domingo, 19 de octubre de 2014
CAPITULO 53
PAULA
—Última carga —dice Gonzalo, recogiendo las dos cajas restantes.
Le entrego a Gonzalo la llave de mi nuevo lugar. —Daré una vuelta más y nos encontraremos allí. —Le abro la puerta, y sale del apartamento.
Me quedo allí, mirando la puerta al otro lado del pasillo.
No lo he visto ni hablado con él desde la semana pasada.
Egoístamente, he estado esperando que apareciera y me diera una disculpa, pero de nuevo, ¿por qué se disculparía siquiera? Nunca me mintió. Nunca expresó las promesas que rompió.
Las únicas veces que no fue brutalmente honesto conmigo fueron en las que no habló. Las veces que me miraba y yo asumía que los sentimientos que veía en sus ojos eran más de lo que él podía expresar.
Ahora es evidente que lo más probable es que yo inventara esos sentimientos de su parte para que coincidieran con los míos. La emoción ocasional detrás de sus ojos cuando estábamos juntos fue obviamente producto de mi imaginación. Un producto de mi esperanza.
Exploro el apartamento una vez más para asegurarme de que empaqué todo. Cuando salgo y cierro con llave la puerta de Gonzalo, mis movimientos caen bajo el mando de algo con lo que no estoy familiarizada.
No puedo decir si es valentía o desesperación, pero mi mano se vuelve un puño, y ese puño llama a su puerta.
Me digo a mí misma que si pasan diez segundos y la puerta no se abre, soy libre de escaparme hacia el ascensor.
Por desgracia, se abre después de siete.
Mis pensamientos comienzan a alborotarse con racionalidad
mientras la puerta se abre más. Antes de que esta gane y yo huya, Ian aparece en la puerta. Sus ojos cambian de complaciente a simpático cuando me ve parada ahí.
—Paula —dice, coronando mi nombre con una sonrisa. Noto el desvío de su mirada hacia la habitación de Pedro antes de que sus ojos regresen a los míos—. Déjame avisarle —dice.
Siento el ascenso de mi asentimiento, pero mi corazón está
descendiendo, escalando por mi pecho, a través de mi estómago, y cayendo directamente al suelo.
—Paula está en la puerta —oigo decir a Ian. Inspecciono cada palabra, cada sílaba, en busca de una pista donde pueda encontrar una. Quiero saber si puso los ojos en blanco cuando dijo eso o si lo hizo esperanzado.
Si alguien sabe cómo se sentiría Pedro conmigo frente a su puerta, ese sería Ian. Desafortunadamente, la voz de Ian no puede darme una idea de cómo se sentirá Pedro sobre mi presencia.
Escucho pasos. Disecciono el sonido de estos mientras se acercan a la sala de estar. ¿Son pasos apresurados? ¿Indecisos? ¿Enfadados?
Cuando llega a la puerta, mis ojos caen primero sobre sus pies.
No obtengo nada de ellos. No hay pistas que me ayuden a encontrar la confianza que necesito tan desesperadamente en este momento.
Ya puedo saber que mis palabras saldrán roncas y débiles, pero me obligo a decirlas de todos modos. —Me voy —digo, aun mirando sus pies—. Sólo quería despedirme.
No hay una reacción inmediata por su parte, física o verbal.
Mis ojos finalmente hacen el valiente viaje hasta los suyos.
Cuando veo la mirada estoica en su rostro, quiero retroceder, pero tengo miedo de tropezar con mi corazón.
No quiero que me vea caer.
El arrepentimiento por tomar la decisión de llamar a su puerta me consume con la brevedad de su respuesta.
—Adiós, Paula.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario