miércoles, 1 de octubre de 2014
CAPITULO 11
Tan pronto como llegamos a casa de mis padres, mi papá pone a Gonzalo y a Pedro a trabajar colgando las luces de navidad. Llevo nuestras cosas a la casa y les cedo a ellos mi habitación, ya que es la única con dos camas. Tomo el antiguo dormitorio de Gonzalo, luego me dirijo a la cocina
para ayudar a mi mamá a terminar de preparar la cena.
Acción de Gracias ha sido siempre un asunto pequeño en nuestra casa. A mamá y papá no les gustaba tener que elegir entre la familia, y mi papá casi nunca estaba en casa, ya que los tiempos más ocupados de un piloto, en el año, son los días de fiesta. Mi madre decidió que Acción de
Gracias se reservaría solamente para la familia inmediata, así que cada año, en el día de Acción de Gracias, siempre somos sólo Gonzalo, mamá, papá, cuando está en casa, y yo.
El año pasado, sólo fuimos mamá y yo, ya que papá y Gonzalo estuvieron trabajando.
Este año, estamos todos.
Y Pedro.
Es extraño, él estando aquí de esta forma. Mamá parecía feliz de conocerlo, así que supongo que no le importó demasiado. Mi papá ama a todos y está más que feliz de tener a alguien que lo ayude con las luces de navidad, así que sé que la presencia de una tercera persona no le molesta en lo más mínimo.
Mi madre me pasa la bandeja de huevos cocidos. Empiezo
agrietándolos para preparar huevos rellenos y ella se inclina sobre la isla de la cocina y apoya su barbilla en sus manos. —Ese Pedro seguro es guapo —dice, arqueando una ceja.
Déjenme explicar algo sobre mi madre. Es una gran mamá.
Realmente una gran mamá. Pero nunca me he sentido cómoda hablando con ella sobre chicos. Todo empezó cuando tenía doce años y tuve mi primer periodo. Estaba tan emocionada que llamó a tres de sus amigas para contarles antes de explicarme qué diablos me estaba pasando.
Aprendí muy pronto que los secretos no son secretos, una vez que llegan a sus oídos.
—No está mal —le digo, mintiendo completamente. Estoy
absolutamente mintiendo, porque es guapo. Su cabello castaño dorado combina con esos cautivadores ojos azules , sus anchos hombros, la barba que recubre su firme mandíbula cuando ha estado unos días fuera del
trabajo, la forma en que siempre huele tan fantásticamente delicioso, como si acabara de salir de la ducha y ni siquiera se ha secado con una toalla.
Oh, Dios mío.
¿Quién demonios soy en este momento?
—¿Tiene novia?
Me encojo de hombros. —Realmente no lo sé, mamá. —Llevo la sartén al fregadero y dejo correr agua sobre los huevos para aflojar sus cáscaras—. ¿Cómo está papá? ¿Disfrutando su jubilación? —le pregunto, tratando de cambiar de tema.
Mi madre sonríe. Es una sonrisa de complicidad, y yo absolutamente odio esa sonrisa.
Supongo que nunca tengo que decirle nada, porque es mi mamá. Ya lo sabe.
Me sonrojo, luego me doy la vuelta y termino de pelar los malditos huevos.
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