lunes, 6 de octubre de 2014

CAPITULO 24




PAULA


Gonzalo: ¿Quieres ir a cenar? ¿A qué hora sales del trabajo?


Yo: En diez minutos. ¿Dónde nos encontramos?


Gonzalo: Estamos cerca. Tendremos que encontramos en frente.


¿Estamos?


No puedo pasar por alto la emoción que me inunda con ese mensaje.


Sin duda, el estamos significa él y Pedro. No puedo pensar en nadie más que vendría con Gonzalo, y sé que Pedro llegó a casa anoche.


Termino el último de mis papeles de trabajo, y luego hago una parada en el baño para comprobar mi cabello (odio que me importe), antes de salir a su encuentro.


Los tres están de pie cerca de la entrada cuando salgo. Ian y Pedro están con Gonzalo. Ian sonríe cuando me ve, ya que él es el único de frente a mí. Gonzalo se da vuelta cuando los alcanzo.


—¿Lista? Vamos a Jack’s.


Son absolutamente un grupo. Todos guapos a su manera, pero más aún cuando están luciendo sus chaquetas de piloto y caminando en grupo de esa forma. No puedo negar que me siento un poco mal vestida, caminando al lado de ellos en mi uniforme. —Vamos —le digo—. Estoy
hambrienta.


Echo un vistazo a Pedro, y él me da el más mínimo asentimiento, pero ni una sonrisa. Sus manos están firmemente plantadas en los bolsillos de su chaqueta, y mira hacia otro lado, mientras todos comienzan a caminar. Se queda un paso por delante de mí todo el tiempo, así que
camino junto a Gonzalo.


—¿Cuál es el motivo? —pregunto a medida que nos dirigimos hacia el restaurante—. ¿Estamos celebrando el hecho de que los tres no trabajan la misma noche?


Una conversación silenciosa pasa a mí alrededor. Ian mira a Pedro. Gonzalo mira a Ian. Pedro no mira a nadie. Él mantiene sus ojos fijos hacia adelante, centrándose en la acera.


—¿Recuerdas cuando éramos niños y mamá y papá nos llevaban a La Caprese? —pregunta Gonzalo.


Recuerdo esa noche. Nunca he visto a mis padres más felices. No podría haber tenido más de cinco o seis años, pero es uno de los pocos recuerdos que tengo de esa temprana edad. Fue el día en que mi padre se convirtió en Capitán de su compañía aérea.


Me detengo en seco y miro inmediatamente a Gonzalo. —¿Te has vuelto Capitán? No puedes ser Capitán. Eres demasiado joven. —De hecho sé cuán difícil es volverse Capitán y cuántas horas de vuelo el piloto debe tener para ser considerado. La mayoría de los pilotos en sus veinte años son copilotos.


Gonzalo niega con la cabeza. —No me volví Capitán. He cambiado demasiado de aerolíneas. —Coloca su mirada en Pedro —. Pero el señor Regístrame En Más Horas aquí tuvo una linda promoción hoy. Rompió el récord de la compañía.


Miro a Pedro, y él está moviendo la cabeza hacia Gonzalo.


Puedo decir que está avergonzado de que él simplemente lo dijera, pero su modestia es sólo una cosa más que encuentro atractiva. Tengo la sensación de que si a
su amigo Augusto lo hubieran convertido en Capitán, estaría subido a cualquier barra, anunciándolo al mundo entero con un megáfono.


—No es la gran cosa —dice Pedro—. Es una aerolínea regional. No hay mucha gente para ascender.


Ian niega con la cabeza. —No me han ascendido. A Gonzalo no lo han ascendido. A Augusto no lo han ascendido. Has estado en esto un año menos que cualquiera de nosotros, por no mencionar el hecho de que sólo tienes veinticuatro. —Él se da vuelta y camina hacia atrás, frente a nosotros—. Abandona la modestia por una vez, hombre. Frótalo en nuestras caras un poco. Lo haríamos si los papeles estuvieran invertidos.


