jueves, 9 de octubre de 2014

CAPITULO 31




Una hora más tarde, la puerta de su apartamento se abre. 


Levanto la mirada y él entra, cierra la puerta y se apoya casualmente contra ella. — El juego ha terminado —dice.


Suelto el bolígrafo. —Justo a tiempo. Acabo de terminar mi tarea.


Sus ojos caen a mis libros, esparcidos por toda la mesa. —Gonzalo probablemente te está esperando.


No sé si esa es su forma de decirme que debo irme o si es sólo una conversación. Me pongo de pie de todos modos y empiezo a recoger mis libros, tratando de ocultar la decepción en mi cara.


Camina directamente hacia mí y me quita los libros de las manos, bajándolos otra vez. Les da un empujón, alejándolos unos cuantos centímetros y entonces me agarra de la cintura y me pone sobre la mesa.


—Eso no significa que quiero que te vayas —dice con firmeza, mirándome firmemente a los ojos.


No sonrío esta vez, porque me puso nerviosa de nuevo.


Cada vez que me mira con tanta intensidad, me pongo nerviosa.


Me desliza hasta el borde de la mesa y se ubica entre mis piernas.


Sus manos siguen en mi cintura, pero sus labios están en mi mandíbula.


—Estaba pensando —dice en voz baja, su aliento acaricia mi cuello, cubriéndome en escalofríos—, en esta noche y que has estado en clases todo el día. —Desliza sus manos por debajo de mí, levantándome de la mesa—. Y cómo trabajas todo el fin de semana, cada fin de semana. —Mis
piernas se envuelven alrededor de él. Me está llevando a su dormitorio.


Ahora me recuesta en su cama.


Ahora está encima de mí, colocando mi cabello hacia atrás y
mirándome a los ojos. —Y me di cuenta de que nunca tienes un día libre.—Su boca regresa a mi mandíbula, besándome suavemente entre cada frase—. No has tenido un día libre desde Acción de Gracias, ¿verdad?


Niego con la cabeza, sin entender por qué está hablando tanto, pero al mismo tiempo me encanta. Su mano se desliza bajo mi camisa, y su palma encuentra mi estómago, continuando hacia arriba hasta que acuna mi pecho. —Debes estar muy cansada, Paula.


Niego con la cabeza. —En realidad no.


Estoy mintiendo.


Estoy agotada.


Sus labios dejan mi cuello y me mira a los ojos. —Estás mintiendo — dice, pasando su pulgar sobre la fina capa de sostén que cubre mi pezón — Me doy cuenta de que estás cansada. —Baja la boca hasta que se presiona contra la mía tan suavemente que apenas la siento—. Sólo quiero besarte por unos minutos, ¿de acuerdo? Luego puedes ir a descansar un poco. No quiero que pienses que esperaba algo sólo porque los dos estamos en casa.


Su boca toca la mía otra vez, pero sus labios no se pueden comparar a lo que me hacen sus palabras. Nunca supe que la consideración podría excitar tanto.


Pero, oh, Dios mío. Es tan caliente.


Su mano se desliza por debajo de mi sostén y su boca me invade.


Cada vez que su lengua acaricia la mía, mi cabeza da vueltas. Me pregunto si eso nunca dejará de pasar.


Sé que dijo que sólo quería besarme por unos minutos, pero su definición de beso y mi definición de beso están escritos en dos idiomas diferentes. Su boca está en todas partes.


Y las manos también.


Empuja mi camisa por encima de mi sujetador, tirando un lado de éste hacia abajo hasta que mi pecho queda expuesto. Se burla de mí con su lengua, mirándome mientras lo hace. Su boca es cálida y su lengua es incluso más caliente, provocando que se me escapen suaves gemidos.


Pasa la mano por mi estómago y se aleja un poco de mí, sosteniendo su peso en un codo. Su mano se arrastra sobre mis pantalones vaqueros hasta que llega a la parte interna de mis muslos. Pasa sus dedos contra el material entre las piernas, y dejo caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos.


Dios mío, me encanta su versión de besar.


Comienza a frotar su mano sobre mí, presionando firmemente contra mis vaqueros hasta que todo mi cuerpo está rogándole en silencio. Su boca ya no está en mi pecho. Está en mi cuello y me está besando, mordisqueando, chupando, todo en un solo lugar, como si estuviera tratando de marcarme.


Estoy tratando de ser silenciosa, pero es imposible cuando está creando esta increíble fricción entre nosotros. Pero eso está bien, porque él tampoco es silencioso. Cada vez que gimo, gruñe o suspira o susurra mi nombre. Es por eso que estoy siendo tan ruidosa, porque me encantan sus sonidos.


Los amo.


Su mano se mueve rápidamente al botón de mis vaqueros y los desabrocha, pero no cambia de posición ni se aleja de mi cuello. Baja la cremallera y desliza sus manos por encima de mi ropa interior. Retoma los mismos movimientos, sólo que esta vez son un millón de veces más intensos y al instante sé que no va a tener que hacerlo durante mucho
más tiempo.


Mi espalda se arquea en la cama, y se necesita todo lo que tengo para no alejarme de su mano. Es como si supiera exactamente los lugares correctos para tocarme y que me hagan reaccionar.


—Cristo, Paula. Estás tan mojada. —Dos de sus dedos apartan a un lado mis bragas—. Quiero sentirte.


Y eso es todo.


Soy una desahuciada.


Su dedo se desliza dentro de mí, pero el pulgar se mantiene fuera, provocándome gemidos y, oh, Dios mío y no te detengas como si yo fuera un disco rayado. Me besa, tragando todos mis sonidos mientras mi cuerpo empieza a temblar bajo su mano.


La sensación dura tanto tiempo y es tan intenso que tengo miedo de soltarlo cuando haya terminado. No quiero que su mano me abandone.


Quiero dormirme así.

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