viernes, 26 de septiembre de 2014

CAPITULO 1



PAULA



—Alguien la apuñaló en el cuello, jovencita.


Mis ojos se ensanchan, y lentamente me vuelvo hacia el anciano caballero parado junto a mí. Él presiona el botón para que el elevador suba y me mira. Sonríe y señala mi cuello.


—Su marca de nacimiento —dice.


Mi mano sube instintivamente a mi cuello, y toco la marca del tamaño de una moneda de diez centavos, justo por debajo de mi oreja.


—Mi abuelo solía decir que la ubicación de una marca de nacimiento era la historia de cómo una persona perdió la batalla en su vida pasada.Supongo que usted fue apuñalada en el cuello. Sin embargo, apuesto a que fue una muerte rápida.


Sonrío, pero no puedo decidir si debería estar asustada o divertida. A pesar del comienzo un tanto morboso de su conversación, no puede ser tan peligroso. Su postura curvada y su porte inestable delatan que no tiene un día menos de ochenta años. Da unos pocos pasos lentos hacia
una de las dos sillas de terciopelo rojo que se encuentran colocadas contra la pared junto al elevador. Gruñe mientras se sienta en la silla y luego alza la mirada hacia mí de nuevo.


—¿Va a la planta dieciocho?


Mis ojos se estrechan mientras proceso su pregunta. Él, de algún modo, sabe a qué plata voy, incluso aunque es la primera vez que he puesto un pie en este complejo de apartamentos, y definitivamente es la primera vez que he puesto los ojos sobre este hombre.


—Sí, señor —digo con cautela—. ¿Trabaja usted aquí?


—De hecho lo hago.


Hace un gesto con la cabeza hacia el elevador, y mis ojos se mueven hacia los números iluminados que hay sobre nuestras cabezas. Once pisos antes de que llegue. Rezo para que lo haga rápidamente.


—Aprieto el botón del elevador —dice—. No creo que haya un título oficial para mi posición, peor me gusta referirme a mí mismo como un capitán de vuelo, considerando que envío a las personas a una altura de hasta veinte pisos.


Sonrío ante sus palabras, ya que tanto mi hermano como mi padre son pilotos. —¿Cuánto tiempo ha sido capitán de vuelo en este elevador? —pregunto mientras espero. Juro que este es el ascensor más malditamente lento con el que me he encontrado jamás.


—Desde que fui demasiado viejo para encargarme del mantenimiento de este edificio. Trabajé aquí treinta y dos años antes de convertirme en capitán. Ahora hace más de quince años que he estado enviando a volar a la gente, creo. El propietario me dio un empleo por lástima, para
mantenerme ocupado hasta que muera. —Sonríe para sí mismo—. De lo que él no se dio cuenta es que Dios me dio muchas y grandes cosas para cumplir en mi vida, y justo ahora, estoy tan atrás que nunca voy a morir.


Me encuentro a mí misma riendo cuando las puertas del ascensor finalmente se abren. Extiendo la mano para agarrar el asa de mi maleta y me giro hacia él una vez más antes de entrar. —¿Cuál es su nombre?


—Oliver, pero llámeme Cap —dice—. Todo el mundo lo hace.


—¿Tiene alguna marca de nacimiento, Cap?


Sonríe. —De hecho, sí tengo. Parece que en mi vida pasada me dispararon justo en el trasero. Debo de haberme desangrado.


Sonrío y llevo la mano hasta mi frente, dedicándole un correcto saludo de capitán. Entro en el elevador y me vuelvo para enfrentar las puertas abiertas, admirando la extravagancia del vestíbulo. Este lugar parece más un hotel histórico que un complejo de apartamentos, con sus grandes columnas y sus suelos de mármol.


Cuando Gonzalo dijo que podía quedarme con él hasta que
encontrara un trabajo, no tenía ni idea de que vivía como un adulto de verdad. Pensé que sería similar a la última vez que lo visité, justo después de que me graduara en la escuela secundaria, cuando él había empezado a trabajar para conseguir su licencia de piloto. Fue hace cuatro años, y en un complejo de dos plantas incompleto. Eso es lo que esperaba.


Desde luego no esperaba un edificio muy alto justo en el centro de la ciudad de San Francisco.


Encuentro el panel y presiono el botón del piso dieciocho, luego alzo la mirada a la pared de espejos del elevador. 


