PEDRO
Seis años antes…
La regla número uno sobre no besarnos cuando nuestros padres
estén en casa ha cambiado.
Ahora consiste en besarse, pero sólo cuando nos encontremos detrás
de una puerta con seguro.
La regla numero dos permanece igual, desafortunadamente.
Aún nada de sexo.
Y la regla número tres fue añadida hace poco: no andes a hurtadillas
en la noche. Lisa todavía revisa a Romina a mitad de la
noche en ocasiones, sólo porque Lisa es mamá de
una adolescente, y es lo correcto.
Sin embargo odio que lo haga.
Hemos logrado convivir un mes entero en la misma casa. No
hablamos del hecho de que únicamente quedan algo más de cinco
meses. No hablamos de lo que sucederá cuando mi
padre se case con su madre. No hablamos sobre el hecho de que al
suceder, estaremos conectados por mucho más tiempo que cinco
meses.
Vacaciones.
Visitas de fin de semana.
Reuniones.
Los dos tendremos que ir a cada acontecimiento,
pero asistiremos como familia.
No hablamos sobre eso, porque nos hace sentir sentir que lo que
hacemos es incorrecto.
Tampoco hablamos de ello porque es duro. Cuando pienso
en el día en que ella se mude a Michigan y yo me quede en San
Francisco, no consigo ver más allá de eso. No puedo ver nada donde
ella no sea mi todo.
—Regresaremos el domingo —dice él.
—Tendrás la casa para ti solo. Romina se quedará con una
amiga. Deberías invitar a Ian.
—Lo hice —miento.
Romina también mintió. Romina estará aquí todo el fin de semana.
No queremos darles ninguna razón para que sospechen de nosotros.
Ya es lo bastante difícil intentar ignorarla delante de ellos.
Es difícil fingir que no tengo nada en común con ella,
cuando quiero reír de todo lo que dice. Quiero
chocharle los cinco con todo lo que hace.
Quiero presumirle a mi padre
su inteligencia, sus buenas notas, su amabilidad,
Su rápido ingenio. Quiero decirle que tengo una novia realmente
maravillosa a la cual quiero que conozca, porque él
absolutamente la amaría.
Él la ama. Simplemente no de la forma en que desearía que lo haga.
Quiero que la ame por mí.
Les decimos adiós a nuestros padres.
Lisa le dice a Romina que se comporte, pero
Lisa no está verdaderamente preocupada. Hasta ahora por lo que
Lisa sabe, Romina es una chica buena.
Romina se comporta. Romina no rompe las reglas.
Excepto la regla número tres. Romina definitivamente rompe la
regla número tres este fin de semana.
Jugamos a la casita.
Fingimos que es nuestra. Pretendemos que es nuestra cocina, y ella
Cocina para mí.
Finjo que ella es mía, y la sigo mientras
cocina, abrazándola. Tocándola. Besando su cuello.
Alejándola de las tareas que procura completar de modo
que pueda sentirla contra mí. Le gusta, pero finge que no.
Cuando terminamos de comer, se sienta conmigo en el sofá.
Ponemos una película, pero no la vemos en absoluto.
No podemos parar de besarnos.
Nos besamos tanto que nuestros labios duelen. Nuestras manos
duelen. Nuestros
estómagos duelen, porque nuestros cuerpos quieren romper la regla
número dos tan, tan mal.
Será un largo fin de semana.
Decido que necesito una ducha, o comenzaré a rogar por una
enmienda a la regla número dos.
Tomo una ducha en su baño. Me gusta esta ducha. Me gusta
más de lo que me gustaba cuando era sólo mi ducha. Me gusta
ver sus cosas aquí. Me gustar mirar su afeitadora e imaginar cómo
luce cuando la usa. Me gusta mirar
sus botellas de champú y pensar en cómo su cabeza
se inclina hacia atrás debajo del torrente de agua al enjuagar
su cabello.
Adoro que mi ducha sea su ducha.
—¿Pedro? —dice. Está tocando, pero ya se encuentra dentro del
baño. El agua se siente caliente en mi piel, pero su voz sólo
la hace incluso más caliente. Abro la cortina de la ducha.
Tal vez la abro
demasiado porque quiero que quiera romper la regla número dos.
Inhala una respiración suave, pero sus ojos caen a donde deseo
que lo hagan.
—Romina —digo, sonriendo a la mirada avergonzada en su rostro.
Me mira a los ojos.
Quiere tomar una ducha conmigo. Sólo es demasiado tímida para
preguntar.
—Entra —digo.
Mi voz es ronca, como si hubiera gritado.
Mis voz se hallaba bien hacía cinco segundos.
Cierro la cortina de la ducha para ocultar lo que me hace pero
también para darle privacidad mientras se desviste. No la he visto
desnuda. He sentido lo que hay debajo.
Repentinamente estoy nervioso.
Apaga la luz.
—¿Está bien? —pregunta con timidez. Digo que sí, pero desearía
que fuera más confiada. Necesito hacer que tenga más confianza.
Abre la cortina de la ducha, y veo una de sus piernas
entrar primero. Trago cuando el resto de su cuerpo le sigue.
