PAULA
Te extraño tanto, Pedro.
Por pensamientos como ese me encuentro ahogando mis penas en chocolate. Ya han pasado tres semanas desde que me trajo a casa. Ya han pasado tres semanas desde que puse mis ojos en él. Navidad llegó y se fue, pero apenas lo noto, ya que he estado trabajando para pasar el tiempo.
Pedro no se presentó a dos jueves de juego. Año Nuevo vino y se fue. Otro semestre en la escuela comenzó.
Y Paula aún extraña a Pedro.
Tomo las chispas de chocolate y la leche achocolatada, y me dirijo hacia la cocina para ocultarlos de la persona que está tocando la puerta del apartamento.
Yo ya sé que no es Pedro, porque el golpe en mi puerta pertenece a Leandro y Renata. Con lo ocupada que estoy, son los únicos amigos que he hecho aquí, y ellos sólo son amigos míos porque estamos en el grupo de estudio juntos.
Es por eso que están tocando mi puerta en este momento.
La abro, y Leandro se encuentra sin Renata de pie en la entrada.
—¿Dónde está Renata?
—La llamaron para cubrir un turno —dice—. No podrá venir esta noche.
Abro más la puerta para dejarlo entrar. Tan pronto como pasa por el umbral, Pedro abre la puerta de su apartamento al otro lado del pasillo. Se congela cuando nuestras miradas se encuentran.
Con su mirada, me mantiene cautiva durante varios segundos, hasta que sus ojos se deslizan por encima de mi hombro para posarse sobre Leandro.
Le echo un vistazo a Leandro, quien me mira y arquea una ceja. Al parecer, puede darse cuenta que sucede algo, por lo que respetuosamente se retira a mi apartamento. —Voy a estar en tu habitación, Paula —dice.
Es muy lindo gesto de parte de Leandro... ofreciéndome privacidad con el tipo del otro lado del pasillo. Sin embargo, al anunciar que estará esperando en mi habitación probablemente no sea el respeto que Pedro quería que le mostraran, porque ahora está dando un paso de vuelta a su
apartamento.
Sus ojos caen al suelo justo antes de que se cierre la puerta.
La expresión de su rostro envía punzadas de culpa directamente a mi estómago. Debo recordarme que fue su elección. No tengo nada de qué sentirme culpable, incluso si está juzgando mal la situación con tan sólo abrir la puerta.
Cierro la puerta y me uno a Leandro en mi habitación. La charla silenciosa que intenté darme no hizo nada por aliviar mi culpa. Me siento en la cama, y él se sienta en el escritorio. —Eso fue raro —dice, mirándome—. Ahora me da un poco de miedo salir de aquí.
Niego con la cabeza. —No te preocupes por Pedro. Él tiene
problemas, pero ya no son míos.
Leandro asiente y no pregunta más. Abre la guía de estudio y la pone en su regazo mientras coloca los pies sobre la cama.
—Renata ya tomó notas para el capítulo dos, así que si tienes el tres,yo cubriré el cuatro.
—Trato hecho —le digo. Me deslizo hacia atrás contra mi almohada y paso la siguiente hora preparando notas para el capítulo tres, pero no tengo ni idea de cómo me las arreglo para concentrarme, porque lo único en que puedo pensar es en la mirada que cruzó por el rostro de Pedro antes de cerrar la puerta. Podía darme cuenta que lo había lastimado.
Eso nos pone a la par ahora, supongo.
*****
Después de que Leandro y yo intercambiamos notas y contestamos las preguntas finales de cada capítulo, hago copias en mi impresora. Me doy cuenta que tres personas repartiéndose capítulos, y compartiendo respuestas es engañar, pero ¿a quién diablos le importa? Nunca dije ser
perfecta.
Una vez que terminamos, camino de vuelta con Leandro. Me doy cuenta que se siente un poco nervioso después de haber visto la mirada en el rostro de Pedro hace un rato, así que espero a que entre en el ascensor antes de cerrar la puerta del apartamento. Para ser honesta, estaba un poco nerviosa por él, también.
Camino a la cocina y empiezo a calentar un plato de sobras.
No tiene sentido cocinar, ya que Gonzalo no estará en casa hasta tarde en la noche.
Antes de que haya terminado de servir los alimentos a mi plato, la puerta principal se abre con un golpe.
Pedro es el único que abre la puerta y toca al mismo tiempo.
Tranquilízate.
Tranquilízate, tranquilízate, tranquilízate.
¡Tranquilízate, Paula, demonios!
—¿Quién era ese? —pregunta Pedro a mi espalda.
Ni siquiera me doy la vuelta. Sigo sirviendo mi plato, como si su presencia aquí, luego de semanas de silencio, no revuelve una tormenta de emociones dentro de mí. La ira es la más prominente de todas.
—Vemos clase juntos —le digo—. Estábamos estudiando.
Puedo sentir la tensión saliendo de él, y ni siquiera lo estoy mirando.
—¿Durante tres horas?
Me doy la vuelta y lo miro, pero los improperios que quiero gritarle se quedan atascados en mi garganta cuando lo veo. Está de pie en la puerta de la cocina, sosteniéndose al marco de la puerta sobre su cabeza.
Al parecer, no ha trabajado en varios días, ya que su mandíbula tiene un pequeño rastro de barba. Se encuentra descalzo y su camisa se ha elevado con sus brazos, revelando su V.
Al principio, lo miro fijamente.
Luego le grito.
—Si quiero follar a un chico en mi habitación durante tres horas, ¡entonces bien por mí! No tienes ningún absoluto derecho a opinar sobre lo que pasa en mi vida. Eres un idiota, y tienes serios problemas, y no quiero ser parte de ellos nunca más.
Estoy mintiendo. Realmente quiero ser parte de sus problemas.
Quiero sumergirme en sus problemas y convertirme en sus asuntos, pero se supone que tengo que ser una chica independiente, una chica testaruda que no se derrumba sólo porque le gusta un chico.
Sus ojos se estrechan, y su respiración se vuelve fiera y acelerada.
Deja caer los brazos y se acerca rápidamente a mí, tomando mi cara, y obligándome a mirarlo.
Sus ojos son frenéticos, y saber que tiene miedo de que haya seguido adelante se siente demasiado bien. Espera unos segundos antes de hablar, permitiendo que sus ojos vaguen por encima de mi rostro. Sus pulgares se deslizan ligeramente a lo largo de mis mejillas, y sus manos se sienten protectoras y a gusto, haciéndome odiar por completo querer sentirlas por todo mi cuerpo. No me gusta en quién me convierte.
—¿Estás durmiendo con él? —pregunta, finalmente descansando sus ojos en los míos para seguir en su búsqueda de la verdad.
Eso no es asunto tuyo, Pedro.
—No —le digo, en vez de eso.
—¿Lo has besado?
Aún no es asunto tuyo, Pedro.
—No.
Cierra los ojos y exhala, aliviado. Deja caer las manos sobre la barra a mis costados y descansa su frente en mi hombro.
No me pregunta nada más.
Está sufriendo, pero no sé qué diablos hacer al respecto. Él es el único que puede cambiar las cosas entre nosotros, y hasta donde yo sé, todavía no está dispuesto a hacerlo.
—Paula—susurra dolido. Su cara se mueve a mi cuello, y una de sus manos se apodera de mi cintura—. Maldita sea, Paula. —Su otra mano se mueve a la parte posterior de mi cabeza mientras sus labios se apoyan contra la piel de mi cuello—. ¿Qué hago? —susurra—. ¿Qué diablos hago?
Aprieto los ojos con fuerza, porque la confusión y el dolor en su voz son insoportables. Niego con la cabeza. Niego con él porque no sé cómo responder a una pregunta de la que ni siquiera conozco el significado.
También sacudo la cabeza porque no sé cómo empujarlo físicamente lejos.
Sus labios encuentran el punto justo debajo de mi oído, y quiero acercarlo, y al mismo tiempo, empujarlo lo más lejos que pueda. Su boca avanza por mi piel, y siento mi cuello inclinarse para que pueda besar aún más de mí. Sus dedos se enredan en mi pelo mientras sujeta la parte de atrás de mi cabeza para sostenerme contra su boca.
—Haz que me vaya —dice, con voz suplicante y cálida contra mi garganta—. No necesitas esto. —Besa un camino hasta mi garganta,respirando sólo al hablar—. Simplemente no sé cómo dejar de desearte.Dime que me vaya, y me iré.
No le digo que se vaya. Niego con la cabeza. —No puedo.
Giro la cara justo al mismo tiempo que la suya y hace su camino hacia mi boca, luego agarro su camisa y lo acerco a mí, sabiendo exactamente lo que me estoy haciendo a mí misma. Sé que esta vez no va a terminar mejor que las otras veces, pero aun así lo quiero. Si no más.
Hace una pausa y me mira a los ojos con fuerza. —No puedo darte más que esto —susurra, a modo de advertencia—. Simplemente no puedo.
Lo odio por decir eso, pero al mismo tiempo lo respeto.
Respondo empujándolo más cerca hasta que nuestros labios se encuentran. Abrimos la boca al mismo tiempo y nos devoramos por completo el uno al otro. Nos movemos con frenesí, tirando del uno al otro, gimiendo, cavando en la piel del otro.
Sexo, me recuerdo a mí misma. Es sólo sexo. Nada más. Él no me da ninguna otra parte de su ser.
Puedo decirme a mí misma todo lo que quiero, pero al mismo tiempo, estoy tomando, tomando, tomando tanto como pueda conseguir.
Descifrar todos los sonidos que hace y cada toque, tratando de convencerme de que lo que me está dando es mucho más de lo que probablemente es.
Soy una tonta.
Por lo menos soy una tonta consciente de sí misma.
