martes, 7 de octubre de 2014

CAPITULO 26




Finalmente llegamos a mi coche, y se acerca a la puerta del
conductor conmigo, todavía protegiéndome de la lluvia. Una vez que estoy en el interior, él se apresura hacia el lado del acompañante. Cuando nuestras dos puertas están cerradas, el silencio dentro del coche aumenta la intensidad de nuestra pesada respiración. Pongo mis manos detrás de
mi cabeza y me recojo el pelo, luego escurro el exceso de agua. Ésta baja por el cuello, la espalda y el asiento. Es la primera vez que estoy aliviada de tener asientos de cuero en California.


Dejo caer mi cabeza hacia atrás y suspiro fuertemente, después de robar una mirada en su dirección. —Creo que nunca he estado tan mojada en mi vida.


Observo como una lenta sonrisa se extiende por su rostro. Sus pensamientos obviamente se desploman en lo más vulgar con esa afirmación.


—Pervertido —susurro juguetonamente.


Eleva la ceja y sonríe. —Por tu culpa. —Me alcanza a través del asiento y envuelve sus dedos alrededor de mi muñeca, tirando de mí hacia él—. Ven aquí.


Hago un rápido inventario de lo que nos rodea, pero la lluvia cae con tanta fuerza que ni siquiera puedo ver lo que hay afuera. Eso significa que nadie puede ver hacia dentro.


Me ajusto en la parte superior de él, a horcajadas sobre su regazo, mientras él mueve el asiento hacia atrás todo lo que puede. Sin embargo, no me besa. Sus manos se deslizan por mis brazos y vienen a descansar en mis caderas.


—Nunca he tenido relaciones sexuales en un coche antes —dice con un poco de esperanza en su confesión.


—Nunca he tenido relaciones sexuales con un Capitán antes —le ofrezco.


Pasa sus manos debajo de mi blusa del uniforme, deslizándola por mi estómago, hasta que se reúne con mi sujetador. Ahueca ambos pechos, luego se inclina hacia adelante y me besa. Su beso no dura mucho, porque lo rompe para hablar de nuevo. —Nunca he tenido relaciones sexuales como Capitán antes.


Sonrío. —Nunca he tenido relaciones sexuales en uniforme antes.


Sus manos se deslizan en torno a mi espalda, y las mete por la cinturilla del pantalón. Empuja mis caderas hacia él, al mismo tiempo que se levanta a sí mismo muy ligeramente, provocando de inmediato que mi agarre sea más fuerte alrededor de sus hombros y un jadeo pase por mis labios. Su boca se mueve a mi oído mientras sus manos vuelven a crear el ritmo sensual entre nosotros, tirando mis caderas hacia delante de nuevo.


—Aunque te ves tan sexy en el uniforme, me gustaría mucho más tener sexo contigo con absolutamente nada.


Estoy avergonzada por la facilidad con la que sólo sus palabras pueden hacerme gemir. También estoy avergonzada de lo rápido que su voz me puede deshacer, hasta el punto en que probablemente quiero que mi ropa desaparezca más de lo que él lo hace. —Por favor, dime que has venido preparado —digo, mi voz ya pesada de deseo.


Niega con la cabeza. —Sólo porque sabía que iba a verte esta noche no significa que viniera con expectativas —De inmediato me lleno de decepción. Se levanta fuera del asiento y desliza su mano en el bolsillo de atrás—. Sin embargo lo hice, vine con un montón de esperanza. —Saca el condón de su cartera con una sonrisa, y ambos comenzamos de inmediato a tomar medidas. Mis manos se conectan con el botón de sus pantalones vaqueros más rápido de lo que nuestras bocas lo hacen. Él desliza sus
manos por la parte de atrás de mi blusa y comienza a desabrochar el sujetador, pero niego con la cabeza.


—Sólo déjalo puesto —dije sin aliento. Mientras menos ropa nos quitemos, más rápido seremos capaces de vestirnos si nos pillan.


Continúa desatándolo, a pesar de mi protesta. —No quiero estar dentro de ti a menos que te pueda sentir contra mí.


Guau. Bien, entonces.


Cuando se deshace de mi sujetador, levanta mi blusa sobre mi cabeza, y sus dedos se deslizan bajo los tirantes de mi sujetador. Tira de ellos por mis brazos hasta que el sujetador se cae. Lo arroja en el asiento trasero y luego se saca su camisa sobre su cabeza. Cuando su camisa se une a mi sostén en el asiento trasero, envuelve sus brazos alrededor mío y me tira contra él hasta que nuestros pechos desnudos se encuentran.


