lunes, 13 de octubre de 2014

CAPITULO 40



PEDRO


Seis años antes…



—¿Por qué es todo amarillo?
Mi padre está de pie en la puerta de la habitación de Romina,
mirando las pocas cosas que hemos recogido en los meses transcurridos
desde
que sabe del embarazo. —Parece que un pájaro vomitó
aquí.
Romina se ríe. Se encuentra de pie en el espejo del baño, poniéndole
los toques finales a su maquillaje. He estado sobre su cama,
mirándola.
—No queremos saber si es niño o una niña, por lo que estamos comprando
colores neutrales sin género.
Romina responde la pregunta de mi papá como si fuera una más de tantas,
pero ambos sabemos que es la primera. Él no ha preguntado por el
embarazo. No pregunta por nuestros planes. Por lo general, sale
de la habitación si Romina y yo nos encontramos allí.
Lisa no es muy diferente. Ella no está más allá del punto de
desilusión o tristeza todavía, así que no la presionamos. Tomará
tiempo, así que Romina y yo se lo estamos dando.
En este momento, Romina sólo me tiene a mí para hablar sobre el bebé, y
yo sólo la tengo a ella, y aunque eso parece muy poco, es
más que suficiente para ambos.
—¿Cuánto tiempo durará la ceremonia? —pregunta mi papá.
—No más de dos horas —le digo.
Él dice que deberíamos irnos.
Le digo que en cuanto Romina esté lista, podemos irnos.
Romina dice que está lista.
Nos vamos.



***



—Felicitaciones —le digo a Romina.
—Felicitaciones —me dice.
Los dos nos graduamos hace tres horas. Ahora estamos sentados sobre mí
cama, pensando en nuestro próximo paso. O al menos yo, de todos modos.
—Vamos a vivir juntos —le digo.
Ella se ríe. —Ya vivimos juntos, Pedro —señala.
Niego con la cabeza. —Sabes lo que me refiero. Sé que ya
tenemos planes para después de empezar la universidad en Agosto, pero
creo que deberíamos hacerlo ahora.
Se levanta sobre un codo y me mira, probablemente intentando
leer mi expresión para ver si lo que digo es en serio.
—¿Cómo? ¿A dónde iremos?
Me estiro hacia mi mesita de noche y abro el cajón de arriba. Saco
la carta y se la entrego.
Ella empieza a leer en voz alta.
Estimado Sr. Alfonso,
Me mira, y sus ojos se abren.
Felicitaciones por su registro de verano. Nos complace
informarle que su solicitud de vivienda familiar ha sido
procesada y aprobada.
Romina sonríe.
Adjunto encontrará un sobre de retorno y los trámites
finales que tendrán que ser devueltos por el matasellos
en fecha.
Romina ve el sobre y rápidamente le da un vistazo a
la documentación adjunta. Luego vuelve a girarla.
Esperamos con interés recibir los formularios completados. Nuestro
contacto
con la información se encuentra debajo en caso de que tenga alguna
pregunta.
Atentamente,
Paige Donahue, Registrador
Romina cubre su sonrisa con la mano y pone la carta
a un lado, luego se inclina hacia adelante y me abraza.
—¿Tenemos que mudarnos ahora? —dice.
Me encanta cómo la emoción evidente arropa en su voz.
Le digo que sí. Romina se alivia. Ella sabe tan bien como yo cómo
de torpes las próximas semanas habrían sido en la misma
casa que nuestros padres.
—¿Le has preguntado ya a tu padre?
Le digo que se olvida que somos adultos ahora. Ya no tenemos
que pedirles permiso. Sólo tenemos que informarlo.
Romina dice que quiere informales en este momento.
Tomo la mano de Romina, y caminos juntos a la sala de estar
y le informamos a nuestros padres que nos mudamos.
Juntos.

CAPITULO 39



Todavía estoy de pie en la puerta de mi dormitorio, mirando a Gonzalo como si pudiera volar a través de esta sala y derribarlo de un golpe.


Gonzalo me perfora con una mirada tan firme como su postura. —No sabes lo que es ser un hermano, Paula —dice—. No te atrevas a decirme que no estoy autorizado a estar enojado. —Da un paso atrás a su dormitorio y cierra la puerta de un golpe.


