y me encojo de hombros. —Deséame suerte —le digo en voz baja—. Parece que el Sr. Alfonso podría estar teniendo otro mal día.
Cap sonríe. —No —dice, retrocediendo un paso hacia su silla—. A algunas personas simplemente no les gustan las preguntas, es todo. —Se deja caer y me da un saludo de despedida. Lo saludo de vuelta antes de caminar hacia la salida.
No puedo decir si Cap excusa a Pedro por su comportamiento grosero porque él le gusta, o si simplemente excusa a todos.
—Conduciré hasta allí, si quieres —le dice Pedro a Gonzalo cuando todos llegamos al coche—. Sé que no has dormido todavía. Puedes conducir de regreso mañana.
Gonzalo está de acuerdo y Pedro abre la puerta del lado del conductor.
Me subo al asiento de atrás y trato de averiguar dónde sentarme. No sé si debería sentarme directamente detrás de Pedro, en medio, o detrás de Gonzalo. En cualquier lugar que me siente, lo siento. Él está en todas partes.
Todo es Pedro.
Eso es lo que pasa cuando una persona desarrolla una atracción hacia alguien. Él es nada y, de repente, está en todas partes, ya sea si quieres que lo esté o no.
Esto me hace preguntarme si estoy en cualquier lugar para él, pero el pensamiento no dura mucho. Puedo decir cuando un hombre se siente atraído por mí y Pedro, definitivamente, no entra en esa categoría. Es por eso que tengo que encontrar la forma de detener lo que sea que siento cuando estoy cerca de él. La última cosa que quiero ahora mismo es un enamoramiento por un tonto chico cuando apenas tengo tiempo para centrarme en el trabajo y la escuela.
Saco un libro de bolsillo de mi cartera y empiezo a leer. Pedro enciende la radio y Gonzalo coloca su asiento hacia atrás y mueve sus pies sobre el salpicadero. —No me despierten hasta que estemos allí —dice, poniendo su gorra sobre sus ojos.
Echo un vistazo a Pedro, que está ajustando el espejo retrovisor. Se da la vuelta y mira detrás de nosotros para retirarse del lugar, y sus ojos se encuentran con los míos brevemente.
—¿Estás cómoda? —pregunta. Se da la vuelta antes de que mi respuesta llegue y pone el coche en marcha, entonces me mira por el espejo retrovisor.
—Sip —digo. Me aseguro de mostrar una sonrisa al final de la palabra. No quiero que piense que estoy molesta porque vino, pero es difícil para mí no parecer cerrada cuando estoy cerca de él, ya que trato muy duro estarlo.
Mira hacia delante, y yo vuelvo a mi libro.
Treinta minutos pasan y el movimiento del automóvil acompañado de mi intento de leer está causándome dolor de cabeza. Dejo el libro a mi lado y vuelvo a acomodarme en el asiento trasero. Apoyo la cabeza hacia atrás y subo mis pies sobre la consola entre Pedro y Gonzalo. Él mira hacia
mí por el espejo retrovisor y sus ojos se sienten como si fueran manos, corriendo por cada centímetro de mí. Sostiene su mirada por no más de dos segundos, luego vuelve a ver la carretera.
Odio esto.
No tengo idea de lo que pasa por su cabeza. Nunca sonríe. Nunca se ríe. No coquetea. Su rostro se ve como si mantuviera un velo constante entre sus expresiones y el resto del mundo.
Siempre he sido una fanática de los chicos callados. En primer lugar, porque la mayoría de los hombres hablan demasiado, y es doloroso tener que sufrir a través de cada pensamiento que pasa por sus cabezas.
Sin embargo, Pedro me hace desear que no fuera tan callado. Quiero conocer todos los pensamientos que pasan por su cabeza. Especialmente el pensamiento que está ahí ahora mismo, escondiéndose detrás de esa inquebrantable expresión estoica.
Todavía estoy viéndolo por el espejo retrovisor, tratando de
entenderlo, cuando me mira de nuevo. Bajo la mirada hacia mi teléfono, un poco avergonzada de que me atrapó viéndolo. Pero ese espejo es como un imán y maldita sea si mis ojos no se disparan hacia allí otra vez.
Al segundo que observo el espejo de nuevo, él también está mirando.
Bajo la mirada.
Mierda.
Este viaje está a punto de ser el más largo de toda mi vida.
Lo hago por tres minutos, luego vuelvo a mirar.
Mierda. Lo hace también.
Sonrío, divertida por cualquiera que sea este juego que estamos jugando.
Él sonríe, también.
Él.
Sonríe.
También.
Pedro mira de vuelta al camino, pero su sonrisa se mantiene durante varios segundos. Lo sé porque no puedo dejar de observarlo fijamente.
Quiero tomar una foto de su sonrisa antes de que desaparezca de nuevo, pero eso sería raro.
Baja su brazo para descansarlo en la consola, pero mis pies están en su camino. Me empujo con mis manos. —Lo siento —le digo, mientras comienzo a retirarlos.
Sus dedos se envuelven alrededor de mi pie descalzo, deteniéndome.
—Estás bien —dice.
