lunes, 29 de septiembre de 2014

CAPITULO 7




PAULA



—¿Estarás libre para Acción de Gracias? —pregunta mi madre.


Cambio el teléfono a mi otro oído y saco la llave del apartamento de mi cartera. —Sí, pero no para Navidad. Sólo trabajo fines de semana por ahora.


—Bien. Dile a Gonzalo que aún no hemos muerto si alguna vez siente la urgencia de llamarnos.


Me río. —Le diré. Te quiero.


Cuelgo y pongo el teléfono en el bolsillo de mi bata quirúrgica. Es sólo un trabajo de medio tiempo, pero es agotador. Esta noche era mi última noche de entrenamiento antes de que mañana comience las rotaciones de los fines de semana.


Me gusta un montón el trabajo, y me sentí sinceramente sorprendida al conseguirlo después de mi primera entrevista. Además me cuadra con el horario de la universidad. Voy a la universidad cada fin de semana,haciendo esto y lo otro, y luego trabajo mi turno en el hospital. Se ha convertido en una constante transición en este punto.


También me gusta San Francisco. Sé que sólo han pasado dos semanas, pero podía verme quedándome aquí después de que me graduara la próxima primavera en vez de regresar a San Diego.


Gonzalo y yo incluso nos hemos estado llevando bien, aunque pasa más tiempo fuera que en casa, por lo que estoy segura de que tiene que ver más con eso que con nada.


Sonrío, sintiéndome como si finalmente hubiera encontrado mi sitio, y abro la puerta del apartamento. Mi sonrisa desaparece tan pronto como encuentro la mirada de los otros tres tipos —dos a los cuales conozco.


Pedro está de pie en la cocina, y el imbécil casado del elevador está sentado en el sofá.


¿Por qué diablos Pedro está aquí?


¿Por qué diablos cualquiera de ellos está aquí?


Miro fijamente a Pedro mientras me quito los zapatos y dejo caer mi cartera en la encimera. Gonzalo no volvería hasta dentro de dos días, y esperaba encontrar paz y tranquilidad esta noche así podía estudiar algo.


—Es jueves —dice Pedro cuando ve el ceño en mi rostro, como si eso explicara todo. Me está mirando desde su lugar en la cocina. Puede ver que no estoy feliz.


—Sí, lo es —respondo—. Y mañana es viernes. —Me giro hacia los otros dos chicos sentados en el sofá de Corbin—. ¿Por qué están en mi apartamento?


El rubio y desgarbado tipo se levanta inmediatamente y camina hacia mí. Extiende una mano. —¿Paula? —pregunta—. Soy Ian. Crecí con Pedro. Soy amigo de tu hermano. —Señala al tipo del elevador, que aún está sentado en el sofá—. Él es Augusto.


Augusto me da un asentimiento pero no se molesta en hablar. No tiene que hacerlo. Su estúpida sonrisa dice suficiente de lo que está pensando ahora mismo.


Pedro camina de regreso a la sala de estar y señala la televisión. —Es algo que hacemos los jueves si alguno está en casa. Noche de juego.


No me importa si es algo que hacen usualmente. Tengo tarea.


—Gonzalo ni siquiera está en casa esta noche. ¿No pueden hacer esto en tu apartamento? Necesito estudiar.


Pedro le tiende a Augusto una cerveza y luego me mira. —No tengo cable. —Por supuesto que no—. Y la esposa de Augusto no nos deja usar su apartamento. —Claro que no.


Ruedo los ojos y camino hacia mi habitación, cerrando la puerta de golpe accidentalmente.


Me cambio la bata quirúrgica y me pongo un par de vaqueros.


Agarro la camiseta con la que dormí anoche y me la estoy poniendo cuando alguien golpea mi puerta. La abro casi tan dramáticamente como la cerré hace un rato.


Es tan alto.


No me di cuenta de lo alto que era, pero ahora que está de pie en mi puerta —llenándola— luce realmente alto. Si fuera a envolver sus brazos a mí alrededor ahora mismo, mi oído quedaría presionado contra su corazón. Su mejilla descansando cómodamente en la cima de mi cabeza.


Si fuera a besarme, tendría que levantar la cabeza para encontrar la suya, pero sería agradable, porque probablemente envolvería sus brazos alrededor de mi cintura y me empujaría hacia él así nuestras bocas se
juntarían como dos piezas de un puzle. Sólo que no encajarían bien, porque definitivamente no son piezas del mismo puzle.


Algo extraño se mueve en mi pecho. Algo que se agita. Lo odio, porque sé lo que significa. Significa que a mi cuerpo le está comenzando a gustar Pedro.


Sólo espero que mi cerebro nunca caiga en esa trampa.


—Si necesitas tranquilidad, puedes ir a mi apartamento —dice.
Hago una mueca ante la forma en que su oferta hace que nudos se formen en mi estómago. No debería sentirme emocionada por la posibilidad de estar en su apartamento, pero lo estoy.
—Probablemente estaremos aquí otras dos horas —añade.


En algún lugar en su voz, hay arrepentimiento. Tomaría un buen tiempo encontrarlo, pero está enterrado allí en algún lugar, bajo todo el calor.


Suelto un rápido y derrotado suspiro. Estoy siendo una perra. Este ni siquiera es mi apartamento. Esto es algo que obviamente hacen con regularidad, y quién soy yo para pensar que puedo mudarme y hacer que dejen de hacerlo.


—Sólo estoy cansada —le digo—. Está bien. Lamento si fui grosera con tus amigos.


—Amigo —dice, corrigiéndome—. Augusto no es mi amigo.


No le pregunto qué quiere decir con eso. Mira la sala de estar, y luego a mí. Se inclina contra el marco de la puerta, una indicación de que renunciar al apartamento para que vieran su juego no era el final de nuestra conversación. Le echa un vistazo a la ropa quirúrgica en mi colchón. —¿Trabajas?


—Sí —digo, preguntándome por qué de repente tiene ganas de hablar—. Soy enfermera en urgencias.


Un ceño aparece en su frente, y no puedo decir si es por la confusión o la admiración. —¿Ya estás en la escuela de enfermería? ¿Cómo puedes trabajar ya como enfermera?


—Estoy sacando mi título en enfermería así puedo trabajar como enfermera anestesista.


Su expresión es confusa, así que aclaro.


—Seré capaz de administrar anestesia.


Me mira fijamente por unos cuantos segundos antes de enderezarse y alejarse del marco. —Bien por ti —dice.


Pero no sonríe.


¿Por qué nunca sonríe?


Camina de regreso a la sala de estar. Atravieso el marco y lo observo.


Pedro se sienta en el sofá y le da toda su atención a la televisión.


Augusto me está dando toda su atención, pero aparto la mirada y me dirijo a la cocina para buscar algo que comer. 


No hay mucho, considerando que no he cocinado en toda la semana, así que cojo todo lo que necesito del refrigerador para hacer un sándwich. Cuando me giro, Augusto aún está mirándome. Sólo que ahora está mirándome a un metro de
distancia, en lugar de mirarme desde la sala de estar.


Sonríe, y luego camina hacia delante y mete una mano en el
refrigerador, poniéndose a centímetros de mi rostro. —Así que, ¿eres la hermana menor de Gonzalo?


Creo que apoyo a Pedro en esto. A mí tampoco me agrada demasiado Augusto.


Los ojos de Augusto no se parecen en nada a los de Pedro


Cuando Pedro me mira, sus ojos esconden todo. Los ojos de Augusto no ocultan nada,y ahora mismo, están claramente desnudándome.


—Sí —digo simplemente mientras lo bordeo. Camino hasta la despensa y la abro en busca de pan. Una vez que lo encuentro, lo pongo en la barra y comienzo a hacerme un sándwich. Saco pan para un sándwich extra para Cap. 
Como que me ha ganado en el poco tiempo que llevo
viviendo aquí. Descubrí que a veces trabaja catorce horas al día, pero sólo porque vive solo y no tiene nada mejor que hacer. Parece apreciar mi compañía y especialmente los regalos en forma de comida, así que hasta que no haga más amigos, supongo que estaré pasando mi tiempo libre con
un hombre de ochenta años.


Augusto se inclina casualmente contra la encimera. —¿Eres enfermera o algo? —Abre su cerveza y la lleva hasta su boca, pero se detiene antes de tomar un trago. Quiere que le responda primero.


—Sí —digo entrecortadamente.


Sonríe y le da un trago a su cerveza. Continúo haciendo los
sándwiches, tratando intencionalmente de parecer concentrada, pero Augusto parece no notarlo. Sigue mirándome hasta que mis sándwiches están listos.


No voy a ofrecerle un maldito sándwich si ese es el por qué aún está aquí.


—Soy piloto —dice. No lo dice de forma petulante, pero cuando nadie te pregunta cuál es tu ocupación, contribuirlo voluntariamente a la conversación suena naturalmente engreído—. Trabajo en la misma aerolínea que Gonzalo.


Está mirándome fijamente, esperando que esté impresionada por el hecho de que es piloto. Lo que no sabe es que todos los hombres en mi vida son pilotos. Mi abuelo fue piloto. Mi padre era piloto hasta que se retiró hace unos cuantos meses. Mi hermano es piloto.


—Augusto, si estás tratando de impresionarme, estás yendo por el mal camino. Prefiero a un hombre con un poco más de modestia y un poco menos de esposa. —Mis ojos destellan hacia el anillo de bodas en su mano izquierda.


—El juego acaba de comenzar —dice Pedro, entrando a la cocina, hablándole a Augusto. Sus palabras podrían ser inofensivas, pero sus ojos definitivamente están diciéndole a Augusto que necesita regresar a la sala de estar.


Augusto suspira como si Pedro le acabara de quitar toda la diversión.


—Es bueno verte de nuevo, Paula —dice, actuando como si la conversación hubiera terminado tanto si Pedro lo hubiera decidido como si no—.Deberías unírtenos en la sala. —Sus ojos se desplazan hacia Pedro, incluso aunque está hablándome a mí—. Aparentemente, el juego acaba de
comenzar. —Augusto se endereza y golpea a Pedro en el hombro de pasada,dirigiéndose hacia la sala de estar.


Pedro ignora la muestra de molestia de Augusto y desliza su mano en su bolsillo trasero, sacando una llave. Me la tiende. 


—Ve a estudiar a mi apartamento.


No es una petición.


Es una demanda.


—Estoy bien con estudiar aquí. —Dejo la llave en la encimera y le pongo la tapa a la mayonesa, rehusándome a ser echada de mi propio apartamento por tres chicos. 
Envuelvo los sándwiches en una toalla de papel—. La televisión ni siquiera está tan fuerte.


Da un paso hacia adelante, hasta que está lo suficientemente cerca como para susurrar. Estoy bastante segura de que estoy dejando marcas en el pan, considerando que cada parte de mí, desde la cabeza hasta la punta de mis pies, está tensa.


—Yo no estoy bien con que estudies aquí. No hasta que todos se vayan. Ve. Llévate tus sándwiches contigo.


Bajo la mirada hacia mis sándwiches. No sé por qué me siento como si los acabara de insultar. —Ambos no son para mí —digo a la defensiva—. Voy a llevarle uno a Cap.


Lo miro, y está haciendo la incomprensible cosa de mirarme de nuevo. Con ojos como los suyos, debería ser ilegal. 


Arqueo las cejas de manera expectante, porque está haciéndome sentir realmente incómoda.


No soy una exhibición, pero la forma en la que me mira me hace sentir como una.


—¿Le hiciste un sándwich a Cap?.


Asiento. —La comida lo hace feliz —digo con un encogimiento de hombros.


Estudia mi exhibición un momento más antes de inclinarse hacia mí de nuevo. Coge la llave de la barra y la desliza en mi bolsillo delantero.


Ni siquiera estoy segura de si sus dedos tocaron mis vaqueros, pero inhalo bruscamente y bajo la mirada hasta mi bolsillo mientras su mano se aleja, porque, diablos, no esperaba eso.


Permanezco congelada mientras él camina casualmente hacia la sala de estar, para nada afectado. Se siente como si mi bolsillo estuviera en llamas.


Hago que mis pies se muevan, necesitando algo de tiempo para procesarlo todo. Después de entregarle a Cap su sándwich, le hago caso a Pedro y me dirijo a su apartamento. Voy porque quiero, no porque él me quiera allí y no porque en realidad tenga un montón de tarea, sino porque el pensamiento de entrar en su apartamento sin él allí es sádicamente emocionante para mí. Me siento como si me hubiera dado un pase libre para todos sus secretos.

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