Parpadeo rápido, luchando por contener las lágrimas de ira a causa de Gonzalo, lágrimas de dolor a causa de Pedro, y lágrimas de vergüenza a causa de las decisiones egoístas que hice por mí misma. Me niego a llorar delante de cualquiera de ellos.


Camino a la cocina y recupero mi camisa, y luego tiro de ella encima de mi cabeza mientras me dirijo hacia la puerta principal y el pasillo.


Llamo a su puerta, y Pedro la abre inmediatamente. Ve detrás de mí, como esperando ver a Gonzalo allí de pie, entonces se hace a un lado y me deja entrar.


—Ya lo superará —le digo después de que cierra la puerta.


—Lo sé —dice en voz baja—. Pero no va a ser lo mismo. —Pedro camina hacia el salón y se sienta en su sofá, así que lo sigo y me siento junto a él. No tengo ninguna palabra de consejo, ya que tiene razón. Las cosas más que probable no serán las mismas entre él y Gonzalo. Me siento una mierda por ser la razón de ello.


Pedro suspira mientras saca la mano de su regazo. 


Entrelaza sus dedos con los míos. —Paula —dice—. Lo siento.


Lo miro, sus ojos ascienden y se encuentran con los míos. —¿Por qué?


No sé por qué estoy actuando como que no sé lo que está pasando.


Sé exactamente lo que está diciendo.


—Cuando Gonzalo preguntó si planeaba amarte —dice—. Lo siento, no pude decir que sí. Simplemente no quería mentirle a ninguno de los dos.


Niego. —Has sido más que honesto acerca de lo que quieres de mí, Pedro. No puedo estar enojada contigo por eso.


Inhala profundo mientras se pone de pie y comienza a caminar por la sala de estar. Me quedo en el sofá y lo observo mientras ordena sus pensamientos. Con el tiempo se detiene, y coloca las manos detrás de la cabeza. —Tampoco tenía derecho a interrogarte sobre ese tipo. No permito que me cuestiones a mí o a mi vida, así que no tengo derecho a cuestionar la tuya.


No discuto con esa lógica.


—Es sólo que no sé qué hacer con lo que hay entre nosotros. —Da un paso hacia mí, y me pongo de pie. Envuelve los brazos alrededor de mis hombros y me abraza contra su pecho—. No sé una manera fácil, o incluso buena de decirlo, pero lo que le dije a Gonzalo es la verdad. Nunca amaré a nadie. No vale la pena para mí. Pero estoy siendo injusto contigo. Sé que estoy jugando con tu cabeza, y sé que te he hecho daño, y lo siento por eso. Simplemente me gusta estar contigo, pero cada vez que estoy contigo,
tengo miedo que veas más de lo que realmente es.


Sé que debería tener algún tipo de reacción a todo lo que acaba de decir, pero todavía me encuentro procesando sus palabras. Todas y cada una de sus admisiones deberían ser tener una bandera roja, ya que todas también fueron acompañadas de la dura verdad de que no tiene planes de
amarme o tener una relación conmigo, pero la bandera roja no se levanta.


La verde sí.


—¿Se trata específicamente de no querer amarme a mí, o se trata del amor, en general, lo que no quieres experimentar?


Me aleja de su pecho para poder mirarme mientras contesta mi pregunta. —El amor en general es lo que no quiero, Paula. Nunca. Sólo eres tú específicamente lo que... quiero.


Me enamoro y desenamoro, y con esa respuesta me vuelvo a enamorar.


Estoy tan jodida. Todo lo que dice debería enviarme a correr, pero en cambio, me da ganas de envolver mis brazos a su alrededor y darle lo que sea que esté dispuesto a tomar de mí. Estoy mintiéndole a él, me estoy mintiendo a mí misma, y no le sirvo a ninguno de los dos, pero no puedo
detener las palabras que salen de mi boca.


—Puedo manejar esto, siempre y cuando se mantenga simple — digo—. ¿Cuándo haces esa mierda que hiciste hace unas semanas? ¿De alejarte y cerrar la puerta? Eso no es hacer que sea simple, Pedro. Cosas así hacen que todo sea complicado.


Asiente, contemplando lo que he dicho. —Simple —dice, poniendo la palabra en torno a su boca—. Si puedes hacerlo simple, yo puedo hacerlo simple.


—Bueno —digo—. Y cuando se vuelva demasiado difícil para cualquiera de nosotros, vamos a terminarlo por siempre.


—No estoy preocupado de que sea demasiado difícil para mí —dice— Estoy preocupado de que se vuelva demasiado difícil para ti.


Estoy preocupada por mí también, Pedro. Pero quiero el aquí y ahora contigo mucho más de lo que me importa cómo me afectará en el final.


Con ese pensamiento, de repente imagino mi única regla. Él ha tenido sus límites todo este tiempo, protegiéndose de la vulnerabilidad que he sufrido.


—Creo que por fin tengo mi única regla —digo. Me mira y levanta una ceja, esperando a que hable—. No me vengas con la falsa esperanza de un futuro —digo—. Especialmente si sabes en tú corazón que nunca tendremos uno.


Su postura se endurece inmediatamente. —¿He hecho eso? — pregunta, verdaderamente preocupado—. ¿Te he dado falsas esperanzas antes?


Sí. Hace treinta minutos, cuando me miraste a los ojos todo el tiempo que estuviste dentro de mí.


—No —digo rápidamente—. Sólo asegúrate de no hacer o decir cosas que me harían creer lo contrario. Mientras que ambos veamos esto como lo que es, creo que estaremos bien.


Me mira en silencio por un rato, estudiándome. Evaluando mis palabras. —No puedo entender si es que eres muy madura para tu edad o si realmente estás delirando.


Me encojo de hombros, guardando mis delirios muy dentro de mi pecho. —Una mezcla saludable de ambas, estoy segura.


Aprieta los labios contra el lado de mi cabeza. —Esto se siente realmente jodido decirlo en voz alta, pero te prometo que no te daré esperanzas, Paula.


Mi corazón frunce el ceño ante sus palabras, pero mi cara fuerza una sonrisa.


—Bueno —digo—, tienes problemas del tipo que me asustan, y algún día prefiero enamorarme de un hombre emocionalmente estable.


Ríe. Seguramente porque sabe que las probabilidades de encontrar a alguien que pueda aguantar este tipo de relación, si se puede llamar así, es extremadamente bajo. Pero de alguna manera, la única chica que podría estar bien con él, acaba de atravesar el salón por él. Y a él realmente le gusta ella.


Te gusto, Pedro Alfonso.


*****

Gonzalo se enteró —digo mientras tomo lo que se ha convertido en mi lugar habitual junto a Cap.


—Uh-oh —dice él—. ¿El chico aún está vivo?


Asiento. —Por ahora. Sin embargo, no estoy segura de cuánto tiempo va a durar.


Las puertas del vestíbulo se abren, y veo a Augusto entrar. Se quita el sombrero de su cabeza y sacude la lluvia mientras camina hacia el ascensor.


—A veces desearía que los vuelos que envío se estrellaran —dice Cap, mirando a Augusto.


Supongo que a Cap no le gusta Augusto, tampoco. Estoy empezando a sentirme un poco mal por Augusto.


Él nos ve justo antes de llegar a los ascensores. Cap se mueve para pulsar el botón, pero Augusto llega antes que él. —Soy bastante capaz de buscar mi propio ascensor, viejo —dice.


Vagamente recuerdo haber tenido un breve pensamiento hace diez segundos acerca de Augusto y cómo sentía lástima por él. Me retracto.


Augusto me mira y guiña un ojo. —¿Qué haces, Paula?


—Lavando elefantes —digo con cara seria.


Augusto me lanza una mirada confusa, en absoluto comprendiendo mi respuesta aleatoria.


—Si no quieres una respuesta sarcástica —le dice Cap—, no hagas una pregunta estúpida.


Las puertas del ascensor se abren, y Augusto nos rueda los ojos antes de entrar al ascensor.


Cap rueda los ojos en mi dirección, y sonríe. Sostiene la palma de su mano hacia arriba, y yo choco los cincos con él.