Su mano todavía está envuelta alrededor de mi pie. Me quedo observándolo una vez más.
Santo infierno, su pulgar se acaba de mover. Lo movió
deliberadamente, acariciando un lado de mi pie. Mis muslos se aprietan juntos, mi respiración se detiene en mis pulmones y mis piernas se tensan, porque maldita sea si su mano simplemente no acarició mi pie antes de que la apartara.
Tengo que masticar el interior de mi mejilla para no sonreír.
Creo que te sientes atraído por mí, Pedro.
CAPITULO 9
PEDRO
Seis años antes…
Cenamos, pero es incómodo.
Lisa y papa intentan incluirnos en la conversación, pero ninguno
de nosotros está de ánimo para hablar. Miramos fijamente
nuestros platos. Empujamos
la comida con los tenedores.
No queremos comer.
Papá le pregunta a Lisa si quiere ir a sentarse atrás.
Lisa dice que sí.
Lisa le pide a Romina que me ayude a limpiar la mesa.
Romina dice que de acuerdo.
Llevamos los platos a la cocina.
Estamos en silencio.
Romina se recuesta contra el mostrador mientras cargo el lavavajillas.
Me observa hacer lo mejor que puedo por ignorarla. Ella no se da cuenta
de que está en todos lados. Está en todo. Cada cosa se ha
convertido en Romina.
Me consume.
Mis pensamientos ya no son pensamientos.
Mis pensamientos son Romina.
No puedo enamorarme de ti, Romina.
Miro el fregadero. Quiero mirar a Romina.
Respiro. Quiero respirar a Romina.
Cierro los ojos. Sólo veo a Romina.
Me lavo las manos. Quiero tocar a Romina.
Me seco las manos con una toalla antes de girarme y enfrentarla.
Sus manos agarran el mostrador detrás de ella. Las mías están
cruzadas contra mi pecho.
—Son los peores padres en el mundo —susurra.
Su voz se rompe.
Mi corazón se rompe.
—Despreciables —le digo.
Se ríe.
No se supone que me enamore de tu risa, Romina.
Suspira. También me enamoro de eso.
—¿Cuánto hace que se están viendo? —le pregunto.
Ella será honesta.
Se encoge de hombros. —Cerca de un año. Ha sido a larga distancia hasta
que nos mudamos más cerca de él.
Siento el corazón de mi madre romperse.
Lo odiamos.
—¿Un año? —le pregunto—. ¿Estás segura?
Asiente.
No sabe sobre mi madre. No le puedo decir.
—¿Romina?
Digo su nombre en voz alta, justo como quise hacerlo desde
el segundo en que la conocí.
Continúa mirándome fijamente. Traga, entonces
respira un bajo—: ¿Sí?
Doy un paso hacia ella.
Su cuerpo reacciona. Es un poco más alta pero no por mucho. Su
respiración
es más pesada pero no demasiado. Sus mejillas se ruborizan
pero no tanto.
Todo justo lo suficiente.
Mis manos encajan en su cintura. Mis ojos buscan los suyos.
No me dicen que no, así que lo hago.
Cuando mis labios tocan los suyos, es tantas cosas. Es bueno,
malo,
correcto, equivocado y
vengativo.
Inhala, robando un poco de mi aliento. Respiro en ella,
dándole más. Nuestras lenguas se tocan y nuestra culpa se entrelaza
y mis dedos se deslizan por el cabello que Dios hizo específicamente
para ella.
Mi nuevo sabor favorito es Romina.
Mi nueva cosa favorita es Romina.
Quiero a Romina para mi cumpleaños. Quiero a Romina para navidad.
Quiero
a Romina para mi graduación.
Romina, Romina, Romina.
Voy a enamorarme de ti de todas formas, Romina.
Las puestas traseras se abren.
Suelto a Romina.
Ella me suelta, pero sólo físicamente. Todavía puedo sentirla en todos
los demás sentidos.
Aparto la mirada de ella, pero todo sigue siendo Romina.
Lisa entra en la cocina. Luce feliz.
Tiene derecho a estar feliz. No es la que murió.
Lisa le dice a Romina que es hora de irse.
Me despido de ambas, pero mis palabras son sólo para Romina.
Ella lo sabe.
Termino con los platos.
Le digo a mi padre que Lisa es agradable.
Todavía no le digo que lo odio. Quizás nunca lo haga. No quiero
saber qué bien haría decir que ya no lo
veo de la misma forma.
Ahora él sólo es… normal. Humano.
Tal vez ese es el rito de paso antes de que te conviertas en un hombre
—darte cuenta de que tu padre no tiene la vida descubierta
mucho más que tú.
Voy a mi habitación. Saco el teléfono, y le escribo a Romina.
Yo: ¿Qué haremos mañana por la noche?
Romina: ¿Mentirles?
Yo: ¿Podemos vernos a las siete?
Romina: Sí.
Yo: ¿Romina?
Romina: ¿Sí?
Yo: Buenas noches.
Romina: Buenas noches, Pedro.
Apago el teléfono, porque quiero que ese sea el último mensaje de
texto
que reciba esta noche. Cierro los ojos.
Estoy cayendo, Romina.
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