martes, 21 de octubre de 2014
CAPITULO 58
—Espera aquí —le digo—. Quiero ayudar a Cap a bajarse primero.Un conductor lo va a llevar de regreso al apartamento, porque tú y yo vamos a desayunar después de esto.
Se despide de Cap y espera pacientemente en el avión mientras ayudo a Cap a bajar las escaleras. Mete la mano en su bolsillo y me entrega las cajitas, luego me da una de sus sonrisas aprobadoras. Meto las cajitas en el bolsillo de mi chaqueta y me giro de nuevo hacia las escaleras.
—¡Oye, chico! —grita Cap, justo antes de subir al auto. Me detengo y me giro para mirarlo. Él mira el avión detrás de mí—. Gracias —dice, agitando la mano a lo largo del avión—. Por esto.
Asiento, pero desaparece en el interior del vehículo antes de que pueda darle las gracias también.
Subo de nuevo las escaleras y entro en el avión. Ella se está
desabrochando su cinturón de seguridad, preparándose para salir del avión, pero me deslizo de nuevo en mi asiento.
Me sonríe cálidamente. —Eres increíble, Pedro Alfonso. Y tengo que decir, que te ves endemoniadamente sexy volando un avión.
Deberíamos hacer esto más a menudo.
Me da un rápido beso en la boca y comienza a levantarse de su asiento.
La empujo de regreso. —No hemos terminado —digo, girándome y mirándola completamente. Tomo sus manos entre las mías y bajo la mirada hacia ellas, inhalando lentamente, preparándome para decir todo lo que se merece escuchar—. ¿Recuerdas ese día en que me preguntaste
sobre ver el amanecer? —La miro a los ojos de nuevo—. Tengo que agradecerte por eso. Fue el primer momento en más de seis años que sentí que quería amar a alguien otra vez.
Deja salir un rápido suspiro con su sonrisa y muerde su labio inferior para intentar ocultarla. Levanto una mano hacia su rostro y saco su labio de debajo de su diente con la presión de mi dedo pulgar. —Te dije que no hicieras eso. Amo tu sonrisa casi tanto como te amo a ti.
Me inclino hacia delante para besarla otra vez, pero mantengo los ojos abiertos, de esa manera puedo asegurarme de que retiro la cajita negra primero. Cuando la tengo en mi mano, dejo de besarla y me alejo.
Sus ojos caen en la cajita e inmediatamente se abren como platos, moviéndose de un lado a otro entre la cajita y mi rostro. Lleva su mano hacia la boca, y cubre su jadeo.
—Pedro—dice, sin dejar de lanzar miradas entre la cajita en mis manos y yo.
La interrumpo. —No es lo que piensas —digo, abriendo
inmediatamente la cajita para revelar la llave—. No es más o menos lo que piensas —añado con vacilación.
Sus ojos están abiertos como platos y esperanzados, y me siento aliviado por su reacción. Me doy cuenta por su sonrisa de que quiere esto.
Saco la llave y giro su mano, luego la coloco en su palma.
Ella mira fijamente la llave durante varios segundos y me mira de nuevo. —Paula — digo, mirándola con esperanza—. ¿Te mudarías conmigo?
Mira la llave una vez más, luego dice dos palabras que traen de inmediato una sonrisa a mi rostro.
Demonios y sí.
Me inclino hacia delante y la beso. Nuestras piernas, brazos y bocas se convierten en dos piezas de un rompecabezas, encajando sin esfuerzo.
Termina en mi regazo, sentándose a horcajadas sobre mí en la cabina del avión.
Es estrecha y apretada.
Es perfecta.
—Sin embargo, no soy una buena cocinera —me advierte—. Y tú haces la colada muchísimo mejor que yo. Yo sólo tiro toda la ropa blanca y de color juntas. Y sabes que no soy muy amable en la mañana. —Está sosteniendo mi rostro, parloteando cada advertencia que puede, como si no supiera en lo que me estoy metiendo.
—Escucha, Paula—digo—. Quiero tu desastre. Quiero tu ropa en el piso de mi habitación. Quiero tu cepillo de dientes en mi baño. Quiero tus zapatos en mi armario. Quiero tus mediocres sobras de comida en mi nevera.
Se ríe ante eso.
—Ah, y casi lo olvido —digo, sacando la otra cajita de mi bolsillo.
Levantándola entre nosotros y abriéndola, revelando el anillo
—. También te quiero en mi futuro. Para siempre.
Su boca está abierta con asombro, y está mirando fijamente el anillo.
Está paralizada. Espero que no tenga dudas, porque yo no tengo ninguna en absoluto cuando se trata de querer pasar el resto de mi vida con ella.
Sé que sólo han pasado seis meses, pero cuando sabes, sabes.
Su silencio me pone nervioso, así que rápidamente remuevo el anillo y agarro su mano. —¿Romperías la regla número dos conmigo, Paula?
Porque realmente quiero casarme contigo.
Ni siquiera tiene que decir que sí. Sus lágrimas, su beso y su risa lo dicen por ella.
Se echa hacia atrás y me mira con tanto amor y aprecio que hace que mi pecho duela.
Ella es absolutamente hermosa. Su esperanza es hermosa.
La sonrisa en su rostro es hermosa. Las lágrimas corriendo por sus mejillas son hermosas.
Su
amor
es
hermoso.
Exhala una respiración suave y se inclina lentamente, suavemente presionando sus labios con los míos. Su beso está lleno de ternura y afecto, y una promesa implícita de que es mía ahora.
Para siempre.
—Pedro —susurra contra mi boca, provocando a mis labios con los suyos— . Nunca he hecho el amor en un avión antes.
Una sonrisa inmediatamente se forma en mis labios. Es como si de alguna manera se infiltró en mis pensamientos.
—Nunca le he hecho el amor a mi prometida antes —digo en respuesta.
Sus manos lentamente se deslizan por mi cuello y por mi camisa, hasta que sus dedos encuentran el botón de mis vaqueros.
—Bueno, creo que necesito corregir eso —dice, terminando su oración con un beso.
Cuando su boca encuentra la mía otra vez, es como si cada pieza restante de mi armadura se desintegrara y cada trozo del hielo que rodea mi corazón se derritiera y evaporara.
Quienquiera que acuñó la frase, Te amo a morir obviamente nunca experimentó el tipo de amor que Paula y yo compartimos.
Si ese fuera el caso, la frase sería Te amo a vivir.
Porque eso es exactamente lo que hizo Paula.
Me amó de vuelta a la vida.
Fin.
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