PEDRO
Seis años antes…
—Iré a casa de Ian está noche —digo.
A mi padre no le importa. Está saliendo con Lisa. Su mente está
en Lisa.
Su todo es Lisa.
Su todo solía ser Carolina. A veces, su todo era
Carolina y Pedro.
Ahora, su todo es Lisa.
Eso está bien, porque mi todo solía ser él y Carolina.
Ya no más.
Le mando un mensaje para ver si ella quiere encontrarme en algún lugar.
Me dice que Lisa
acaba de salir para venir a mi casa. Dice que puedo ir a su casa
y recogerla.
Cuando llego allí, no sé si debería salir del auto.
No sé si ella quiere que lo haga.
Yo quiero.
Camino hacia la puerta y golpeo. No estoy seguro de qué decir cuando
abra la puerta. Parte de mí quiere decirle que lo siento, que
no debería haberla besado.
Otra parte quiere hacerle un millón de preguntas hasta saber
todo sobre ella.
Pero la mayor parte de mí quiere besarla de nuevo, sobre todo ahora que la
puerta está abierta y se encuentra justo frente a mí.
—¿Quieres entrar un rato? —pregunta—. Ella no estará
de vuelta hasta dentro de unas horas, por lo menos.
Asiento.
Me pregunto si ella ama mi asentimiento tanto como yo amo el suyo.
Cierra la puerta detrás de mí, y miro alrededor. Su
apartamento es pequeño. Nunca he vivido en un lugar tan pequeño.
Creo que me gusta.
Mientras más pequeña sea la casa, la familia más se ve obligada a
amarse unos a otros. No tienen espacio extra para no hacerlo. Me hace
desear que mi papá y yo consiguiéramos un lugar más pequeño.
Un lugar donde estaríamos obligados a interactuar.
Un lugar donde dejaríamos de tener que fingir
que mi madre no dejó demasiado espacio en
nuestra casa luego de su muerte.
Romina se dirige a la cocina. Me pregunta si quiero algo para beber.
La sigo y le pregunto qué tiene. Me dice que tiene
casi todo excepto leche, té, refrescos, café, jugo y
alcohol. —Espero que te guste el agua —dice. Se ríe de sí misma.
Me río con ella. —Agua está perfecto. Habría sido mi primera elección.
Nos consigue a cada uno un vaso con agua.
Nos apoyamos contra mostradores opuestos.
Nos miramos el uno al otro.
No debería haberla besado anoche.
—No debería haberte besado, Romina.
—No debería haberte dejado —me dice.
Nos miramos un poco más. Me pregunto si me dejaría besarla de nuevo.
Me pregunto si yo lo permitiría.
—Será fácil detener esto —digo.
Estoy mintiendo.
—No, no lo será —dice ella.
Está diciendo la verdad.
—¿Crees que ellos se casarán?
Asiente. Por alguna razón, no me gusta mucho este asentimiento.
No me gusta la pregunta que está contestando.
—¿Pedro?
Mira sus pies. Dice mi nombre como si fuera un arma
y estuviera disparando un tiro de advertencia del cual se supone que debo
correr.
Corro. —¿Qué?
—Sólo rentamos el apartamento por un mes. La escuché
en el teléfono con él ayer. —Me mira de nuevo.
—Nos vamos a mudar contigo en dos semanas.
Tropiezo con el obstáculo.
Ella se va a mudar conmigo.
Ella estará viviendo en mi casa.
Su madre va a llenar todos los espacios vacíos de mi madre.
Cierro los ojos. Todavía veo a Romina.
Los abro. Observo a Romina.
Me doy la vuelta y agarro el mostrador. Dejo caer la cabeza entre
mis hombros. No sé qué hacer. No quiero que ella me guste.
No quiero enamorarme de ti, Romina.
No soy estúpido. Sé cómo funciona la lujuria.
La lujuria quiere lo que la lujuria no puede tener.