Pasé todo el día de ayer y la mayoría de esta mañana empacando todo lo que poseo de mi apartamento en San Diego. Afortunadamente, no poseo mucho. Pero después de haber hecho un solitario viaje de ochocientos kilómetros, el cansancio es bastante evidente en mi reflejo. Mi pelo se encuentra en un nudo flojo en la parte superior de mi cabeza, asegurado con un lapicero, ya que no pude
encontrar un lazo para el cabello mientras conducía. Mis ojos normalmente son tan marrones como mi pelo color avellana, pero ahora mismo, parecen diez sombras más oscuras gracias a las bolsas que hay debajo de ellos.


Busco en mi bolso para encontrar un tubo de bálsamo labial
ChapStick, con la esperanza de salvar mis labios antes de que acaben con un aspecto tan fatigado igual al resto de mí. 


Tan pronto como las puertas del elevador empiezan a cerrarse, se abren otra vez. Un tipo se precipita hacia los ascensores, preparándose para seguir andando cuando reconoce al viejo. —Gracias, Cap —dice.


No puedo ver a Cap desde dentro del elevador, pero lo oigo gruñir algo en respuesta. Él no suena tan ansioso por hacer una pequeña charla con este tipo, como lo estaba conmigo. 


Este hombre parece estar a finales de sus veinte como máximo. Me sonríe, y sé exactamente qué pasa a través
de su mente, considerando que acaba de deslizar la mano izquierda en su bolsillo.


La mano con el anillo de bodas en ella.


—Planta diez —dice sin apartar la mirada de mí. Sus ojos caen al escaso escote que muestra mi camiseta, y luego mira la maleta a mi lado.


Presiono el botón del décimo piso. Debería haberme puesto un suéter.


—¿Mudándote? —pregunta, mirando descaradamente mi camisa otra vez.


Asiento, aunque dudo que se dé cuenta, considerando que su mirada se encuentra en ninguna parte cerca de mi cara.


—¿Qué planta?


Oh, no, no lo haces. Extiendo la mano por detrás de mí y cubro todos los botones en el panel con mis manos para esconder el botón iluminado de la planta dieciocho, y entonces presiono cada botón entre las plantas diez y dieciocho. Él mira el panel, confundido.


—No es asunto tuyo —digo.


Él se ríe.


Cree que estoy bromeando.


Arquea una oscura y gruesa ceja. Es una bonita ceja. Está unida a una bonita cara, la cual está unida a una bonita cabeza, la cual está unida a un bonito cuerpo.


Un cuerpo casado.


Idiota.


Sonríe seductoramente después de verme revisarlo, sólo que yo no estaba revisándolo de la forma que piensa. En mi mente, me preguntaba cuántas veces ese cuerpo ha estado presionado contra una chica que no era su esposa.


Siento pena por ella.


Él está mirando mi escote otra vez cuando alcanzamos la décima planta. —Puedo ayudarte con eso —dice, asintiendo hacia mi maleta. Su voz es agradable. Me pregunto cuántas chicas han caído por esa voz casada. Camina hacia mí y alcanza el panel, presionando valientemente el botón que cierra las puertas.


Sostengo su mirada y presiono el botón que abre las puertas. —Lo tengo.


Asiente como si entendiera, pero hay un brillo malicioso en sus ojos que reafirma mi aversión inmediata hacia él. Sale del elevador y se vuelve para mirarme antes de alejarse.


—Hasta luego,Paula—dice, justo mientras se cierran las puertas.


Frunzo el ceño, incómoda con el hecho de que las únicas dos personas con las que he interaccionado desde que entré en este edificio de apartamentos ya saben quién soy.


Permanezco sola en el elevador mientras se detiene en cada planta hasta que alcanza la dieciocho. Salgo, sacando mi teléfono de mi bolsillo, y abro mis mensajes con Gonzalo. No puedo recordar qué número de apartamento dijo que era el suyo. Es el 1816 o el 1814.


¿Tal vez el 1826?


Me detengo ante el 1814, porque hay un tipo desmayado en el suelo del pasillo, apoyado contra la puerta del 1816.


Por favor, no permitas que sea el 1816.


Encuentro el mensaje en mi teléfono y me estremezco. Es el 1816.


Por supuesto que lo es.


Camino lentamente hacia la puerta, con la esperanza de no
despertar al tipo. Sus piernas están extendidas enfrente de él, y tiene la espalda recostada contra la puerta de Gonzalo. 


Su barbilla se encuentra metida contra su pecho, y está roncando.


—Disculpa —digo, mi voz apenas por encima de un susurro.
No se mueve.


Alzo una pierna y le empujo en el hombro con el pie. —Necesito entrar en este apartamento.


Suelta un susurro y luego abre los ojos lentamente y se queda mirando directamente mis piernas con fijeza.


Sus ojos encuentran mis rodillas, y sus cejas se fruncen mientras se inclina hacia adelante lentamente con un profundo ceño en su rostro.