Ambos, inmediatamente, inhalamos respiraciones agudas. 


El calor de su cuerpo crea una sensación de la que no quiero alejarme. Comienza besando el camino hasta mi cuello, su respiración en fuertes olas contra mi piel.


—No tienes idea de lo que me haces —susurra contra mi garganta.


Sonrío, porque esa misma idea exacta acaba de pasar por mi cabeza.


—Oh, creo que tengo una idea —respondo.


Deja su mano izquierda en uno de mis pechos, y gime mientras su mano derecha se sumerge en mis pantalones.


—Fuera —dice simplemente, tirando de la banda elástica.


No tiene que pedírmelo dos veces. Vuelvo a mi asiento vacío y comienzo a quitarme el resto de mi ropa mientras lo veo desabrochar sus vaqueros.


Sus ojos están sobre mí mientras rasga el envoltorio del condón con los dientes. Cuando la única prenda de ropa que queda entre nosotros es su par de pantalones vaqueros desabrochados, me muevo hacia él.


Me siento ridículamente auto consciente de que estoy en mi coche en el estacionamiento de mi trabajo, completamente desnuda. Nunca he hecho nada como esto antes. Nunca he querido hacer algo como esto antes. Me encanta lo desesperados que estamos el uno del otro en este momento, pero también sé que nunca he sentido esta clase de química con nadie antes.


Pongo mis manos sobre sus hombros y me coloco a horcajadas sobre él mientras desliza el condón sobre sí mismo.


—Mantenlo en silencio —dice en broma—. No me gustaría ser la razón por la que te despidieran.


Echo un vistazo a la ventana, aún no puedo ver el exterior. 


—Está lloviendo demasiado fuerte para que nadie nos escuche —digo—. Además, tú fuiste el que grito más alto la última vez.


Desestima eso con una sonrisa rápida y comienza a besarme de nuevo. Sus manos agarran mis caderas, y me atrae hacia él, preparándose contra mí. Esta posición normalmente me hace gemir, pero de repente me siento terca con mis ruidos ahora que él lo menciona.


—No hay manera de que fuera el que gritara más fuerte —dice con sus labios todavía tocando los míos—. En todo caso, empatamos.


Niego con la cabeza. —No creo en terminar las cosas con un empate.
Es la manera en que se escabullen las personas a quienes les asusta demasiado el poder perder.


Sus manos encuentran mis caderas, y está contra mí, posicionados de tal manera que todo lo que tendría que hacer para llevarlo dentro de mí sería permitir que esto suceda. Sin embargo, me niego a rebajarme a él,
simplemente porque me gusta la competencia y me siento a punto de comenzar.


Levanta las caderas, obviamente listo para que las cosas sucedan entre nosotros. Mis piernas se encuentran tensas, y me alejo lo suficiente.


Se ríe de mi resistencia. —¿Qué pasa, Paula? ¿Tienes miedo ahora?
Ten miedo una vez que esté dentro de ti, ¿vamos a ver quién es el que grita más fuerte?


Hay un brillo desafiante en sus ojos. No acepto verbalmente su desafío para ver quién puede quedarse en silencio. En cambio, mantengo mis ojos encontrándose con los suyos mientras poco a poco lo deslizo con facilidad dentro de mí. Ambos jadeamos al mismo tiempo, pero ese es el único sonido que pasa entre nosotros.


Tan pronto como él se halla completamente dentro de mí, sus manos se encuentran con mi espalda, y me tira contra él. Los únicos sonidos que hacemos son suspiros y jadeos aún más pesados. El golpeteo de la lluvia contra las ventanas y el techo aumenta el silencio que experimentamos en el interior del coche.


La fuerza que se necesita para contenerse esta igualada con la necesidad de aferrarnos el uno al otro con más desesperación. Sus brazos están alrededor de mi cintura, agarrándome con tanta fuerza que hace que sea difícil moverse. Mis brazos se envuelven alrededor de su cuello, y mis ojos están cerrados.


Apenas nos movemos ahora a causa del tenso agarre que tenemos el uno del otro, pero me gusta. Me gusta cómo de lento y constante se mantiene el ritmo, mientras ambos nos centramos en cómo continuar suprimiendo los gemidos atrapados en nuestra garganta.


Durante varios minutos, continuamos de la misma manera,
moviéndonos lo suficiente, pero al mismo tiempo ni cerca de lo que necesitamos. Creo que ambos nos encontramos demasiado asustados para hacer ningún movimiento brusco, o de que la intensidad causará que uno de nosotros pierda.


