martes, 14 de octubre de 2014

CAPITULO 41





PAULA



Han pasado un par de semanas desde que Gonzalo se enteró. No lo ha aceptado, y aún no le ha hablado a Pedro, pero está comenzando a adaptarse. Sabe dónde he estado las noches que me voy sin explicación alguna, sólo para volver unas cuantas horas después. No hace preguntas.


Con respecto a las cosas con Pedro, soy yo la que me estoy
adaptando He tenido que adaptarme a sus reglas, porque no hay forma que Pedro vaya a romperlas. He aprendido a dejar de intentar entenderlo, y dejar de permitir que las cosas se vuelvan muy tensas entre nosotros.


Hacemos exactamente lo que acordamos hacer en el comienzo, lo cual era tener sexo.


Mucho sexo.


Sexo en la ducha. Sexo en la habitación. Sexo en el suelo. Sexo en la mesa de la cocina.


Sigo sin haber pasado la noche con él, y a veces aún duele cuán cerrado se vuelve justo después que termina, pero aún no he descubierto una forma de decirle que no.


Sé que quiero más de lo que me está dando, y él quiere mucho menos de lo que quiero darle, pero por ahora, ambos estamos tomando lo que podemos. Intento no pensar en qué pasará el día que ya no lo pueda aguantar. Trato de no pensar en todas las cosas que estoy sacrificando al tener esta relación con él.


Trato de no pensar en todo eso, pero los pensamientos me invaden.


Cada noche, cuando me acuesto, pienso en ello. Cada vez que estoy en la ducha, pienso en ello. Cuando estoy en clases, en la sala de estar, en la cocina, en el trabajo… pienso en qué va a pasar cuando, finalmente, uno de nosotros entre en juicio.



Nos encontramos en su cama. Acaba de llegar a casa después de cuatro días en el trabajo, y a pesar de que se supone que nuestro acuerdo es todo sobre sexo, aún estamos completamente vestidos. No estamos besándonos. Simplemente yace acostado junto a mí, haciéndome preguntas personales acerca de mi nombre, y me encanta más que cualquier otra que hemos pasado juntos.


Es la primera vez que me ha hecho una pregunta semi-personal. Y odio que me llene de tanta esperanza.


—Paula  Era el nombre de soltera de mi abuela.—respondo


—Paula Chaves—dice, haciéndole el amor a mi nombre con
su voz. Mi nombre nunca ha sonado tan hermoso como acaba de hacerlo ahora, saliendo de su boca—. Es casi el doble de sílabas que tiene mi nombre —dice—. Son un montón de sílabas.


—¿Cuál es tu segundo nombre?


—No tengo —dice—. Sin embargo me dicen Pepe, la gente siempre lo menosprecia y dice “Peter”. Es irritante.


—Pedro Alfonso —digo—. Es un nombre poderoso.


Pedro se levanta, apoyándose sobre su codo, y me mira con una expresión llena de paz. Pone mi cabello detrás de mí oreja mientras sus ojos recorren mi rostro. —¿Pasó algo interesante esta semana mientras trabajaba, Paula Chaves —Hay diversión en su voz. Una con la que no estoy familiarizada, pero me gusta. Me gusta mucho.


—En realidad, no, Pedro Alfonso —respondo, sonriendo—. Trabajé un montón de horas extras.


—¿Todavía te gusta tu trabajo? —Sus dedos acarician mi rostro, deslizándose a lo largo de mis labios, bajando por mi cuello.


—Me gusta —digo—. ¿Te gusta ser capitán? —Sólo le devuelvo versiones de sus propias preguntas. Creo que es seguro de esa manera, porque sé que solamente dará lo que está dispuesto a recibir.


Pedro sigue su mano con sus ojos, mientras desabrocha el primer botón de mi camisa. —Amo mi trabajo,Paula —Sus dedos pasan al segundo botón de mi camisa—. Es sólo que no me gusta irme demasiado tiempo, especialmente sabiendo que estás justo cruzando el pasillo de donde vivo. Me hace querer estar en casa todo el tiempo.


Intento contenerlo, pero no puedo. Sus palabras me hacen jadear, a pesar que, probablemente, haya sido el jadeo más silencioso que alguna vez pasará por los labios de alguien.


Pero se da cuenta.


Sus ojos encuentran los míos en un destello, y puedo verlo querer retractarse. Quiere retirar lo que acaba de decir, porque había esperanza en aquellas palabras. Pedro no dice cosas como esa. Sé que está a punto de disculparse. Va a recordarme que no puede amarme, que no tenía la intención de darme ese indicio de falsas esperanzas.


No te retractes, Pedro. Por favor, déjame guardarme eso.


Nuestras miradas permanecen juntas por varios segundos. Continúo mirándolo, esperando a que se retracte. Sus ojos aún siguen en el segundo botón de mi camisa, pero ya no tienen la intención de desabrocharlo.


Se centra en mi boca, luego en mis ojos de nuevo, luego de vuelta en mi boca. —Paula —susurra. Dice mi nombre tan suavemente que no estoy segura de si su boca incluso se mueve. No tengo tiempo para responder.


Sus manos abandonan el botón de mi camisa y se deslizan a través de mi cabello al mismo momento que sus labios chocan salvajemente con los míos.


Desplaza su cuerpo sobre mí, y su beso se vuelve instantáneamente intenso. Profundo. Dominante. Su beso está lleno de algo que nunca había estado ahí antes. Lleno de sentimiento.


Lleno de esperanza.


Hasta este momento, creía que un beso era un beso y ya. 


No tenía idea que los besos pudieran significar cosas diferentes y sentirse completamente distinto a cualquier otro. 


En el pasado, siempre había sentido pasión, deseo y lujuria… pero esta vez, es diferente.


Este beso es un Pedro diferente, y sé en mi corazón que es
el verdadero Pedro. El Pedro que solía ser. El Pedro por el cual no tengo permitido preguntar.

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