No sé cuánto tiempo han sido amigos, pero me gusta Ian. 


Puedo decir que él y Pedro son cercanos, porque Ian está realmente orgulloso de él, y no del todo celoso. Me gusta que estos sean los amigos de Gonzalo. Me hace feliz que tenga este apoyo. Siempre lo he imaginado viviendo aquí,
trabajando demasiado, pasando todo su tiempo solo y lejos de casa. Sin embargo, no sé por qué. Nuestro padre era piloto, y estaba en casa una justa cantidad de tiempo, así que no debería tener ideas erróneas cuando se trata de la vida de Gonzalo como piloto.


Supongo que él no es el único que se preocupa innecesariamente por su hermana.


Llegamos al restaurante, y Gonzalo mantiene la puerta abierta para nosotros. Ian camina primero, y Pedro da un paso atrás, permitiéndome pasar delante de él.


—Voy al baño —dice Ian—. Los encontraré chicos.


Gonzalo camina hacia el puesto de la anfitriona, y Pedro y yo nos quedamos detrás. Robo un vistazo en dirección a Pedro —Felicitaciones, Capitán.


Lo digo en voz baja, pero no sé por qué. No es como si Gonzalo tendría sospechas si me escuchara felicitando a Pedro. Supongo que si lo digo en un tono que sólo Pedro pueda escuchar, hay más significado detrás de ello.


Pedro encuentra mi mirada y sonríe, luego mira a Gonzalo. Cuando ve que él sigue de espaldas a nosotros, se inclina y planta un beso rápido a un lado de mi cabeza.


Debería estar avergonzada de mi debilidad. Un hombre no debería ser capaz de hacerme sentir como ese beso robado me hizo sentir. Es como si de repente estoy flotando o nadando o volando. Cualquier cosa que no requiera el apoyo de las piernas, ya que se han vuelto en inútiles para mí.


—Gracias —susurra, aún luciendo esa hermosa, pero de alguna manera modesta, sonrisa. Le da un codazo a mi hombro con el suyo y baja la mirada a sus pies—. Te ves bonita, Paula.


Quiero enmarcar esas cuatro palabras en una valla publicitaria y exigirme pasarla en mi camino al trabajo todos los días. Nunca faltaría al trabajo de nuevo.


Por mucho que quiero creer que está siendo sincero con su
cumplido, frunzo el ceño y bajo la mirada hacia el uniforme que he usado durante doce horas seguidas. —Estoy usando un uniforme de Minnie Mouse.


Se inclina hacia mí otra vez, hasta que nuestros hombros se tocan.


—Siempre he tenido algo por Minnie Mouse —dice en voz baja.


Gonzalo se da la vuelta, así que quito inmediatamente la sonrisa de mi rostro. —¿Barra o mesa?


Pedro y yo nos encogemos de hombros. —Cualquiera —dice él.


Ian regresa del baño al mismo tiempo que la anfitriona nos conduce a nuestros asientos. Gonzalo e Ian lideran el camino, y Pedro me sigue de cerca. Muy cerca. Su mano se apodera de mi cintura mientras se inclina hacia delante, hacia mi oreja. —Como que también tengo algo por las enfermeras —susurra.


Levanto mi hombro para frotar la oreja en la que acaba de susurrar su admisión, porque ahora todo mi cuello está cubierto de escalofríos. Él libera mi cintura y pone distancia entre nosotros cuando llegamos a la cabina. Gonzalo e Ian se sientan uno en cada lado. Pedro se sienta junto a Ian, así que yo me siento junto a Gonzalo, justo enfrente de Pedro.


Pedro y yo pedimos refrescos, en comparación con las cervezas de Ian y Gonzalo. Su elección de bebidas es sólo una cosa más para reflexionar. Hace varias semanas, admitió que no suele beber, pero teniendo en cuenta que se hallaba más que demacrado la primera noche que lo conocí, imaginé que tendría al menos un trago esta noche. Sin duda
tenía una razón para celebrar. Cuando las bebidas son traídas a la mesa, Ian levanta su vaso. —Por enseñarnos —dice él.


—Una vez más —añade Gonzalo.


—Por trabajar el doble de horas que cualquiera de los dos —dice Pedro, fingiendo estar a la defensiva.


Gonzalo y yo en verdad tenemos vidas sexuales que interfieren con el trabajo de horas extras —replica Ian.


Gonzalo niega con la cabeza. —No hables de mi vida sexual delante de mi hermana.


—¿Por qué no? —Empiezo a hablar—. No es como si no notara todas las noches que pasas fuera del apartamento cuando no estás trabajando.


Gonzalo gime. —Lo digo en serio. Cambia de tema.


Le concedo su petición con mucho gusto. —¿Hace cuánto tiempo se conocen ustedes tres? —Hago la pregunta a nadie en particular, excepto que sólo me preocupo por escuchar las respuestas que involucran a Pedro.


—Pedro y yo conocemos a tu hermano desde la escuela de vuelo, hace unos años. He conocido a Pedro desde que tenía nueve o diez —dice Ian.


—Los dos teníamos once —lo corrige Pedro—. Nos conocimos en el quinto grado.


No tengo ni idea de si esta conversación está rompiendo la regla de no preguntar sobre el pasado, pero Pedro no parece incómodo hablando de ello.


La camarera nos trae una cesta de pan, pero ninguno de nosotros siquiera ha abierto un menú, por lo que nos dice que volverá a tomar nuestra orden.


—Todavía no puedo creer que no eres gay —le dice Gonzalo a Pedro, cambiando completamente el tema de nuevo, mientras abre su menú.


Pedro se asoma por encima de su menú. —Pensé que no hablaríamos de la vida sexual.


—No —dice Gonzalo—. Dije que no hablaríamos de mi vida sexual. Además, no tienes ni siquiera una que discutir. —Gonzalo puso su menú sobre la mesa, mirando directamente a Pedro—. Sin embargo, en serio, ¿Por qué nunca sales?


Pedro se encoge de hombros, más interesado en la bebida entre sus manos que en tener que mirar a mi hermano. —El resultado final de las relaciones no vale la pena para mí.


Algo en mi corazón se rompe, y empiezo a preocuparme de que uno de los chicos en realidad pueda oírlo fragmentarse en silencio. Gonzalo se inclina hacia atrás en el asiento.


—Maldita sea. Ella debió ser una perra importante.


Mis ojos de repente están pegados a Pedro, a la espera de su respuesta ante una posible revelación de su pasado. Él da una ligera sacudida de cabeza, desestimando en silencio la suposición de Gonzalo. Ian se aclara suavemente la garganta, y su expresión cambia mientras pierde la sonrisa que normalmente ocupa su rostro. Es obvio, por la reacción de Ian, que sin duda conoce cualquier asunto del pasado de Pedro.


Ian se sienta con la espalda recta y levanta su vaso, forzando una sonrisa en sus labios. —Pedro no tiene tiempo para chicas. Está demasiado ocupado rompiendo records en la compañía al convertirse en el Capitán más joven que nuestra aerolínea haya visto jamás.


Tomamos la interrupción de Ian como lo que es, y levantamos nuestros vasos. Los chocamos juntos, y cada uno toma del suyo.


La mirada apreciativa que Pedro le dispara a Ian no me pasa
desapercibida, aunque Gonzalo parece estar despistado. 


Ahora estoy aún más curiosa por Pedro. E igualmente preocupada por estar perdiendo mi cabeza, ya que cuanto más tiempo paso con él, más quiero saber todo lo que le concierne.


—Tenemos que celebrar —dice Gonzalo.


Pedro mueve su menú desplegable. —Pensé que eso era lo que hacíamos.


—Quiero decir después de esto. Vamos a salir esta noche. Tenemos que encontrar una chica para poner fin a tu sequía —dice Gonzalo.


Casi escupo mi bebida, pero por suerte, soy capaz de contener mi risa. Pedro se da cuenta de mi reacción y me golpea el tobillo debajo de la mesa con el pie. Luego lo deja justo al lado del mío.