Desabrocho sus pantalones, y él desata mi sujetador, y antes de si quiera llegar a mi dormitorio, mi camisa está afuera. Nuestras bocas nunca se separan mientras cierra la puerta, y luego da un tirón a mi sujetador. Me empuja sobre la cama y me quita los vaqueros, luego se levanta y se quita los suyos.
Es una carrera.
Somos Pedro y yo contra todo lo demás.
Competimos contra nuestra conciencia, nuestro orgullo, nuestro respeto, la verdad. Él está intentando entrar en mí antes que cada una de esas cosas nos alcance.
Tan pronto como regresa a la cama, se sube sobre mí, contra mí, y luego dentro de mí.
Nosotros ganamos.
Su boca encuentra la mía una vez más, pero eso es todo lo que hace.
No me besará. Nuestros labios se tocan y nuestro aliento choca mientras nuestras miradas se encuentran, pero no hay un beso.
Lo que nuestras bocas hacen es mucho más que eso. Con cada embestida, sus labios se deslizan sobre los míos, y sus ojos se vuelven más hambrientos, pero él nunca me besa.
Un beso es mucho más fácil que lo que hacemos. Cuando besas, puedes cerrar los ojos. Puedes alejar los pensamientos con besos. Puedes alejar el dolor con besos, la duda, la pena. Cuando cierras los ojos y besas, te proteges de la vulnerabilidad.
Esto no nos protege.
Se trata más bien de una confrontación. De un callejón sin salida.
Se trata de un combate cara a cara. Un reto, de mí hacia Pedro, de Pedro hacia mí. Te reto a intentar detener esto, los dos gritamos en silencio.
Sus ojos permanecen centrados en los míos durante todo el tiempo mientras se mueve dentro y fuera de mí. Con cada embestida, escucho repetirse en mi cabeza las palabras que dijo hace sólo unas pocas semanas.
Es fácil confundir los sentimientos y emociones con algo que no son, especialmente cuando el contacto visual se involucra.
Ahora lo entiendo por completo. Entiendo tan bien que casi deseo haber cerrado los ojos, porque es más probable que no sienta lo que sus ojos me demuestran en estos momentos.
—Te sientes tan bien —susurra. Las palabras caen sobre mi boca, obligándome a gemir en reciprocidad. Baja la mano derecha entre nosotros, ejerciendo presión contra mí, de una manera que normalmente causaría que mi cabeza cayera hacia atrás y los ojos se me cerraran de placer.
Esta vez no es así. No voy a dar marcha atrás a partir de esta confrontación. Especialmente no cuando me mira directamente a los ojos, desafiando sus propias palabras.
A pesar de que me niego a dar marcha atrás, le dejo saber que me gusta lo que me hace. No ayuda dejarlo saber eso, porque no tengo control sobre mi voz en estos momentos.
Está poseído por una chica que piensa que ella quiere esto de él.
—No te detengas —dice mi voz, cada vez más poseída por él durante el tiempo que dure.
Aplica más presión, tanto dentro como fuera de mí. Agarra mi pierna detrás de la rodilla y tira de ella entre nuestros pechos, buscando un ángulo ligeramente diferente para entrar en mi cuerpo. Tiene mi pierna firmemente contra su hombro y de alguna manera entra aún más profundo.
—Pedro. Oh, Dios mío —gimo su nombre y el nombre de Dios, e incluso le grito a Jesús un par de veces. Empiezo a temblar bajo sus pies, y no estoy segura de quién de nosotros se quiebra primero, pero ahora nos estamos besando. Nos besamos tan fuerte y tan profundo como sus
embestidas dentro de mí.
Él es fuerte. Yo lo soy aún más.
Yo estoy temblando. Él tiembla aún más.
Él fuerza su respiración. Yo inhalo suficiente por los dos.
Me da una última estocada y con su pecho me sostiene firmemente contra el colchón. —Paula —dice, gimiendo mi nombre contra mi boca, mientras su cuerpo se recupera de los temblores—. Mierda,Paula. —Tira lentamente de mí y aprieta su mejilla contra mi pecho—. Mierda. — respira—. Es tan bueno. Esto. Nosotros. Tan jodidamente bueno.
—Lo sé.
Rueda hacia un lado y mantiene su brazo cubriéndome. Nos
acostamos juntos en silencio.
Yo, sin querer admitir que sólo permití que me usara de nuevo.
Él, sin querer admitir que se trata de algo más que sólo sexo.
Ambos mintiéndonos a nosotros mismos.
—¿Dónde está Gonzalo? —pregunta.
—Estará en casa esta noche.
Levanta la cabeza y baja la mirada hacia mí, con el ceño fruncido lleno de preocupación. —Tengo que irme. —Sale de mi cama y vuelve a ponerse sus vaqueros—. ¿Vuelvo más tarde?
Asiento mientras me levanto y me pongo mis propios pantalones. — Agarra mi camisa de la cocina —le digo. Me pongo mi sujetador y lo fijo. Él abre la puerta de mi dormitorio, pero no sale. Se detiene en la puerta. Está
mirando a alguien.
Mierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario