miércoles, 8 de octubre de 2014
CAPITULO 29
PAULA
Es jueves.
Noche de juego.
Normalmente, el sonido del juego de los jueves por la noche me molesta. Esta noche es música para mis oídos, sabiendo que Pedro debería estar en casa. No tengo ni idea de qué esperar de él o de este arreglo que continuamos teniendo.
No le he enviado mensajes de texto o he hablado con él en los cinco días desde que se fue.
Sé que por más que piense en él, no debería hacer esto.
Para algo que se supone que es casual, se ha sentido todo menos casual. Para mí, ha sido sumamente de compromiso. Intenso, incluso. Es más o menos todo en lo que he pensado desde aquella noche en la lluvia, y es bastante
patético el que esté alargando la mano para agarrar la manija y así entrar al apartamento, y que mi maldita mano esté temblando, sabiendo que él podría estar allí.
Abro la puerta del apartamento, y Gonzalo es el primero en levantar la mirada. Asiente, pero ni siquiera saluda. Ian me saluda con la mano desde su asiento en el sofá, y luego vuelve a mirar la televisión.
Los ojos de Augusto vagan de arriba abajo por mi cuerpo, y hago lo que puedo para no rodar los ojos.
Pedro no hace nada, porque Pedro no está aquí.
Todo mi cuerpo suspira de decepción. Dejo caer la cartera sobre la silla vacía en la sala de estar y me digo que es bueno que no esté aquí,porque tengo demasiada tarea que hacer de todos modos.
—Hay pizza en la nevera —dice Gonzalo.
—Excelente. —Entro a la cocina y abro el armario para agarrar un plato. Oigo pasos acercándose a mí, y mi ritmo cardíaco aumenta.
Una mano me toca en la espalda baja, e inmediatamente sonrió y giro para estar en frente de Pedro.
Sólo que no es Pedro. Es Augusto.
—Hola, Paula —dice, extendiendo los brazos a mí alrededor para llegar al gabinete. La mano que tocó mi espalda todavía está en mí, pero ahora que me he vuelto para estar enfrente de él, su mano se deslizó a mi cintura. Mantiene sus ojos fijos en los míos mientras se extiende más allá
de mí y abre el armario—. Sólo necesito un vaso para mi cerveza —dice, excusando el hecho de que esté aquí.
Tocándome. Su cara a escasos centímetros de la mía.
No me gusta que me viera sonreír cuando me di la vuelta. Sólo le di una idea equivocada.
—Bueno, no encontrarás un vaso en mi bolsillo —digo, quitando su mano de mí. Aparto la mirada de Augusto justo cuando Pedro se mete en la cocina. Sus ojos están haciendo agujeros en la parte de mí que Augusto tocaba.
Pedro vio la mano de Augusto en mí.
Ahora está mirando a Augusto como si acabara de cometer un asesinato.
—¿Desde cuándo bebes cerveza de un vaso? —dice Pedro.
Augusto se da la vuelta y mira a Pedro, luego me da un vistazo y sonríe una sonrisa coqueta muy descarada. —Desde que Paula se encontraba parada tan cerca del gabinete.
Mierda. Ni siquiera lo esconde. Cree que estoy interesada en él.
Pedro camina hacia la nevera y la abre. —Así que, Augusto. ¿Cómo está tu esposa?
Pedro no hace un intento por sacar algo. Está allí de pie, mirando a la nevera, con los dedos agarrando la manilla de la puerta más duro de lo que nunca ha sido agarrada, estoy segura.
Augusto aún me mira. —Está en el trabajo —dice enfáticamente—. Durante al menos cuatro horas.
Pedro cierra de golpe el refrigerador y da dos rápidos pasos hacia Augusto. Este se endereza, y de inmediato me alejo dos metros de él. — Gonzalo te dijo específicamente que mantuvieras tus manos alejadas de su hermana. ¡Muéstrele un poco de respeto, maldición!
La mandíbula de Augusto se tensa, y no retrocede o aparta la mirada de Pedro. De hecho, da un paso hacia él, cerrando el espacio entre ellos. — A mí me parece que esto no es realmente sobre Gonzalo—dice Augusto, furioso.
Mi corazón late con fuerza en mi pecho. Me siento culpable por haberle dado la idea equivocada a Augusto, y aún más culpable porque discutiendo sobre ello ahora. Pero maldita sea, amo que Pedro lo odie tanto. Sólo deseo saber si es porque no le gusta que Augusto esté coqueteando cuando tiene una esposa en casa, o si no le gusta que Augusto esté coqueteando conmigo.
Y ahora Gonzalo está de pie en la entrada.
Mierda.
—¿Qué es lo que realmente no es sobre de mí? —pregunta Gonzalo, viéndolos enfrentarse.
Pedro retrocede un paso y se gira de manera que pueda mirar a Augusto y Gonzalo al mismo tiempo. Sus ojos permanecen fijos en Augusto — Está tratando de follar a tu hermana.
Jesucristo, Pedro. ¿Has oído hablar de endulzar las cosas?
Gonzalo ni siquiera se estremece. —Vete a tu casa con tu esposa, Augusto —dice firmemente.
Tan vergonzoso como es todo esto, no hago nada para intervenir y defender a Augusto, porque tengo la sensación de que Pedro y Gonzalo han estado buscando una excusa para dejar de ser su amigo desde hace un tiempo. Aunque nunca defendería a un hombre que no tiene respeto por su matrimonio. Augusto se queda mirando a Gonzalo durante varios segundos minuciosamente largos, luego se vuelve hacia mí, de espaldas tanto de Pedro como de Gonzalo.
Este chico tiene seriamente deseos de morir.
—Vivo en el décimo piso, departamento doce —susurra con un guiño—. Pasa algún día. Ella trabaja las noches entre semana. —Se da la vuelta y camina entre Gonzalo y Pedro—. Ambos pueden irse a la mierda.
Gonzalo se gira, y sus puños se aprietan. Comienza a caminar hacia Augusto, pero Pedro toma su brazo y lo jala de regreso a la cocina. No suelta el brazo de Gonzalo hasta que la puerta delantera se cierra.
Gonzalo se voltea para estar frente a mí, y se ve tan enfadado que estoy sorprendida de que el vapor no salga de sus oídos. Su cara es de color rojo, y está tronando sus nudillos. Había olvidado lo increíblemente protector que es conmigo. Siento que tengo quince años otra vez, sólo que ahora de repente tengo dos hermanos sobre protectores.
—Borra ese número de apartamento de tu cabeza, Paula —dice Gonzalo.
Niego, un poco decepcionada porque creyera que me gustaría recordar el número del apartamento de Augusto —Tengo estándares,Gonzalo.
Asiente, pero todavía está intentando calmarse. Inhala una
respiración profunda, chasqueando la mandíbula, y luego vuelve a entrar en la sala de estar.
Pedro se apoya contra la encimera, bajando la mirada a sus pies. Lo observo en silencio hasta que finalmente levanta sus ojos y me mira. Echa un vistazo hacia la sala de estar, y luego se aleja de la encimera y camina hacia mí. Entre más se acerca, más me presiono contra el mostrador detrás de mí, haciendo un intento de alejarme de la intensidad de sus ojos, a pesar de que no puedo ir a ninguna parte.
Me alcanza.
Huele bien. Como a manzanas. La fruta prohibida.
—Pregúntame si puedes estudiar en mi casa —susurra.
Asiento, preguntándome por qué demonios haría tal petición
después de todo lo que acaba de suceder. Aun así, lo hago de todos modos.
—¿Puedo estudiar en tu casa?
Estalla en una enorme sonrisa y pone su frente en el lado de mi cabeza para que sus labios estén directamente encima de mi oreja. —Me refería a que me preguntes en frente de tu hermano —dice, riendo en voz baja—. Así tengo una excusa para ir allí.
Bueno, esto es vergonzoso.
Ahora sabe exactamente lo mucho que no soy Paula cuando estoy cerca de él. Soy líquido. Ajustable. Haciendo lo que pide, lo que me dice, lo que quiere que haga.
—Oh —digo en voz baja mientras lo veo alejarse de mí—. Eso tiene mucho más sentido.
Sigue sonriendo, y no me di cuenta de lo mucho que extrañaba ver esa sonrisa. Debería sonreír todo el tiempo. Para siempre. A mí.
Sale de la cocina y se dirige de nuevo a la sala de estar, así que me voy a la habitación y me baño en tiempo récord.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario