lunes, 29 de septiembre de 2014

CAPITULO 8




Debería haber sabido que ver su apartamento no me daría ningún indicio de quién es. Ni siquiera su mirada puede hacerlo.


Seguro, en verdad aquí todo es mucho más silencioso, y sí, pude terminar en dos horas seguidas de tarea, pero sólo porque no tuve distracciones.


De ningún tipo.


Nada de pinturas en las paredes blancas y estériles. Nada de decoraciones. Ningún tipo de colores. Incluso la mesa de madera sólida que dividía la cocina con la sala se encuentra sin nada. Es completamente diferente al hogar donde crecí, donde la mesa del comedor era el punto central de toda la casa de mi madre, y en la cual estaba incluido el centro de mesa, un elaborado candelabro en el techo, y platos que combinaban con cualquier estación en la que nos encontráramos.


Pedro ni siquiera tiene un bol de frutas.


Lo único impresionante en este apartamento es la estantería en la sala de estar. Alineada con docenas de libros, lo cual me emociona muchísimo más que cualquiera otra cosa que potencialmente pudiese adornar sus paredes desnudas. Me acerco al estante a inspeccionar su selección, esperando obtener un vistazo de él basado en su elección de literatura.


Todo lo que encuentro es fila tras fila de libros sobre aeronáutica.


Me siento un poco decepcionada luego de una inspección de su apartamento, la mejor conclusión a la que puedo llegar es que probablemente sea un maniático del trabajo, por no decir nada del mal gusto en decoración.


Me rindo con la sala y camino hasta la cocina. Abro el refrigerador, pero apenas hay algo dentro. Hay algunas cajas de comida para llevar.Condimentos. Jugo de naranja. Se parece mucho al refrigerador de Gonzalo —vacío, triste y muy de hombre soltero.


Abro un gabinete, agarro un vaso y me sirvo algo de jugo. Lo tomo y lo lavo en el fregadero. Hay varios platos apilados a la izquierda del fregadero, así que también comienzo a lavarlos. Incluso sus platos y vasos carecen de personalidad —son simples y blancos, y llenos de tristeza.


Siento la súbita necesidad de tomar mi tarjeta de crédito y correr directo a la tienda y comprar algunas cortinas, un set nuevo de platos llenos de color, algunas pinturas, y quizá una planta o dos. Este lugar necesita un poco de vida.


Me pregunto cuál será su historia. No creo que tenga novia. 


Hasta ahora no lo he visto con ninguna, y el apartamento junto con la obvia falta de un toque femenino, hace que sea fácil de asumir. No creo que una chica entraría a este departamento sin decorarlo al menos un poco antes de irse,
así que asumiré que simplemente no entran.


También me hace pensar en Gonzalo. En todos nuestros años creciendo juntos, nunca ha sido abierto con sus relaciones, pero estoy bastante segura que la razón es que nunca ha estado en una. En el pasado, cada vez que me presenta una chica, esta nunca parece durar una semana entera con él. No sé si será porque no le gusta tener a nadie a su lado o si es señal de lo difícil que es estar con él. Estoy segura que es lo primero, basado en el número de llamadas casuales que ha recibido de tantas mujeres.
Considerando su abundancia de aventuras de una noche y su falta de compromiso, a veces me confunde y no logro comprender como pudo ser tan protector conmigo al crecer. 


Supongo que simplemente se conocía muy bien a sí mismo. No quería que saliera con chicos como él.


Me pregunto si Pedro es como Gonzalo.


—¿Estás lavando mis platos?


Su voz me toma completamente por sorpresa, haciéndome saltar. Me volteo y vislumbro a Pedro, casi soltando el vaso en mis manos. Se resbala, pero de alguna manera logro agarrarlo antes de que se estrelle contra el piso. Respiro para calmarme y coloco el vaso con gentileza en el fregadero.


—Terminé mi tarea —digo, tragándome el nudo que acababa de apoderarse de mi garganta. Miro los platos que ahora se encuentran en el coladero—. Y estaban sucios.


Pedro sonríe.


Creo.


Tan pronto como las esquinas de sus labios comienzan a ascender, vuelven de nuevo a su posición normal. Falsa alarma.


—Ya todos se fueron —dice Pedro, dándome el visto bueno para desocupar sus premisas. Nota el envase de jugo que aún se encuentra en la encimera, así que lo levanta y lo vuelve a meter al refrigerador.


—Lo lamento —murmuro—. Tenía sed.


Se gira para mirarme e inclina su hombro contra el refrigerador, cruzando sus brazos sobre su pecho—. No me importa si bebes mi jugo,Paula.


Oh, guau.


Esa fue una oración extrañamente sexy. Al igual que su presencia al decirla.


Sin embargo, aún no sonreía. Jesucristo, este hombre. ¿Acaso no se da cuenta que las expresiones faciales están hechas para acompañar el habla?


No quiero que vea mi decepción, así que me giro de nuevo hacia el fregadero. Utilizo el rociador para que la espuma que queda se vaya por el desagüe. Encuentro este acto bastante conveniente, considerando las vibras extrañas que flotan alrededor de la cocina. —¿Cuánto tiempo has vivido aquí? —pregunto, intentando aliviar el incómodo silencio mientras me giro para mirarlo.


—Cuatro años.


No sé por qué me río, pero lo hago. Él levanta una ceja, claramente confundido del por qué su respuesta me causa tanta risa.


—Es sólo que tu apartamento… —Miro alrededor de la sala, y luego de nuevo hacia él—, es como rudo. Creí que quizá te acababas de mudar y por eso no habías tenido tiempo de decorar.


No quise que sonara como un insulto, pero así es exactamente como sonó. Simplemente intento sacarle conversación, pero creo que sólo estoy empeorando toda esta incomodidad.


Su mirada se mueve con lentitud alrededor del apartamento
mientras procesa mi comentario. Desearía poder retractarme, pero ni siquiera lo intento. Probablemente sólo lo empeoraría.


—Trabajo mucho —dice—. Nunca tengo compañía, así que supongo que no ha sido una prioridad.


Quiero preguntarle por qué nunca tiene compañía, pero ciertas preguntas parecen estar fuera de los límites para él.


 —Hablando de compañía, ¿qué le pasa a Augusto?


Pedro se encoge de hombros, recostando por completo su espalda contra el refrigerador. —Augusto es un idiota que no respeta a su esposa — dice sin emoción alguna. Se gira y sale de la cocina, dirigiéndose hacia su habitación. Empuja la puerta para cerrarla, pero deja el espacio suficiente para que aún pueda escucharlo hablar—. Pensé advertirte antes que cayeras en su teatro.


—No caigo en actuaciones —digo—. Y menos en las de tipos como Augusto.


—Bien —dice.


¿Bien? Já. Pedro no quiere que me guste Augusto. Me encanta que Pedro no quiera que me guste Augusto.


—A Gonzalo no le gustaría que empieces algo con él. Odia a Augusto.


Oh. No quiere que me guste Augusto por el bien de Gonzalo. ¿Por qué saber eso me decepciona?


Sale de nuevo de su habitación, y ya no se encuentra en vaqueros y camiseta. Ahora tiene puesto un par de pantalones plisados bastante familiares y una camisa blanca pegada, abierta y desabotonada.


Se está poniendo un uniforme de piloto.



—¿Eres piloto? —pregunto, un tanto perpleja. Mi voz me hace sonar extrañamente impresionada.


Asiente y entra al cuarto de limpieza adyacente a la cocina. 


—Así es como conocí a Gonzalo —dice—. Fuimos a la escuela de aviación juntos. — Camina de nuevo hacia la cocina con una cesta de ropa que coloca encima del mesón—. Es un gran chico.


Su camisa no está abotonada.


Estoy mirando directo a su estómago.


Deja de mirar su estómago.


Oh, por Dios, tiene forma en V. Esas hermosas hendiduras que tienen los hombres que recorren la longitud de los músculos de sus abdominales, desapareciendo debajo de sus vaqueros como si su intención fuese señalar el blanco secreto.


¡Jesucristo, Paula, estás mirando su jodida entrepierna!


Ahora está botonando su camisa, así que de alguna manera gano una fuerza sobrehumana y obligo a mis ojos a mirar de nuevo su rostro.


Pensamientos. Debería tener algunos de esos, pero no los encuentro.


Quizá es porque acabo de enterarme que es piloto de avión.
Pero, ¿por qué me impresionaría eso?


Que Augusto sea piloto no me impresiona. Pero al mismo tiempo, no me enteré que Augusto era piloto mientras lavaba ropa y me mostraba sus abdominales. Un piloto que dobla ropa mientras luce sus abdominales es en verdad impresionante.


Pedro se encuentra completamente vestido. Se está poniendo sus zapatos y lo observo como si estuviese en un teatro y él fuera la atracción principal.


—¿Eso es seguro? —pregunto, de alguna manera encontrando pensamientos coherentes—. ¿Has estado bebiendo con los chicos, y ahora estás a punto de irte a controlar un jet comercial?


Pedro se sube el cierre de la chaqueta y luego levanta un bolso lleno del piso.


—Hoy sólo tomé agua —dice, justo antes de salir de la cocina—. No suelo beber mucho. Y definitivamente no lo hago en noches de trabajo.


Me río y lo sigo hasta la sala. Camino a la mesa para recoger mis cosas. —Creo que te estás olvidando cómo nos conocimos —digo—. ¿El día de la mudanza? ¿El día que me encontré a un tipo desmayado en el pasillo?


Abre la puerta principal para dejarme salir. —No tengo idea de lo que estás hablando, Paula —dice—. Nos conocimos en un elevador, ¿recuerdas?


No puedo descifrar si está bromeando o no, ya que no sonríe ni su mirada se ilumina.


Cierra la puerta detrás de nosotros. Le devuelvo su llave y él cierra la puerta. Camino hasta la mía y la abro.


—¿Paula?


Casi pretendo no escucharlo, sólo para que tenga que decir mi nombre otra vez. En vez de eso, me giro para mirarlo, pretendiendo que este hombre no me afecta en lo absoluto.


—¿Esa noche que me encontraste en el pasillo? Eso fue una excepción. Una muy rara excepción.


En sus ojos hay algo oculto, y puede que hasta en su voz también.


Se queda de pie en la puerta delantera, listo para dirigirse a los elevadores. Está esperando para ver si tengo algo que decir en respuesta.


Debería despedirme. Quizá deba decirle que tenga un buen vuelo. Sin embargo, eso puede que sea considerado de mala suerte. Debería simplemente desearle buenas noches.


—¿Esa excepción fue por lo que ocurrió con Romina?


Sí. Mejor decido decir eso.


¡¿Por qué dije eso?!


Su postura cambia. Su expresión se congela, como si mis palabras lo hubiesen golpeado con un rayo de electricidad. 


Lo más probable es que esté confundido por lo que dije, ya que obviamente no recuerda nada de esa noche.


Rápido, Paula. Recupérate.


—Pensaste que yo era alguien llamada Romina—suelto, explicando mi torpeza lo mejor que puedo—. Simplemente pensé que quizá algo había sucedido entre ustedes dos y por eso… ya sabes.


Pedro respira profundo, pero intenta esconderlo. Golpeé un nervio.


Aparentemente, no se debe hablar de Romina.


—Buenas noches, Paula —dice, volteándose.


No sé qué sucedió. ¿Lo había avergonzado? ¿Lo enojé? ¿Lo hice sentirse triste?


Lo que sea que haya hecho, ahora lo odio. Esta incomodidad llena el espacio entre mi puerta y el elevador en el que ahora se encuentra de pie.


Entro a mi apartamento y cierro la puerta, pero la incomodad está en todas partes. No se quedó en el pasillo solamente.

4 comentarios:

  1. Parece un hombre triste Pedro, pobre ¡¡me atrapa esta novela

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  2. Ay! q triste q está Pedro! quiero saber q es lo q pasó para q sea así! Me encanta esta novela!

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