martes, 30 de septiembre de 2014

CAPITULO 9


PEDRO



Seis años antes…


Cenamos, pero es incómodo.
Lisa y papa intentan incluirnos en la conversación, pero ninguno
de nosotros está de ánimo para hablar. Miramos fijamente
nuestros platos. Empujamos
la comida con los tenedores.
No queremos comer.
Papá le pregunta a Lisa si quiere ir a sentarse atrás.
Lisa dice que sí.
Lisa le pide a Romina que me ayude a limpiar la mesa.
Romina dice que de acuerdo.
Llevamos los platos a la cocina.
Estamos en silencio.
Romina se recuesta contra el mostrador mientras cargo el lavavajillas.
Me observa hacer lo mejor que puedo por ignorarla. Ella no se da cuenta
de que está en todos lados. Está en todo. Cada cosa se ha
convertido en Romina.
Me consume.
Mis pensamientos ya no son pensamientos.
Mis pensamientos son Romina.
No puedo enamorarme de ti, Romina.
Miro el fregadero. Quiero mirar a Romina.
Respiro. Quiero respirar a Romina.
Cierro los ojos. Sólo veo a Romina.
Me lavo las manos. Quiero tocar a Romina.
Me seco las manos con una toalla antes de girarme y enfrentarla.
Sus manos agarran el mostrador detrás de ella. Las mías están
cruzadas contra mi pecho.
—Son los peores padres en el mundo —susurra.
Su voz se rompe.
Mi corazón se rompe.
—Despreciables —le digo.
Se ríe.
No se supone que me enamore de tu risa, Romina.
Suspira. También me enamoro de eso.
—¿Cuánto hace que se están viendo? —le pregunto.
Ella será honesta.
Se encoge de hombros. —Cerca de un año. Ha sido a larga distancia hasta
que nos mudamos más cerca de él.
Siento el corazón de mi madre romperse.
Lo odiamos.
—¿Un año? —le pregunto—. ¿Estás segura?
Asiente.
No sabe sobre mi madre. No le puedo decir.
—¿Romina?
Digo su nombre en voz alta, justo como quise hacerlo desde
el segundo en que la conocí.
Continúa mirándome fijamente. Traga, entonces
respira un bajo—: ¿Sí?
Doy un paso hacia ella.
Su cuerpo reacciona. Es un poco más alta pero no por mucho. Su
respiración
es más pesada pero no demasiado. Sus mejillas se ruborizan
pero no tanto.
Todo justo lo suficiente.
Mis manos encajan en su cintura. Mis ojos buscan los suyos.
No me dicen que no, así que lo hago.
Cuando mis labios tocan los suyos, es tantas cosas. Es bueno,
malo,
correcto, equivocado y
vengativo.
Inhala, robando un poco de mi aliento. Respiro en ella,
dándole más. Nuestras lenguas se tocan y nuestra culpa se entrelaza
y mis dedos se deslizan por el cabello que Dios hizo específicamente
para ella.
Mi nuevo sabor favorito es Romina.
Mi nueva cosa favorita es Romina.
Quiero a Romina para mi cumpleaños. Quiero a Romina para navidad.
Quiero
Romina para mi graduación.
RominaRominaRomina.
Voy a enamorarme de ti de todas formas, Romina.
Las puestas traseras se abren.
Suelto a Romina.
Ella me suelta, pero sólo físicamente. Todavía puedo sentirla en todos
los demás sentidos.
Aparto la mirada de ella, pero todo sigue siendo Romina.
Lisa entra en la cocina. Luce feliz.
Tiene derecho a estar feliz. No es la que murió.
Lisa le dice a Romina que es hora de irse.
Me despido de ambas, pero mis palabras son sólo para Romina.
Ella lo sabe.
Termino con los platos.
Le digo a mi padre que Lisa es agradable.
Todavía no le digo que lo odio. Quizás nunca lo haga. No quiero
saber qué bien haría decir que ya no lo
veo de la misma forma.
Ahora él sólo es… normal. Humano.
Tal vez ese es el rito de paso antes de que te conviertas en un hombre
—darte cuenta de que tu padre no tiene la vida descubierta
mucho más que tú.
Voy a mi habitación. Saco el teléfono, y le escribo a Romina.
Yo: ¿Qué haremos mañana por la noche?
Romina: ¿Mentirles?
Yo: ¿Podemos vernos a las siete?
Romina: Sí.
Yo: ¿Romina?
Romina: ¿Sí?
Yo: Buenas noches.
Romina: Buenas noches, Pedro.
Apago el teléfono, porque quiero que ese sea el último mensaje de
texto
que reciba esta noche. Cierro los ojos.
Estoy cayendo, Romina.

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