Levanta una mano y empuja mi rodilla con su dedo, como si nunca hubiera visto una rodilla antes. Deja caer su mano, cierra los ojos y vuelve a quedarse dormido contra la puerta.


Genial.


Gonzalo no volverá hasta mañana, así que marco su número para ver si este tipo es alguien por quien debería preocuparme.


—¿Paula? —pregunta, respondiendo su teléfono sin un hola.


—Sip —respondo—. Llegué bien, pero no puedo entrar porque hay un tipo borracho desmayado frente a tu puerta. ¿Sugerencias?


—¿Dieciocho dieciséis? —pregunta—. ¿Estás segura de que te encuentras en el apartamento correcto?


—Segura.


—¿Estás segura de que está borracho?


—Segura.


—Extraño —dice—. ¿Qué lleva puesto?


—¿Por qué quieres saber qué lleva puesto?


—Si lleva un uniforme de piloto, probablemente vive en el edificio. El complejo tiene un contrato con nuestra aerolínea.


Este tipo no lleva ningún tipo de uniforme, pero no puedo evitar darme cuenta de que sus vaqueros y su camiseta negra se ajustan a él de forma muy agradable.


—Ningún uniforme —digo.


—¿Puedes pasarle sin despertarle?


—Tendría que moverle. Caerá dentro si abro la puerta.


Permanece en silencio durante unos pocos segundos mientras piensa. —Ve abajo y pregunta por Cap —dice—. Le dije que ibas a venir esta noche. Puede esperar contigo hasta que estés dentro del departamento.


Suspiro, porque he estado conduciendo durante seis horas, y bajar todos los pisos no es algo que me apetezca hacer ahora mismo. También suspiro porque Cap es la última persona que probablemente podría ayudar en esta situación.


—Simplemente quédate al teléfono conmigo hasta que esté dentro del apartamento.


Me gusta mucho más mi plan. Equilibro mi teléfono contra mi oreja con el hombro y excavo en mi bolso en busca de la llave que me envió Gonzalo. La inserto en la cerradura y empiezo a abrir la puerta, pero el tipo borracho empieza a caer hacia atrás con cada centímetro que se abre la puerta. Gime, pero sus ojos no se abren de nuevo.


—Es una lástima que esté echado a perder —le digo a Gonzalo—. No es difícil de mirar.


—Paula, simplemente mete tu trasero dentro y bloquea la puerta, así puedo colgar.


Ruedo los ojos. Todavía es el mismo hermano mandón que siempre fue. Sabía que mudarme con él no sería bueno para nuestra relación, considerando lo paternal que actuaba hacia mí cuando éramos más jóvenes. Sin embargo, no tenía tiempo para encontrar un trabajo, conseguir mi propio apartamento e instalarme antes de que empezaran mis nuevas clases, así que me quedaban muy pocas opciones.


Sin embargo, tengo la esperanza de que las cosas serán diferentes entre nosotros ahora. Gonzalo tiene veinticinco y yo tengo veintitrés, así que si no podemos llevarnos mejor que cuando éramos niños, nos queda mucho que madurar.


Supongo que depende mayormente de Gonzalo y de si ha cambiado desde la última vez que vivimos juntos. Él tenía un problema con cualquiera con el que tuviera citas, con todos mis amigos, con cada elección que hacía, incluso con a qué colegio quería asistir. No es que alguna vez le prestara atención a su opinión, de todos modos. La distancia
y el tiempo separados ha parecido quitármelo de encima durante los últimos años, pero mudarme con él será la última prueba de nuestra paciencia.


Envuelvo el bolso alrededor de mi hombro, pero se queda
enganchado del asa de mi maleta, así que lo dejo caer al suelo. Mantengo mi mano izquierda envuelta con fuerza alrededor del pomo de la puerta y sostengo la puerta cerrada, así el tipo no caerá completamente dentro del
apartamento. Presiono mi pie contra su hombro, empujándolo del centro de la puerta.


Él no se mueve.


—Gonzalo, es demasiado pesado. Voy a tener que colgar, así puedo usar ambas manos.


—No. No cuelgues. Simplemente pon el teléfono en tu bolsillo, pero no cuelgues.


Bajo la mirada hacia la camiseta de gran tamaño y las mallas que llevo. —No tengo bolsillos. Vas a ir a sujetador.


Gonzalo hace un ruido de náuseas mientras separo el teléfono de mi oreja y lo meto en mi sujetador. Quito la llave de la cerradura y la dejo caer en mi bolso, pero fallo y cae al suelo. Me agacho para agarrar al tipo borracho, así puedo quitarlo del camino.


—Muy bien, amigo —digo, forcejeando para apartarlo del centro de la puerta—. Perdón por interrumpir tu siesta, pero necesito entrar a este apartamento.


De algún modo me las arreglo para dejarlo desplomarse contra el marco de la puerta, evitando que caiga dentro del apartamento, luego abro más la puerta y me vuelvo para levantar mis cosas.


Algo cálido se envuelve alrededor de mi tobillo.


Me congelo.


Bajo la mirada.


—¡Déjame ir! —grito, pateando la mano que se aferra a mi tobillo con tanta fuerza que estoy segura de que podría dejarme moretones. El tipo borracho alzó su mirada hacia mí ahora, y su agarre hace que caiga de espaldas dentro del apartamento cuando intento alejarme de él.


—Necesito entrar allí —murmura, justo cuando mi cuello se
encuentra con el suelo. Él intenta empujar la puerta del apartamento con su otra mano para abrirla, y esto me hace entrar de inmediato en modo pánico. Meto mis piernas del todo dentro, y su mano viene conmigo. Uso mi pierna libre para cerrar la puerta de una patada, estrellándola de golpe
directamente contra su muñeca.


—¡Mierda! —grita. Está tratando de retirar su mano hacia el pasillo con él, pero mi pie todavía está presionado contra la puerta. Libero suficiente presión para que recupere su mano, y luego inmediatamente pateo la puerta para cerrarla del todo. Me levanto y bloqueo el cerrojo y la cadena tan rápido como puedo.


Justo cuando el ritmo de mi corazón empieza a calmarse, comienza a gritarme.


Mi corazón realmente me está gritando.


Con una profunda voz masculina.


Suena como si estuviera gritando—: ¡Paula! ¡Paula!
Gonzalo.


Inmediatamente, bajo la mirada a mi pecho y saco el teléfono de mi sujetador, luego lo levanto hasta mi oreja.


—¡Paula! ¡Respóndeme!


Me estremezco, luego aparto el teléfono varios centímetros de mi oreja. —Estoy bien —digo sin respiración—. Estoy dentro. Bloqueé la puerta.


—¡Jesucristo! —dice, aliviado—. Me diste un susto de muerte. ¿Qué demonios sucedió?


—Él intentó entrar. Pero bloqueé la puerta. —Enciendo la luz de la sala de estar y no doy más de tres pasos antes de detenerme de golpe.


Bien hecho, Paula.


Lentamente, me vuelvo hacia la puerta después de darme cuenta de lo que hice.


—Um, ¿Gonzalo? —Hago una pausa—. Podría haber dejado unas cuantas cosas que necesito afuera. Simplemente las tomaría, pero el tipo borracho cree que necesita entrar en tu apartamento por alguna razón, así
que no hay forma de que abra esa puerta otra vez. ¿Alguna sugerencia?


Él permanece en silencio durante unos pocos segundos. —¿Qué dejaste en el pasillo?


No quiero responderle, pero lo hago. —Mi maleta.


—Cristo, Paula —murmura.


—Y… mi bolso.


—¿Por qué demonios está tu bolso afuera?


—También podría haber dejado la llave de tu apartamento en el suelo del pasillo.


Él ni siquiera responde a eso. Solo gime. —Llamaré a Pedro y veré si ya está en casa. Dame dos minutos.


—Espera. ¿Quién es Pedro?


—Vive al otro lado del pasillo. Hagas lo que hagas, no abras la puerta otra vez hasta que yo vuelva a llamarte.


Gonzalo cuelga, y me apoyo contra la puerta principal.


He vivido en San Francisco un total de treinta minutos, y ya estoy siendo un dolor en el trasero. Imagínate. Tendré suerte si él me deja quedarme aquí hasta que encuentre un trabajo. Tengo la esperanza de que no me llevará demasiado, considerando que he aplicado para tres
posiciones como enfermera registrada en los hospitales más cercanos.


Podría significar trabajar por las noches, fines de semana, o ambos, pero tomaré lo que pueda conseguir si me evita tener que recurrir a mis ahorros mientras estoy de nuevo en la escuela.


Mi teléfono suena. Deslizo el pulgar a través de la pantalla y
respondo. —Hola.


—¿Paula?


—Sip —respondo, preguntándome por qué siempre comprueba dos veces para ver si soy yo. Él me llamó, así que quién más respondería, que además suene exactamente como yo.


—Di con Pedro.


—Bien. ¿Va a ayudarme con mis cosas?


—No exactamente —dice Gonzalo—. Como que necesito que me hagas un enorme favor.

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