Una de sus manos se desliza en torno a la parte baja de mi espalda, y por otro lado se reúne con la parte de atrás de mi cabeza. Toma un puñado de mi cabello y suavemente tira hasta que mi garganta se expone a su boca. Me estremezco al segundo en que sus labios se encuentran con mi cuello, porque permanecer tranquila es mucho más difícil de lo que
imaginaba que sería. Sobre todo porque él se encuentra en una situación ventajosa con la forma en que estamos posicionados. Sus manos son libres de vagar por donde quieran, y eso es exactamente lo que hacen en este momento.


Vagando, acariciando, arrastrando hacia abajo por mi estómago para que él pueda tocar el único lugar que podría hacerme ceder la victoria.


Me siento como si él hiciera trampa de alguna manera.


Tan pronto como sus dedos encuentran el punto exacto que
normalmente me hace gritar su nombre, aprieto mi agarre alrededor de sus hombros y posiciono las rodillas de modo que tengo más control de mis movimientos. Quiero hacerlo pasar por la tortura que me hace atravesar en estos momentos.


Cuando me acomodo y soy capaz de calmarme impulsándome en él, desaparece el ritmo lento y constante. Su boca se reúne con la mía en un frenético beso, uno con más necesidad y más fuerza que cualquier beso antes. Es como si tratáramos de alejar con besos el deseo natural de
verbalizar lo bien que se siente.


De repente, me golpea una sensación que ondula a través de todo mi cuerpo, y tengo que levantarme de encima de él y quedarme quieta antes de perderla. A pesar de mi necesidad de ralentizar las cosas, él hace lo contrario y me aplica más presión con su mano. Entierro mi cara contra su cuello y muerdo suavemente su hombro para no gemir su nombre.


En el segundo que mis dientes encuentran su piel, oigo el enganche en su respiración y siento la rigidez en sus piernas.


Casi pierde.


Casi.


Si se mueve dentro sólo un centímetro más, mientras que me está tocando de esta manera, va a ganar. No quiero que gane.


Por otra parte, quiero que lo haga, y estoy pensando que él quiere ganar con la forma en que respira contra mi cuello, bajando suavemente de nuevo sobre él.


PedroPedroPedro.


Él puede sentir que esto no va a terminar en un empate, por lo que añade más presión sobre mí con sus dedos, al mismo tiempo que su lengua encuentra mi oído.


Oh, guau.


Estoy a punto de perder.


En cualquier momento.


Oh, de verdad.


Levanta las caderas cuando él me tira contra él, obligando salir un involuntario "¡Pedro!" fuera de mi boca, junto con un suspiro y un gemido.


Me levanto de encima de él, pero en cuanto se da cuenta de que acaba de ganar, exhala fuertemente y me tira sobre él con más fuerza.


—Finalmente —dice sin aliento en mi cuello—. No creo que pueda durar un segundo más.


Ahora que la competición ha terminado, nos dejamos perder por completo hasta que estamos gritando tan fuerte que tenemos que besarnos otra vez para ahogar nuestros sonidos. Nuestros cuerpos se mueven en sincronía, acelerando, estrellándose juntos, duro. Continuamos nuestro frenético ritmo unos minutos más, aumentando en intensidad hasta que estoy segura de que no puedo tomar ni un segundo de él.


—Paula —dice contra mi boca, ralentizando el ritmo de mis caderas con sus manos—. Quiero que nos corramos juntos.


Oh, infierno santo.


Si él quiere que yo dure más tiempo, no puede decir cosas como esas. Asiento, incapaz de formar una respuesta coherente.


—¿Estás casi ahí? —pregunta.


Asiento de nuevo y doy lo mejor de mí para hablar esta vez, pero no sale nada que no sea otro gemido.


—¿Eso es un sí?


Sus labios han dejado de besar los míos, y está centrado en mi respuesta ahora. Pongo mis manos en la parte posterior de su cabeza y presiono mi mejilla con la suya.


—Sí. —De alguna manera lo dejo salir—. Sí, Pedro. Sí —Siento que comienzo a tensarme, al mismo tiempo que aspiro aire con dificultad.


Pensaba que estábamos abrazados con fuerza antes, pero eso no era nada comparado a este momento. Se siente como si todos nuestros sentidos se han fusionado mágicamente y estamos sintiendo exactamente las mismas sensaciones, los mismos ruidos, experimentando exactamente la misma intensidad, y compartiendo la misma respuesta.


Nuestro ritmo poco a poco comienza a disminuir, junto con los temblores en mi cuerpo. Los puños apretados que tenemos alrededor del otro comienzan a aflojarse. Él entierra su cara en mi pelo y exhala profundamente.


—Perdedora —susurra.


Me río y me muevo para morderlo juguetonamente en el cuello. — Has hecho trampa —le digo—. Trajiste refuerzo ilegal cuando comenzaste a utilizar tus manos.


Se ríe con una sacudida de la cabeza.—Las manos son un juego justo. Pero si crees que hice trampa, tal vez deberíamos tener una revancha.


Levanto mis cejas. —¿Al mejor de tres?


Me levanta por la cintura y me empieza a empujar hacia la puerta del copiloto mientras lucha por ponerse al volante. 


Me tiende la ropa, tira de su camisa por encima de su cabeza, y abrocha sus vaqueros. Una vez que está situado, me ajusto en el asiento del pasajero y termino de vestirme mientras hace girar el coche. Lo saca en reversa y comienza a retroceder. —El cinturón de seguridad —dice con un guiño.

CAPITULO 25




Ian le sonríe a la camarera y le pide la cuenta. —Va por mí esta noche. —Pone el dinero suficiente para cubrir la factura y la propina, y todos nos levantamos y estiramos.


—Entonces, ¿quién va a dónde? —pregunta Pedro.


—Bar —responde Gonzalo inmediatamente, impulsivamente como si eso llamara a las chicas.


—Acabo de terminar un turno de doce horas —le digo—. Estoy abatida.


—¿Te importa si te llevo? —pregunta Pedro cuando todos salimos—.No me siento con ganas de salir esta noche. Sólo quiero dormir.


Me gusta la forma en que no disfraza el énfasis en frente de Gonzalo cuando dice dormir. Es como si quisiera asegurarse de que soy consciente sobre sus pocas intenciones de realmente dormir.


—Sí, mi coche está en el hospital —digo, apuntando a esa dirección.


—Muy bien, entonces —dice Gonzalo, juntando las manos—. Ustedes culos flojos vayan a dormir. Ian y yo saldremos. —mi hermano gira, y ambos no pierden el tiempo yéndose en la otra dirección. Gonzalo se da vuelta, caminando hacia atrás al ritmo de Ian—. ¡Tomaremos un trago en su honor, Capitán!


Pedro y yo permanecemos inmóviles, encerrados en un círculo de luz bajo una farola mientras los vemos irse. Bajo la mirada hacia la acera y deslizo uno de mis zapatos hasta el borde del círculo de luz, viéndolo desaparecer en la oscuridad. Levanto la vista hacia la farola, preguntándome por qué está brillando sobre nosotros con esa intensidad.


—Se siente como si estuviéramos en un escenario —le digo, sin dejar de mirar hacia la luz.


Inclina la cabeza hacia atrás y se une a mi inspección del
alumbrado. —El Paciente Inglés —dice. Lo miro inquisitivamente. Hace un gesto hacia la farola por encima de nuestras cabezas—. Si estuviéramos en un escenario, probablemente sería una producción de El Paciente Inglés. — Él mueve su mano hacia atrás y adelante entre nosotros—. Ya estamos vestidos para la pieza. Una enfermera y un piloto.


Reflexiono sobre lo que dice, probablemente un poco demasiado. Sé que dice que es el piloto, pero si esto realmente fuera una producción teatral de El Paciente Inglés, creo que sería el soldado más que el piloto. El
soldado es el personaje que está involucrado sexualmente con la enfermera. No el piloto.


Sin embargo, el piloto es el que tiene el pasado secreto...


—Esa película es la razón por la que me convertí en enfermera — digo, mirándolo con una cara seria.


Regresa las manos a sus bolsillos, cambiando su mirada de la luz en lo alto hacia mí. —¿En serio?


Mi risa se escapa. —No.


Pedro sonríe.


Ambos giramos al mismo tiempo para volver hacia el hospital. Me encuentro con la pausa en la conversación para construir un muy mal poema en mi cabeza.


Pedro sonríe
Para nadie más
Pedro sólo sonríe
Para mí.


—¿Por qué te ríes? –pregunta.


Porque estoy recitando rimas vergonzosas de un nivel de tercer grado sobre ti.


Sello mis labios, forzándome a sonreír. Cuando sé que lo ha
olvidado, le respondo. —Sólo pienso en lo cansada que estoy. Esperando tener un muy buen —lo miro a los ojos— sueño esta noche.


Él es quien sonríe ahora. —Sé lo que quieres decir. Creo que nunca me he sentido tan cansado. Incluso podría dormir tan pronto como estemos dentro de tu coche.


Eso estaría bien.


Sonrío, pero termino la conversación cargada de metáforas. 


Ha sido un día largo, y en realidad estoy cansada. 


Caminamos en silencio, y no puedo dejar de notar que sus manos se hallan metidas con fuerza en sus bolsillos de la chaqueta, como si me estuviese protegiendo de ellas. O tal
vez las protege de mí.


Sólo estamos a una cuadra del estacionamiento cuando sus pasos son más lentos, y luego se detiene por completo. 


Naturalmente, dejo de caminar y doy la vuelta para ver lo que le llama la atención. Mira hacia el cielo, y mis ojos se centran en la cicatriz que corre a lo largo de su mandíbula. Quiero preguntarle al respecto. Quiero preguntarle acerca de todo. Quiero hacerle un millón de preguntas, empezando por cuándo es su cumpleaños y luego cómo fue su primer beso. Después de eso, quiero preguntarle sobre sus padres, toda su infancia y su primer amor.


Quiero preguntarle sobre Romina. Quiero saber lo que pasó con ellos, y por qué eso lo llevó a querer evitar cualquier forma de intimidad durante más de seis años.


Más que nada, quiero saber lo que hay en mí que finalmente puso fin a la misma.


Pedro —le digo, cada pregunta que quiero hacerle buceando en la punta de la lengua.


—Sentí una gota de lluvia —dice.


Antes de que la oración deje su boca, siento una también. 


Los dos miramos hacia el cielo ahora, y me trago todas las preguntas junto con el nudo en la garganta. Las gotas empiezan a caer más rápido, pero seguimos de pie allí, con nuestros rostros inclinados hacia el cielo. Las gotas
esporádicas se convierten en virutas, que luego se transforman en lluvia, pero ninguno de nosotros se mueve. 


Ninguno de nosotros hace una carrera loca para llegar al coche. La lluvia se desliza por mi piel, mi cuello, mi pelo,
y empapa mi blusa. Mi cara todavía está inclinada hacia el cielo, pero mis ojos están cerrados ahora.


No hay nada en el mundo que pueda compararse con la sensación y el olor de la lluvia cayendo.


Tan pronto como ese pensamiento cruza mi mente, manos cálidas alcanzan mis mejillas y se deslizan por mi nuca, roban la fuerza de mis rodillas y el aire de mis pulmones. Su altura me protege de la mayor parte de la lluvia ahora, pero sigo con los ojos cerrados e inclinados hacia el cielo. Sus labios bajan suavemente sobre los míos, y me encuentro
comparando la sensación y el olor de la lluvia nueva con su beso.


Su beso es mucho, mucho mejor.


Sus labios se encuentran húmedos por la lluvia, y están un poco fríos, pero él lo contrarresta con la cálida caricia de su lengua contra la mía. La lluvia que cae, la oscuridad que nos rodea, y ser besada así hacen que me sienta como si de verdad estuviéramos en un escenario y nuestra historia acabara de llegar a su punto culminante. Se siente como si mi corazón, mi estómago y mi alma luchan por salir de mí y adentrarse en él.


Si todos mi veintitrés tres años fueran colocados sobre un gráfico, este momento sería la cresta en mi curva de utilidad.
Probablemente debería estar un poco triste sobre esta comprensión.


Tuve unas cuantas relaciones serias en el pasado, pero no puedo recordar un solo beso con alguno de esos tipos donde me sentí de este modo. El hecho de que ni siquiera esté en una relación con Pedro y que me sienta tan afectada por él debería decirme algo, pero estoy demasiado interesada como para escudriñar esos pensamientos.


La lluvia se ha convertido en un aguacero, pero ninguno de los dos parece afectado por ella. Sus manos bajan a mi espalda, y cierro mi puño en su camisa, acercándolo más. 


Su boca se ajusta a la mía como si fuéramos dos piezas de un mismo rompecabezas.


La única cosa que posiblemente me podría separar de él en este momento sería un rayo. O el hecho de que está lloviendo tan fuerte que no puedo respirar. Mis ropas están pegadas a partes de mí donde ni siquiera sabía que la ropa pudiera pegarse. Mi cabello está tan empapado que no
puede absorber una gota más de agua.


Empujo contra él hasta que libera mi boca, y luego entierro mi cabeza bajo su barbilla y miro hacia abajo para poder respirar sin ahogarme. Envuelve su brazo alrededor de mis hombros y me hace caminar hacia el estacionamiento, levantando su chaqueta por encima de mi cabeza. Toma ritmo, e igualo sus pasos hasta que los dos estamos
corriendo.