Afortunadamente, hay suficiente luz por el resplandor de la
noche como para iluminar un
ligero brillo sobre ella.
Puedo verla lo suficiente.
Puedo verla perfectamente.
Sus ojos se conectan con los míos nuevamente. Se aproxima.
Me pregunto si alguna vez ha compartido una ducha con alguien,
Pero no le pregunto.
Doy un paso hacia ella esta vez, porque
Parece asustada. No quiero que tenga miedo.
Yo tengo miedo.
Toco sus hombros y la guío de modo que está de pie
debajo del agua. No me presiono contra ella, aunque
necesito hacerlo. Mantengo la distancia entre nosotros.
Debo hacerlo.
Lo único que se conecta son nuestras bocas. La beso con suavidad,
apenas tocando sus labios, pero duele tanto. Duele peor
que cualquier otro beso que hemos compartido. Besos donde
nuestras bocas colisionan.
Donde nuestros dientes colisionan. Besos frenéticos que son tan
apresurados que son descuidados.
Besos que terminan conmigo mordiendo su labio o ella mordiendo
los míos.
Ninguno de esos besos dolió como este lo hace, no puedo decir
por qué duele tanto.
Tengo que retirarme. Decirle que me dé un minuto, y ella asiente,
entonces descansa su mejilla contra mi pecho. Me inclino hacia
atrás contra la pared
y la llevo conmigo mientras mantengo mis ojos cerrados fuertemente.
Las palabras intentan nuevamente romper la barrera
que he construido alrededor de ellas. Cada vez que estoy con ella,
pretenden salir,
pero trabajo y trabajo para cementar la pared
que las rodea. No necesita escucharlas.
No necesito decirlas.
Pero golpean las paredes. Siempre golpean tan fuerte
hasta que nuestros besos terminan de esta manera. Yo necesitando
un minuto y
ella dándomelo. Necesitan salir ahora más que nunca.
Necesitan aire. Exigen ser escuchadas.
Simplemente hay una cantidad de golpes que puedo tomar antes de
que las paredes colapsen.
Hay sólo una cantidad de veces que mis labios pueden tocar los
suyos sin
que las palabras se derramen sobre las paredes, rompan las grietas,
viajen por mi pecho hasta que sostengo su rostro, la miro a
los ojos, y les permito derribar las barreras que se elevan
entre nosotros y este inevitable corazón roto.
Las palabras salen de cualquier modo.
—No puedo ver nada —le digo.
Sé que no sabe de lo que hablo. No quiero
profundizar, pero las palabras vienen de cualquier modo. Han
tomado el control.
—¿Cuándo te mudes a Michigan y yo me quede en San Francisco?
No veo nada más allá de eso. Solía ver cualquier futuro que quisiera,
pero ahora no veo nada.
Beso la lágrima que corre por su mejilla.
—No puedo hacer esto —le digo—. Lo único que quiero es verte,
y si no puedo tener eso… nada más vale siquiera la pena.
Tú lo haces mejor, Romina. Todo. —La beso con fuerza en la
boca, y no duele en absoluto esta vez, ahora que las palabras
son libres—. Te amo —le digo, liberándome por completo.
La beso otra vez, sin apenas darle la oportunidad de responder.
No necesito escucharla decirme las palabras hasta que esté lista,
y no quiero escucharla decirme que la manera en me siento
está mal.
Sus manos están en mi espalda, tirándome más cerca. Sus piernas
están envueltas a mí alrededor como si estuviera tratando de
incrustarse
dentro de mí.
Ya lo ha hecho.
Es frenético otra vez. Dientes colisionando, labios mordisqueados,
apresurados, apurados,
gimiendo, tocando.
Gime, y puedo sentirla tratar de alejarse de mi
boca, pero mi mano se envuelve en su cabello, y cubro
su boca con desesperación, esperando que nunca se aleje por aire.
Me hace liberarla.
Bajo mi frente a la suya, jadeando en un esfuerzo por evitar
que mis emociones se desborden.
—Pedro —dice sin aliento—. Pedro, te amo. Tengo tanto miedo.
No quiero que terminemos.
Me amas, Romina.
Me retiro y la miro a los ojos.
Está llorando.
No quiero que tenga miedo. Le digo que estará bien. Le digo
que esperaremos hasta que nos graduemos, luego les contaremos.
Le digo que tendrán que estar bien con ello.
Una vez que dejemos la casa,
todo será diferente. Todo estará bien. Deberán entender.
Le digo que tengo esto.
Asiente con intensidad.
—Tenemos esto —responde, concordando conmigo.
Presiono mí frente a la suya. —Tenemos esto, Romina —le digo.
—No puedo renunciar a ti ahora. De ninguna manera.
Toma mi rostro entre sus palmas, y me besa.
Te enamoraste de mí, Romina.
Su beso remueve el peso de mi pecho tan pesado que siento
que floto. Me siento como si ella flotara conmigo.
La giro hasta que su espalada se encuentra contra la pared.
Llevo sus brazos arriba de su cabeza y enlazo mis dedos
con los suyos, presionando sus manos en la pared detrás suyo.
Nos miramos a los ojos… y destrozamos por completo
la regla número dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario