jueves, 9 de octubre de 2014

CAPITULO 32



Estoy completamente inmóvil, pero los dos estamos respirando tan pesadamente que somos incapaces de movernos. Su boca sigue en la mía y nuestros ojos están cerrados, pero no me está besando. Después de unos
momentos, finalmente saca su mano de mis pantalones y luego sube la cremallera y abrocha los botones. Cuando abro los ojos, está deslizando lentamente los dedos de su boca con una sonrisa.


¡Cielo santo!


Me alegro mucho de no estar de pie en este momento, o el verlo hacer eso habría hecho que me cayera.


—Vaya —le digo mientras exhalo—. Eres malditamente bueno en esto.


Su sonrisa se amplía más. —Vaya, gracias —dice. Se inclina y besa mi frente—. Ahora, ve a casa y duerme un poco, chica.


Comienza a levantarse de la cama, y le agarro los brazos y lo jalo hacia abajo. —Espera —le digo. Lo empujo sobre su espalda y me deslizo por encima de él—. Eso no es muy justo para ti.


—No voy a llevar la cuenta —dice, girándome sobre mi espalda—. Seguro que Gonzalo se pregunta por qué sigues aquí. —Se levanta y me agarra las muñecas para levantarme con él. Me atrae hacia su cuerpo lo suficientemente cerca para notar que todavía no está completamente listo para que me vaya.


—Si Gonzalo dice algo, sólo le voy a decir que no quería irme hasta que terminara con mi tarea.


Pedro sacude la cabeza. —Tienes que volver,Paula —dice—. Me agradeció por protegerte de Augusto. ¿Cómo crees que se sentiría si supiera que sólo lo hice porque estaba siendo egoísta y te quería toda para mí?


Sacudo la cabeza. —No me importa cómo se sentiría. No es asunto suyo.


Pedro lleva las manos a mis mejillas. —A mí me importa. Es mi amigo. No quiero que descubra lo hipócrita que soy. —Me besa la frente y me saca de la habitación antes de que pueda responder. Recoge mis libros y me los da cuando llego a la puerta principal, pero antes de que salga, me
agarra el codo y me detiene. Baja la mirada hacia mí, pero en esta ocasión hay algo más en su expresión.


Algo en sus ojos que no desea ni quiere o decepcionante o
intimidante. Es algo tácito. Algo que quiere decirme pero tiene mucho miedo de hacerlo.


Sus manos acunan mis mejillas y presiona su boca en la mía con tanta fuerza que golpeo el marco de la puerta detrás de mí.


Me besa de manera posesiva y desesperadamente, una que me pondría triste si no me gustara tanto. Inhala profundamente y se aleja, exhalando lentamente y mirándome fijamente a los ojos. Aleja la mano y da un paso atrás, esperando a que salga al pasillo antes de que cierre la puerta.


No tengo ni idea de qué se trataba, pero necesito más de eso.


De alguna manera hago que mis piernas se muevan y entro en el apartamento de Gonzalo. Gonzalo no se encuentra en la sala de estar, así que pongo mis libros sobre la encimera.


Oigo la ducha de Gonzalo.


Gonzalo está en la ducha.


Inmediatamente salgo por la puerta, cruzo el pasillo y golpeo. Su puerta se abre con tanta rapidez que es como si Pedro siguiera de pie en el mismo lugar. Mira por encima de mi hombro a la puerta de mi apartamento.


—Gonzalo está en la ducha —le digo.


Pedro me mira, y antes de pensar que ni siquiera tiene tiempo para procesar mis palabras, me jala dentro de su apartamento. Cierra la puerta y me empuja contra ella, y una vez más, su boca está en todas partes.


No pierdo tiempo, desabrochando sus pantalones vaqueros y jalándolos hacia abajo varios centímetros. Sus manos toman el control y me bajan los pantalones por completo, junto con mi ropa interior. Tan pronto como los deslizo por mis pies, me lleva con urgencia hacia la mesa de su cocina. Me gira, posicionándome hasta que estoy inclinada encima
de la mesa sobre mi estómago.


Lleva la mano entre mis piernas, procurando abrirme más mientras se libera de sus vaqueros. Sus dos manos se mueven a mi cintura y me agarra con fuerza. Se ubica a sí mismo en mi contra y luego se introduce cuidadosamente dentro de mí. —Oh, Dios —gruñe.


Presiono las palmas sobre la mesa. No hay nada a lo que pueda agarrarme y lo necesito con desesperación.


Se inclina hacia delante, presionando su pecho contra mi espalda.


Sus respiraciones son pesadas y calientes y se estrellan contra mi piel. — Tengo que conseguir un condón.


—Está bien —exhalo.


Sin embargo, todavía no se ha retirado y mi cuerpo naturalmente quiere tomarlo por completo. Me presiono contra él, llevándolo más dentro de mí, lo que le hace cavar sus dedos en mis caderas tan fuerte que me estremezco.


—No, Paula.


Su voz es una advertencia.


O un desafío.


Lo hago de nuevo y gime, saliendo de mí rápidamente por completo.


Sus manos siguen clavadas en mis caderas y todavía está presionado contra mí sólo que ya no está dentro de mí.


—Estoy tomando la píldora —le susurro.


No se mueve.


Cierro los ojos, necesitando que haga algo. Cualquier cosa. Me estoy muriendo.


—Paula —susurra. No continúa con nada. Seguimos quietos, con él en la misma posición, ubicado apenas fuera de mí.


—Maldita sea. —Suelta mi cintura y encuentra mis manos con las palmas hacia abajo sobre la mesa. Desliza sus dedos entre los míos y aprieta, y luego entierra su cara en mi cuello por detrás de mí—. Prepárate.


Se estrella contra mí tan inesperadamente que grito. Una de sus manos suelta la mía, y la lleva a mi boca y la cubre. —Shh —advierte. Se queda quieto, dándome un momento para adaptarme a él dentro de mí.


Sale con un gemido y choca contra mí otra vez, haciéndome gritar una vez más. En esta ocasión su mano amortigua mis ruidos.


Repite sus movimientos.


Más duro.


Más rápido.


Gruñe con cada embestida y estoy haciendo ruidos que ni siquiera sabía que podía hacer. Nunca he experimentado nada como esto.


No sabía que podía ser tan intenso. Tan primitivo. Tan bestial.


Bajo mi cara y apoyo la mejilla contra la mesa.


Cierro los ojos.


Dejo que me folle.

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