—Estaré bien —dice Pedro—. Además, el Capitán necesita descansar.


Todas las letras en el menú comienzan a desdibujarse cuando mi mente las reemplaza con palabras como fin, periodo de sequía y descansar.


Ian mira a Gonzalo y asiente. —Yo iré. Deja que el Capitán vuelva a su apartamento y duerma por los efectos de su cola.


Pedro me mira fijamente y se ajusta ligeramente en su asiento de modo que nuestras rodillas se tocan. Envuelve el pie en la parte trasera de mi tobillo. —Dormir en realidad suena muy bien —dice. Cambia su mirada de mí hacia el menú en frente de él—. Dense prisa y ordenen, así puedo
volver a mi apartamento y dormir. Se siente como que no he dormido en más de nueve días, y es en todo lo que he sido capaz de pensar.


Mis mejillas arden, junto con algunas otras áreas de mi cuerpo.


—De hecho, como que tengo la necesidad de conciliar el sueño en este momento —dice Pedro. Levanta los ojos para encontrarse con los míos—. Aquí mismo en la mesa.


Ahora la temperatura en el resto de mi cuerpo coincide con el calor en mis mejillas.


—Dios, eres defectuoso —dice Gonzalo, riendo—. Debimos traer a Augusto en tu lugar.


—No, no debimos traerlo —dice Ian inmediatamente rodando exageradamente sus ojos.


—¿Cuál es el trato con Augusto? —pregunto—. ¿Por qué lo odian tanto?


Gonzalo se encoge de hombros. —No es que lo odiemos. 


Simplemente no podemos soportarlo, y ninguno de nosotros se dio cuenta de ello hasta después de que ya lo habíamos invitado a nuestras noches de juego. Es un idiota. —Gonzalo me lanza esa mirada demasiado familiar—. Y no te quiero nunca a solas con él. Estar casado no le impide ser un imbécil.


Y allí está el posesivo, el amor fraternal que me he perdido todos estos años.


—¿Es peligroso?


—No —dice Gonzalo—. Sólo sé cómo trata su matrimonio, y no quiero que te involucres con eso. Pero ya he dejado en claro que tú estás fuera de los límites.


Me río de sus absurdas palabras. —Tengo veintitrés años, Gonzalo.Puedes dejar de actuar como papá ahora.


Su rostro se contrae, y por un segundo, hasta comienza a parecersea nuestro padre. —Por supuesto que no lo haré. —Gonzalo gruñe—. Eres mi hermana pequeña. Tengo estándares para ti, y Augusto ni de cerca cumple uno solo de ellos.


Él no ha cambiado nada. Tan molesto como fue en la escuela secundaria, y todavía es el mismo tipo, amo que él quiera lo mejor para mí.


Aunque tengo miedo de que su versión de lo que es mejor para mí no exista.


Gonzalo, ningún hombre jamás se acercará a las normas que has establecido para mí.


Él asiente, poniéndose todo honrado. —Claro que sí.


Si él le advirtió a Augusto que se mantenga alejado de mí, me pregunto si le advirtió a Pedro y a Ian, también. Por otra parte, él pensó que Pedro era gay, así que probablemente no vio una posibilidad allí.


Me pregunto si Pedro cumpliría con los estándares de Gonzalo.


Mis ojos quieren mirar tanto a Pedro en este momento, pero me temo que sería demasiado obvio. En su lugar, fuerzo una sonrisa y niego con la cabeza. —¿Por qué no pude nacer primero?


—No habría hecho una diferencia —responde Gonzalo.

4 comentarios:

  1. Buenísimos los 2 caps!!!!!!!!!!!!! Siempre me quedo con ganas de más jaja

    ResponderEliminar
  2. Lindos capítulos , todos los días sabemos algo mas de Pedro, lindo a capitulos

    ResponderEliminar
  3. Hermosos capítulos! Me puse al día!!! Quiero seguir sabiendo la historia de Pedro!!!

    ResponderEliminar