La lujuria quiere que tenga a Romina.
La razón quiere que Romina se vaya.
Tomo el lado de la razón, y me giro para enfrentarla otra vez.
—Esto no irá a ninguna parte —le digo—. Esta cosa con nosotros. No
terminará bien.
—Lo sé —susurra.
—¿Cómo lo detenemos? —le pregunto.
Me mira, esperando que responda mi propia pregunta.
No puedo.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
SILENCIO FUERTE Y ENSORDECEDOR.
Quiero cubrir mis oídos con las manos.
Quiero cubrir mi corazón con una armadura.
Ni siquiera te conozco, Romina.
—Debería irme —digo.
Me dice que está bien.
—No puedo —susurro.
Vuelve a decir que está bien.
Nos miramos el uno al otro.
Tal vez si la miro lo suficiente, me cansaré de hacerlo.
Quiero saborearla otra vez.
Tal vez si logro saborearla lo suficiente, también me cansaré.
No espera que yo la alcance. Me encuentra a mitad de camino.
Agarro su rostro y ella mis brazos, y nuestras culpas colisionan
cuando nuestras bocas lo hacen. Nos mentimos acerca de la verdad.
Nos decimos que tenemos esto… cuando no lo tenemos en lo
absoluto.
Mi piel se siente mejor con ella tocándola. Mi cabello se siente mejor
con sus manos en él. Mi boca se siente mejor con su lengua
dentro de mí.
Me gustaría que pudiéramos respirar así.
Vivir así.
La vida se sentiría mejor con ella de esta manera.
Su espalda está contra la nevera ahora. Mis manos están a los lados de
su cabeza. Me alejo y la miro.
—Quiero hacerte un millón de preguntas —le digo.
Sonríe. —Supongo que será mejor que empieces.
—¿A dónde irás a la universidad?
—Michigan —dice—. ¿Qué hay de ti?
—Me voy a quedar aquí para conseguir mi licenciatura, y luego mi mejor
amigo, Ian, y yo iremos a la escuela de aviación. Quiero ser piloto. ¿Qué
quieres ser?
—Feliz —dice con una sonrisa.
Esa es la respuesta perfecta.
—¿Cuándo es tu cumpleaños? —le pregunto.
—Tres de enero —dice—. Cumpliré dieciocho años. ¿Cuándo es el tuyo?
—Mañana —le digo—. Cumpliré dieciocho.
No cree que mi cumpleaños sea mañana. Le muestro
mi cédula de identidad. Me dice feliz casi cumpleaños. Me besa de nuevo.
—¿Qué pasa si ellos se casan? —le pregunto.
—Nunca aprobarán que estemos juntos, incluso si no
se casaran.
Tiene razón. Sería difícil explicarles a sus amigos. Difícil
de explicar al resto de la familia.
—¿Así que cuál es el punto de seguir con esto si sabemos que no
terminará bien? —le pregunto.
—Porque no sabemos cómo detenernos.
Tiene razón.
—Te vas a Michigan en siete meses, y yo estaré aquí en
San Francisco. Tal vez esa es nuestra respuesta.
Asiente. —¿Siete meses?
Asiento. Toco sus labios con mi dedo, porque sus labios son
del tipo de labios que necesitan apreciación, incluso cuando no están
siendo besados. —Hacemos esto durante siete meses. No le decimos a
nadie. Entonces… —Dejo de hablar, porque no sé cómo
decir las palabras: Nos detenemos.
—Entonces, nos detenemos —susurra.
—Entonces, nos detenemos —concuerdo.
Ella asiente, y realmente puede escuchar nuestra cuenta regresiva
comenzar.
La beso, y se siente mucho mejor ahora que tenemos un plan.
—Tenemos esto, Romina.
Sonríe en acuerdo. —Tenemos esto, Pedro.
Le doy a su boca la apreciación que merece.
Te voy a amar por siete meses, Romina.
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